Cap.8 - Carretera y Manta

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El traqueteo del carruaje nos mecía como si fuéramos bailarines de vals, y el frío de aquella mañana era tan gélido que había dibujado hielo en las esquinas de las ventanillas. Las cortinas solo me dejaban ver aquellos húmedos adoquines, tan resbaladizos y duros como un estanque helado. De fondo el vociferio del pueblo, casi semejante a un violín desafinado, evitaba que me durmiera.

La calidez del cuerpo de Klaus me mantenía en una burbuja de bienestar, aunque no me atrevía a mirarle. ¿Estaba enfadado, preocupado o ambas cosas? Temía responder a la pregunta, y aún más a sonrojarme y que él se percatara.

Entonces el cochero ordenó a los caballos detenerse. Klaus abrió la puerta a toda prisa y bajo conmigo en brazos cual rayo. Oculte mi rostro en su pecho. Lo que menos deseaba era ver las caras de esas gentes mirándome. Sus pasos eran firmes y raudos y justo al llegar, esta se abrió. Frente a nosotros estaba un joven doctor recién llegado. Poco mayor que nosotros, aunque de aspecto menos sombrío.

— Bienvenido Excelencia. Por favor pasen a la sala, justo al final del pasillo. — Klaus ni siquiera se digno a mirarlo. Dentro había una pequeña chimenea junto a la ventana, en la esquina opuesta a la puerta, calentando débilmente un escritorio de madera viejo. Al otro lado lo que parecía una cama demasiado alta y pequeña, aunque por suerte más limpia y reconfortante que el taburete de madera conjunto. Y al fondo gigantes estanterías llenas de libros de todos los colores y tamaños. — Por favor. Deje a su hermana en la camilla para examinarla. Señorita, ¿podría decirme su nombre?

— Ivetta. — dije casi sin aliento.
— ¿Cómo se siente?
— Estoy bi...
— Dile la verdad al doctor. — El joven doctor dirigió su mirada hacia mí desde su taburete. Inquiriendo en el hecho de que necesitaba la verdad.

— ¿Y bien?
— En primer lugar, me encuentro verdaderamente incómoda, vistiendo solo un camisón y una manta, que para colmo está sucio. Por no hablar, de que mi querido hermano, aquí presente, parece dispuesto a matarme con la mirada. — la mirada de Klaus se estrechó aún más de lo que ya lo estaba.

— Si, la verdad es que no son las condiciones ideales para una dama. ¿Podría salir un momento Su Excelencia?
— No.
— Su Excelencia, puede que el malestar de su hermana tenga que ver con cierto asunto femenino, de carácter periodico. Y si requiere de un examen, me temo que debo defender la privacidad de la dama. — aún sin fuerzas esbocé una gran sonrisa de triunfo.

— Muy bien — dijo Klaus mientras se acercaba al doctor. — Le conviene no extralimitarse doctor. Aún tiene una larga carrera por delante. — Después marchó enojado, dejando un leve portazo tras de si.

— Oiga. No tiene nada que ver con mi periodo, tampoco estoy embarazada. Y no, no he mantenido... acercamientos carnales con nadie.
— Lo sé señorita. Era una excusa. ¿Cuánto hace que tiene los esputos sanguinolentos?
— ¿Perdone?
— ¿Cuándo comenzó a toser sangre?
— Bueno, no hace mucho. — anotó todo frenéticamente un un pequeño cuaderno, pero lo que me desconcertaba el lindo brillo de su melena dorada. Caídos algunos mechones con intención de cubrir su rostro al escribir.

— ¿Ha estado en contacto con tuberculosos?
— No, en absoluto. Nunca he salido de la mansión. — dejó de anotar todas mis respuestas en un cuaderno y me miró desconcertado.

— ¿Nunca?
— Nunca. — cada pausa en la conversación para anotar me concedía la dicha para observarlo un poco más. Su rostro casi porcelanoso, las pecas de su nariz dibujando un manto de estrellas, y a veces, de refilón, el verdor aguamarina de sus ojos.

— ¿Ha estado enferma anteriormente por el mismo problema o ha sufrido algún otro mal?
— No. Solo algún catarro normal como todo el mundo.
— Está bien. Necesito descubrirle el pecho.
— Ni pensarlo.
— Tranquila, no veré nada, solo deseo escuchar su respiración. — me mostró su mano, donde sostenía una especie de clarinete sin cuerpo ni boquilla.

Abrió delicadamente un par de botones del camisón sin siquiera rozarme. Colocó el instrumento en mi pecho y su oreja al otro extremo. No tenía idea de como iba a poder escuchar con eso.

— Parece que no tiene ninguna infección, ni tampoco fluidos. Por lo que si no ha sido provocado por una enfermedad o golpe, solo cabe pensar que pueda ser por envenenamiento.
— ¿Han intentado matarme?
— No tiene porque. Seguramente solo comió algo en mal estado, o contaminado con algo que es venenoso. Debió ser muy poca cantidad si sigue viva y en cierto buen estado. Le recomiendo reposo, respirar aire puro y beber mucha agua, para eliminar cuanto antes los restos de la toxina. — Se dirigió al escritorio para anotar un par de cosas más, y después me ayudó a bajar de la camilla. — Por cierto, debería salir más. Su salud se lo agradecerá y estoy seguro, de que las gentes de por aquí también al ver un rostro tan bello.

— Cumpliré sus instrucciones al pie de la letra, doctor...
— Archibald Fisher a sus servicios señorita.
— Puede llamarme Ivetta.

Klaus quedó aliviado ante el diagnóstico. Y por suerte el camino de regreso fue más ameno.

Raíces del SilencioWhere stories live. Discover now