Capítulo cinco.

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—¡Charlie, deja de correr!

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—¡Charlie, deja de correr!.—solté con mi último alientos

Con cada paso que daba, podía sentir como mis músculos se contraían de dolor y agotamiento. Llevaba unos diez minutos corriendo detrás de Charlie, que a su vez perseguía a Bobby. Y para colmo, llevaba todo el rato con Marquitos en brazos, que se reía de mí sin ningún tipo de compasión.

—Gracias, espíritu de Sirius Black.—dije, mirando al cielo, cuando Bobby se detuvo a hacer sus necesidades.

Apresuré un poco el paso y alcancé a Charlie, tomándolo del brazo para que no escapara.

—Te prometo por las gafas de Harry Potter que si vuelves a salir corriendo, te corto las piernas, pequeño y rastrero Petter Pettigrew.

—¿Quién es Petter Pettigrew?.

—No importa, luego te enseño el arte de nuestro amado Harry.

Sentí el aire regresar a mis pulmones mientras descansabamos en uno de los bancos del parque. Recuerdo que de pequeña solía venir mucho a pasar las tardes aquí, y con el tiempo, la costumbre no se perdió.

—¿Podemos ir a jugar en la fuente, Ale?.—preguntó Marquitos, emocionado.

—No se alejen mucho.—ordené—Charlie, eres el hermano mayor, por lo tanto, aunque yo esté mirándolos, Marquitos es tu responsabilidad, ¿ok?.

Charlie tomó una postura de soldado antes de asentir fuerte con la cabeza. Luego, tomó a su hermanito de la mano, y se fueron a jugar. Yo, por mi parte, seguí sentada ahí, acariciando a Bobby, que se había quedado dormido.

Se sentía bien salir de casa, aunque solo fuera a tomar un poco el sol. No pude evitar pensar en lo divertido que sería estar así, sentada, en algún parque de Italia o Venezuela. Rodeada de gente nueva, de paisajes diferentes. Talvéz eso era lo que más me gustaba de la idea de viajar: divertirme.

Vivir.

—¿Puedo sentarme?.—preguntó una voz que ya comenzaba a hacerse familiar, sacándome de mi reflexión.

Asentí con la cabeza, sin apartar la vista de los niños, que reían mientas se lanzaban agua de la vieja fuente.

—¿Cómo estás?. Anoche no parecías muy contento.—pregunté, a pesar de no querer tocar el tema.

Tardó unos segundos en responder, y cuando lo hizo, las palabras salieron de su boca acompañadas de un suspiro:

—Bien, gracias por preguntar.

—Los amigos de mi hermano son mis amigos.—dije, a pesar de que me seguía pareciendo un poco gilipollas.

Impulsó las comisuras de sus labios hacia arriba. Nos quedamos así, en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

Por un segundo, me imaginé a Alejandro en uno de mis viajes imaginarios, tomando el Sol en alguna de las payas de Hawaii . Mala idea, porque la siguiente imagen que se proyectó en mi mente fue un Alejandro sin camisa, con pequeñas gotas de agua cayendo desde su pelo hasta la arena mientras le sonreía al mar.

Cambios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora