Capítulo díez.

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La noche llegó más rápido de lo que esperaba, trayendo consigo a una resplandeciente luna llena que adornaba el cielo

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La noche llegó más rápido de lo que esperaba, trayendo consigo a una resplandeciente luna llena que adornaba el cielo. La casa estaba revuelta, contrastando con el silencio de las calles de nuestro barrio.

Hanni y Oliver habían llegado ya, y estaban jugando a la Play con mi hermano. Yo me había escabullido al portal para escapar del ruido.

O para esperar a Alejandro.

Cállate, conciencia.

Aunque en cierta parte, tenía razón, aún no había perdido la esperanza de que él llegara. Pero cada vez se hacía más tarde, y todos esperaban por mí para comenzar la maratón.

Suspiré, metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo. Bobby estaba durmiendo a mi lado, cubierto por el suéter azúl que le había comprado. No pude evitar que una sonrisa danzara en mis labios al recordar el estúpido apodo. Cada día me molestaba menos que me llamara así, a veces ni siquiera me daba cuenta.

¿Estaba haciendo lo correcto en confiar en ese chico?.

Era una pregunta que llevaba ya un tiempo calcomiendome la cabeza, pero a la que no lograba darle respuesta.

—Eso de reflexionar bajo la luna nunca a sido lo tuyo, Alegre.

Volteé la cabeza para encontrarme con Hanni, que estaba apollada en el marco de la puerta. No obtuvo respuesta por mi parte, así que suspiró y se sentó a mi lado.

—Lo siento por estar tan desaparecida, la escuela no me deja tiempo para nada.—se escusó, sin mirarme.

—No pasa nada.—mentí.

Hanni llevaba gran parte de su vida a mi lado, pasábamos tanto tiempo juntas que nos volvimos inseparables; pero nuestra relación se fue enfriando cuando cumplimos los veinte. No la culpo, nunca lo haría, pero duele ver lo distanciadas que nos hemos vuelto.

—Alegre, sé cuando estás mintiendo.

Tardé unos segundos en responder, pero cuando lo hice, sentí que el corazón se me iba a salir por la boca.

—Me has hecho mucha falta, Hanni.

—Lo siento.—no necesité mirarla para saber que había comenzado a llorar.

—Siempre has sido la más llorona de las dos.—sonreí, abrazándola.

—No arruines el momento.—rió entre mis brazos.

—¡Ya va a empezar la película, tortolitas!—gritó Brandon desde la ventana.

—¡Que sí, pesado!.—respondió Hanni, rompiendo el abrazo.

Reprimí una sonrisa mientras ellos seguían peliando. Sin duda hacían una bonita pareja.

El calor de la casa nos invadió cuando entramos, junto al olor de las palomitas recién hechas. La luz se apagó y la película comenzó, llenando la sala de un ambiente mucho más tranquilo que el de hace un rato. Podría pasarme la vida entera así.

Mentira.

Puse todos mis sentidos en la película, ignorando a la molesta voz en mi cabeza.

Sabes que te falta algo, eso que llevas tantos años deseando.

¡Cállate!.

¿Cuándo tiempo piensas quédate aquí encerrada?.

—Voy al baño.—avisé, levantándome del sofá.

Cerré la puerta del cuarto de baño con más fuerza de la necesaria, sintiéndome repentinamente molesta conmigo misma. Puse mis manos como cuencas debajo del grifo del agua y luego la lancé sobre mi cara. No iba a arruinarles la noche.

Justo cuando me dispuse a salir del baño, alguien tocó la puerta de la entrada. Me apresuré a abrir, pero mi hermano se me adelantó.

—Perdón por llegar tarde, tuve que recoger a mi hermana de una fiesta.—estaba diciendo Alejandro.

—Adolescencia.—dijo Brandon con cierta nostalgia en el tono.

Para cuando mi hermano cerró la puerta, yo ya estaba sentada en mi sitio.

—¿Te echas a un lado?.—me preguntó Alejandro, a lo que yo asentí.

Se dejó caer a mi lado en el sofá, haciendo que nuestros muslos se rozaran entre sí. Definitivamente la noche se me haría muy larga.

                            *****
A la tercera película, ya solo quedabamos despiertos Alejandro y yo. Aunque siendo sincera, a lo que menos le estaba prestando atención era al televisor; y eso nunca me había pasado con Harry Potter. Pero esta vez, solo estaba pendiente del chico a mi lado, que no apartaba los ojos de la pantalla.

—No sabía que te llamara tanto la atención El prisionero de Azkaban.—decidí romper el silencio.

—Dijiste que te gustaba Harry Potter, ¿no?.—preguntó.

—Sí.—respondí, con ceño fruncido.

—Por eso presto tanta atención a la película. Quiero aprender más sobre lo que te gusta, Alegre.

Apesar de la oscuridad que nos rodaba, pude ver cómo su sonrisa se hacía más grande y sus ojos tomaban cierto brillo. Y de alguna forma lo supe: No estaba mintiendo.

—No es necesario que lo hagas.—me sentí obligada a aclarar.

—Quiero hacerlo, chica del suéter.—se encogió de hombros, volviendo a centrar su atención en la película.

Pasaron interminables minutos después de esa conversación, donde Alejandro miraba la pantalla con curiosidad, y yo lo observaba a él.

Solo podía ver su perfil y lo desordenado que tenía el cabello, que eran iluminados por la poca luz que desprendía el televisor. Sentía mi muslo desnudo pegado a la tela rasposa de su pantalón, enviándome escalofríos por todo el cuerpo.

Alejandro se rió de algo que dijo Ron Wesley, provocando que una especie de calor agradable se alojará en mi pecho. Me dejé llevar, armando me de valor para lo que iba a decir.

—Viajar.

—¿Qué?.—su voz sonó sumamente confundida.

—Mi sueño es viajar, eso es lo que me gustaría hacer con mi futuro.—respondí a la pregunta que me había hecho la noche que me acompañó a casa.

Una vez que las palabras dejaros mis labios, quise perderme en la oscuridad, fundirme con los cojines del sofá. Quise desaparecer. Pero lo que salió de sus labios no fue una crítica, si no algo que me dejó con la boca abierta.

—¿Qué países quisieras visitar?.

—No estaría mal empezar por Japón, o Italia.—no me molesté en ocultar la emoción y la sorpresa de mi voz.

—Cuéntame más.—pidió, sonriendo de lado.

—¿En serio?. No quiero aburrirte....

—Alegre-se acercó a mí, tomándome del mentón para que lo mirara—Háblame sobre todo lo que quieras, me encanta escuchar tu voz.

Sus palabras hicieron una especie de click en mi mente. ¿Acababa de emocionarme por algo que haría sufrir a mi hermano? ¿Qué me estaba pasando?. Esa no era yo.

—No lo entiendes.—negué varias veces con la cabeza, apartándome de él.

—¿Qué tal si me lo explicas?.—sonaba comprensivo, y a pesar de la confianza que me inspiraba, ya no pude seguir hablando.

Me separé por completo de Alejandro, y fingí prestar atención a la conversación entre Harry y Sirius Black, aunque en realidad solo estaba intentando que las lágrimas continuaran retenidas en mis ojos.

Él no volvió a hablar, y yo no volví a mirarlo. Pero pude sentir sus ojos clavados en mí el resto de la madrugada.

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