Capítulo doce.

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Alejandro

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Alejandro.

Me acomodé mejor sobre la almohada, dejando que mi cuerpo reposara sobre la cama de mis fallecidos padres. Me la había traído cuando nos mudamos a este jodido apartamento, y la puse en mi habitación. Parece algo enfermo, ¿No?, al menos eso dijeron mis tíos cuando decidí no venderla. Y yo solo me reí en sus caras de falso dolor; porque para mí llorar sobre esas sábanas era como hacerlo en el regazo de mi madre.

Posé mi mano sobre Mía, que descansaba a mi lado. Se le veía cansada...como si estuviera envejeciendo a una velocidad sobrenatural. Pero el agotamiento que cargaba era causado por su enfermedad; que apesar de ser muy común, su pequeño cuerpo no la estaba tomando peor de lo que debería.

Y me daba rabia.

Saber que la vida de Mía dependía de un salón de operaciones fue la gota que colmó el vaso de las desgracias que nos han estado persiguiendo.

¡¿Por qué la jodida vida tenía que ser tan injusta con mi familis?! ¡Nos lo da todo para luego quitarnoslo de la peor de las formas!. Apreté la almohada con el puño, estaba comenzando a ponerme nervioso. Comenzaba a hartar me de que la ansiedad me consumiera por dentro, y aún así, tener que obligar a mi rostro a mantener una expresión tranquila.

¡Joder!. ¡Joder!. ¡Joder!.

Me levanté de la cama, dispuesto a romper algo, a golpearme. ¿Qué importaba si explotaba en ese instante?. Estaba solo en casa, nadie podría ver el estado en que realmente me encontraba.

Mi puño se estrelló varías contra la pared, pero los ruidos de los golpes quedaron amortiguados por mis gritos de frustración. Sentí mi garganta arder, pero no me importó.

—¡Alejandro, traigo visitas!.—gritó uno de mis primos desde la entrada.

Miré mis nudillos ensangrentados, y maldecí por lo bajo antes de correr al baño para limpiarme.

—Voy a entrar, espero que no estés desnudo.—avisó, pero yo solo presté atención a la risa femenina que se escuchó detrás de su voz.

La puerta de mi habitación se abrió, haciendo que se me helaran las extremidades. Mi familia no podía verme así.

—Los dejo solos para que conversen.—siguió hablando Gregory, antes de que la puerta se volviera a cerrar.

Salí del baño con las cejas arrugadas, y la mano ya limpia.

—Perdón la intrusión, puedo irme si quieres.—habló ella, tímida.

Iba a responderle, a decirle que se quedara aquí para siempre, conmigo;  pero solo pude quedarme viéndola. Aunque estaba seguro de que por mucho que la observara, no lograría explicarme la paz que se alojó en mi pecho al escuchar su voz. Todo el dolor que se había desatado en mi interior segundos atrás, ese que llevaba meses intentando controlar, ella lo hizo desaparecer en cuestión de segundos.

Cambios.Where stories live. Discover now