Cap.9 - Campanilla de Invierno

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En los días siguientes no me dejaron abandonar la cama. Klaus me custodiaba noche y día, eso sí, no pronunciaba palabra. Llevaba consigo papeleo en el que trabajar o algún libro que leer, mientras yo dormía, miraba por la ventana o lo observaba a escondidas. Su semblante siempre era perfecto. Me encantaba como su cabello ondulado a veces se desordenaba, era como admirar las ondas de un oscuro lago. También como la sombra de sus cejas generaba esa miraba tan penetrante, digna de un lobo solitario en la noche. Pero la mejor parte era cuando desviaba lentamente su mirada hacia mi. Una mirada satisfecha de confirmar mi interés en él.

Aún así estaba desesperada por levantarme y hacer algo. El tic tac del reloj no paraba de recordarme cada segundo del día. Aunque en esta ocasión solo fue el pulso de los pasos de una visita inesperada.

— Klaus, ¿podemos hablar?— era su prometida, que cerró la puerta con enojo.
— Diga lo que necesite señorita.
— Quiero salir a pasear con mi prometido y hacer algunas compras.
— Esto no es la gran ciudad. Aquí no encontrará tiendas donde comprar. Como mucho una librería y un pequeño modisto.
— En ese caso, ¿por qué no hacemos un viaje? Tu hermana — dijo con retintín — ya está recuperada, y no podemos seguir retrasando nuestro futuro.
— Eso lo decidiré yo Claris. La salud de mi hermana siempre ha sido inestable. Además tengo asuntos que resolver el ducado. Llevo mucho tiempo fuera.— Claris lanzó inquisitivamente sus ojos hacia mi.
— Yo la veo perfectamente, entiendo que no es momento de viajar, pero no creo que haya problema en dar un paseo. Además debería de ser ella quien exprese su condición, ¿no es así Ivetta?

Ambos me miraban con reproche, no tenía realmente claro cual era la respuesta que tenía que dar.

— Estoy mucho mejor. Tenía pensado dar una vuelta por los jardines hoy. Así que pueden salir si lo desean.
— ¿Estás segura Ivetta?
— Tranquilo Klaus. Puedes irte con Claris, estoy bien. — la respuesta no fue precisamente de su agrado, pero cedió ante la situación. Recogió todo el papeleo desordenado con disgusto y salió de la alcoba seguido de Claris, dejando en mí un desasosiego recién despertado.

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La brisa de la mañana era leve, pero lo suficiente como para que su presencia torciera algunas flores y meciera las hojas de los arboles perennes. Los rayos del sol atravesaban las copas y tocaban cálidamente mi rostro, cual caricias de primavera. Pero eso era solo un breve regalo mañanero del invierno.

Mi abrigo blanco de piel se arrastraba por el suelo siguiendo mi peregrinación con recelo. El frío pintaba la punta de mi nariz de color rosado y la humedad se aferraba a mis pestañas en forma de escarcha. Mis pulmones abrazaban aire puro y por fin me hacían sentir liberada.

La estampa era preciosa, solo que mis pensamientos no la acompañaban. Imaginaba a Claris cogida del brazo de Klaus por el pueblo, a la vista de todos. A ambos comiendo pasteles en un pequeño local pintoresco. A sus risas mientras conversaban. Claris era hermosa, y eso me daba miedo.

Ella había conseguido en unos días lo que yo soñé durante años. Sueño que se vio frustrado antes incluso de que Klaus volviera a la mansión. Si sentía tanto dolor y desesperación solo por eso, como sería cuando se casaran. Qué ocurriría cuando tuviesen hijos. ¿Qué estaría haciendo yo? ¿Estaría casada? De ser así, ¿con quién? Mi cabeza se inundaba de preguntas a las cuales no podía contestar y a las que temía otorgar respuesta.

El crujido de una ramita me saco de aquel trance melancólico. Me giré como un cervatillo curioso para descubrir que era el joven médico quien me acompañaba.

— Buenos días señorita. Siento interrumpirla, solo vine para comprobar el estado de su condición, aunque puedo ver que se encuentra mucho mejor.
— Así es, aunque fue gracias a usted.
— Me alegra haber podido ayudar.

Un silencio incomodo se formo entre ambos. El doctor parecía querer decir algo pero el pudor no se lo permitía así acerque un poco para conversar.

— ¿Tiene familia aquí doctor?
— Me temo que no. Mi madre me tuvo a una edad bastante tardía, así que falleció poco después de que yo cumpliera la mayoría de edad—Una mueca de dolor asomó por un segundo.

— Si no es indiscreción, me gustaría saber su edad.
— Tengo Veintitrés señorita.
— Creí que era de la misma edad que mi hermano y yo.
— En mi opinión, los cuatro años que nos separan no son notables. Al menos con usted.
— ¿Tan mal envejezco? — una carcajada discreta hizo relajo la tensión de sus hombros y me dedico una mirada pícara.

— La señorita es más madura que cualquier otra joven que haya conocido de su edad. Toda un mujer joven, y muy bella por cierto.
— ¿He de suponer que tiene esa opinión de mi solo tras verme con un camisón andrajoso el otro día? — su sonrisa traviesa se dispuso a desafiarme.

— Creo que las respuestas de la señorita denotan su intelecto, así como sus acciones su personalidad. ¿No es esa la mayor belleza que se puede encontrar? En cuanto a su madurez, con que sea mayor a la de su hermano ya esta más cerca de la mía. ¿No lo cree?
— Creo que es usted un presumido, pero razón no le falta. — El joven se acercó a mí cuidadosamente mirando sus pies, después sus pupilas se acercaron me apuntaron como flechas mientras se agachaba para recoger una flor, que posteriormente me entregó.

— He de continuar mi ronda de consultas señorita. Espero verla pronto en circunstancias no médicas.
— Que tenga un buen día doctor.
— Por favor llámeme Archibald.

Se colocó el sombrero con elegancia y caminó hacia la verja del jardín rumbo a la siguiente villa.

Raíces del SilencioWhere stories live. Discover now