Cap.3 - Dulces Sueños

11 2 0
                                    


Ni una sola lágrima quedaba por derramar. Y el frío ya se palpaba en la pálida piel de mi madre. Pero fue un crujido lo que me sacó del trance.

Frente a mi se hallaba un joven de mi misma edad, vestido elegantemente, de pelo tan oscuro como la noche y ojos dorados cual doblón de oro, que contemplaban sin emoción al cuerpo del duque.

Entonces se agachó junto a él y le quitó del pecho un medallón que llevaba con una esmeralda en el centro. Después se acercó a mí y me ofreció su mano para que me levantara del suelo. No articuló palabra, pero sin saber porqué, sentía que lo hacía de corazón, por lo que me aferré a ella.

Me llevó hasta la mansión sin soltarme. Y al entrar en ella, dió instrucciones al mayordomo, que dejaba en claro la situación actual.

Ahora, él era el nuevo duque. Ahora, yo era su hermana, la cuál había reconocido su padre, el antiguo duque, antes de quitarse la vida por no soportar la muerte de su esposa.

La oscuridad de los pasillos de la mansión me dieron la intimidad para volver a llorar en silencio. Pero la mano del nuevo duque me apretaba más fuerte como si supiera lo que ocurría.

No entendía cómo podía no sentir ira contra mí por haber matado a su padre. Ni cómo me había acogido como su hermana y todo eso sin saber siquiera su nombre, ni el saber el mío. Aunque algo si sabía. Sentía su soledad igual que la mía. Pero su cálida mano me hacía calmar el dolor hasta el punto de ruborizarme.

Abrió la puerta de una de las estancias y dentro descubrí una bella alcoba. Intuí rápidamente que debía de haber pertenecido a su madre.

— A partir de hoy, esta será tu habitación... La mía está justo enfrente. Si necesitas algo puedes decirle al mayordomo o venir a mí.

— Gracias.

— Me retiro. Ten buena noche.

— ¡Espera! — Dije mientras lo agarraba del chaqué. - Me llamo Ivetta. Pero puedes decirme Ivet... ¿Cómo te llamas?

— Klaus. — Y sin decir ni una sola palabra más, se apresuró a la puerta con rapidez.

Acaricié las sábanas de la cama con mis dedos y podía notar a mi paso el olor a madera de la chimenea. Era acogedor y a la vez solitario. Me acomodaba lentamente en la cama como si fuera un pequeño pajarillo indefenso en su nido. Esa sería mi primera noche durmiendo sin mi madre al lado.

Las horas corrían en el reloj dando las una, las dos y las tres. Y a su paso la tormenta era cada vez más intensa. Las pesadillas invadían mis sueños. La sangre recorriendo la hierba nevada, el resplandor de un rayo iluminando un cuchillo, los pasos resonando en mis oídos como sentencia de muerte. Y yo, gritando en la noche sin siquiera percatarme.

Pero alguien me despertó con rapidez llamándome a la vez que me zarandeaba.

— ¡Ivetta!

— Klaus —tenía el rostro y la almohada mojados debido al llanto. Creo que nunca hasta ese momento había llorado tanto. Y el corazón me latía con tanta fuerza que pensé que iba a pararse.

— Tranquila, era una pesadilla. Intenta dormir. Aquí no va a pasarte nada.

— No te vayas...

Klaus se sorprendió ante mis palabras, pero aún así me concedió mi deseo. Se recostó a mi lado sin querer mirar y ocultando su rostro bajo el flequillo. Me abrazó con fuerza y poco a poco me fui sumergiendo en un dulce sueño.

Así fue como en una misma noche, perdí a una madre y gané a un hermano.

Raíces del Silencioحيث تعيش القصص. اكتشف الآن