El traqueteo del carruaje nos mecía como si fuéramos bailarines de vals, y el frío de aquella mañana era tan gélido que había dibujado hielo en las esquinas de las ventanillas. Las cortinas solo me dejaban ver aquellos húmedos adoquines, tan resbaladizos y duros como un estanque helado. De fondo el vociferio del pueblo, casi semejante a un violín desafinado, evitaba que me durmiera.La calidez del cuerpo de Klaus me mantenía en una burbuja de bienestar, aunque no me atrevía a mirarle. ¿Estaba enfadado, preocupado o ambas cosas? Temía responder a la pregunta, y aún más a sonrojarme y que él se percatara.
Entonces el cochero ordenó a los caballos detenerse. Klaus abrió la puerta a toda prisa y bajo conmigo en brazos cual rayo. Oculte mi rostro en su pecho. Lo que menos deseaba era ver las caras de esas gentes mirándome. Sus pasos eran firmes y raudos y justo al llegar, esta se abrió. Frente a nosotros estaba un joven doctor recién llegado. Poco mayor que nosotros, aunque de aspecto menos sombrío.
— Bienvenido Excelencia. Por favor pasen a la sala, justo al final del pasillo. — Klaus ni siquiera se digno a mirarlo. Dentro había una pequeña chimenea junto a la ventana, en la esquina opuesta a la puerta, calentando débilmente un escritorio de madera viejo. Al otro lado lo que parecía una cama demasiado alta y pequeña, aunque por suerte más limpia y reconfortante que el taburete de madera conjunto. Y al fondo gigantes estanterías llenas de libros de todos los colores y tamaños. — Por favor. Deje a su hermana en la camilla para examinarla. Señorita, ¿podría decirme su nombre?
— Ivetta. — dije casi sin aliento.
— ¿Cómo se siente?
— Estoy bi...
— Dile la verdad al doctor. — El joven doctor dirigió su mirada hacia mí desde su taburete. Inquiriendo en el hecho de que necesitaba la verdad.— ¿Y bien?
— En primer lugar, me encuentro verdaderamente incómoda, vistiendo solo un camisón y una manta, que para colmo está sucio. Por no hablar, de que mi querido hermano, aquí presente, parece dispuesto a matarme con la mirada. — la mirada de Klaus se estrechó aún más de lo que ya lo estaba.— Si, la verdad es que no son las condiciones ideales para una dama. ¿Podría salir un momento Su Excelencia?
— No.
— Su Excelencia, puede que el malestar de su hermana tenga que ver con cierto asunto femenino, de carácter periodico. Y si requiere de un examen, me temo que debo defender la privacidad de la dama. — aún sin fuerzas esbocé una gran sonrisa de triunfo.— Muy bien — dijo Klaus mientras se acercaba al doctor. — Le conviene no extralimitarse doctor. Aún tiene una larga carrera por delante. — Después marchó enojado, dejando un leve portazo tras de si.
— Oiga. No tiene nada que ver con mi periodo, tampoco estoy embarazada. Y no, no he mantenido... acercamientos carnales con nadie.
— Lo sé señorita. Era una excusa. ¿Cuánto hace que tiene los esputos sanguinolentos?
— ¿Perdone?
— ¿Cuándo comenzó a toser sangre?
— Bueno, no hace mucho. — anotó todo frenéticamente un un pequeño cuaderno, pero lo que me desconcertaba el lindo brillo de su melena dorada. Caídos algunos mechones con intención de cubrir su rostro al escribir.— ¿Ha estado en contacto con tuberculosos?
— No, en absoluto. Nunca he salido de la mansión. — dejó de anotar todas mis respuestas en un cuaderno y me miró desconcertado.— ¿Nunca?
— Nunca. — cada pausa en la conversación para anotar me concedía la dicha para observarlo un poco más. Su rostro casi porcelanoso, las pecas de su nariz dibujando un manto de estrellas, y a veces, de refilón, el verdor aguamarina de sus ojos.— ¿Ha estado enferma anteriormente por el mismo problema o ha sufrido algún otro mal?
— No. Solo algún catarro normal como todo el mundo.
— Está bien. Necesito descubrirle el pecho.
— Ni pensarlo.
— Tranquila, no veré nada, solo deseo escuchar su respiración. — me mostró su mano, donde sostenía una especie de clarinete sin cuerpo ni boquilla.Abrió delicadamente un par de botones del camisón sin siquiera rozarme. Colocó el instrumento en mi pecho y su oreja al otro extremo. No tenía idea de como iba a poder escuchar con eso.
— Parece que no tiene ninguna infección, ni tampoco fluidos. Por lo que si no ha sido provocado por una enfermedad o golpe, solo cabe pensar que pueda ser por envenenamiento.
— ¿Han intentado matarme?
— No tiene porque. Seguramente solo comió algo en mal estado, o contaminado con algo que es venenoso. Debió ser muy poca cantidad si sigue viva y en cierto buen estado. Le recomiendo reposo, respirar aire puro y beber mucha agua, para eliminar cuanto antes los restos de la toxina. — Se dirigió al escritorio para anotar un par de cosas más, y después me ayudó a bajar de la camilla. — Por cierto, debería salir más. Su salud se lo agradecerá y estoy seguro, de que las gentes de por aquí también al ver un rostro tan bello.— Cumpliré sus instrucciones al pie de la letra, doctor...
— Archibald Fisher a sus servicios señorita.
— Puede llamarme Ivetta.Klaus quedó aliviado ante el diagnóstico. Y por suerte el camino de regreso fue más ameno.
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Raíces del Silencio
RomanceEn un pequeño y extraño pueblo, nacen Klaus e Ivet. Dos jovenes que sin conocerse comparten oscuros secretos y aunque parezca un cuento de princesas, nada más lejos de la realidad.