Capítulo nueve.

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Alejandro

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Alejandro.

Aunque lo había intentado un millón de veces, nunca había podido agregar eso de salir a correr a mi rutina diaria; pero hoy lo vi necesario para intentar calmar mis nervios. Así que tomé mis audífonos y comencé a trotar sin rumbo.

Dejé que I Wanna Ve Yours Lave, de Måneskin sonara con fuerza en mis oídos, y poco a poco la música fue  absorbiendo me, llevándome a otro mundo, uno más tranquilo.

I wanna be your slave,
I wanna be your master.
I wanna make your heartbeat
run like rollercoasters.
I wanna be a good boy,
I wanna be a gangster.

'Cause you could be the beauty and
I could be the monster.
I love you since this morning,
not just for aesthetic.
I wanna touch your body,
so fucking electric.

La canción fue interrumpida por la vibración que anunciaba una notificación. De mala gana, revisé el teléfono, tenía varios mensajes sin leer, pero el último fue el que hizo que parara de correr.

Brandon: Ya terminé todos los exámenes de Mía, ven a la consulta para que hablemos con más calma.

Los nervios regresaron a mi cuerpo en cuanto lo leí, y sin dudarlo, volví a salir corriendo, solo que está vez si tenía un destino al que llegar: la veterinaria.

                            *****
Tomé una respiración profunda antes de abrir la puerta del lugar, encontrándome con el resividor vacío. Busqué a Brandon con la mirada, pero solo estaba Alegre.

—Hola.—tardó un poco más de lo normal en decir.

Le dediqué la sonrisa más amable que pude fingir, a pesar de que por dentro estaba desesperado y ansioso.

—Hey, ¿Qué tal?.—saludé, sin borrar la sonrisa.

Su ceño se frunció con confusión, y estuve seguro de que se había dado cuenta de la falsedad en mi expresión.

—Mi hermano está en el cuarto de juegos. Por allá.—señaló una puerta blanca con el dibujo de un Hipogrifo en el centro.

Antes de comenzar a avanzar hacia el cuarto de juegos, vi por el rabillo del ojo que me dedicaba una sonrisa comprensiva. Entonces caí en cuenta de que no tenía sentido mentirle, su hermano ya le había hablado de Mía.

Entré en la habitación, y la ví. Me acerqué con sumo cuidado a ella, con miedo de asustarla.

Me aterraba la idea de perder el recuerdo más cercano a mis padres, a la mascota que llevaba tantos años con nosotros, que se había vuelto parte de la familia. Una familia que ahora estaba rota.

Brandon me miró, y segundos después asintió con la cabeza, confirmando lo que me había torturado la mente estos últimos días; era necesario operar a Mía.

Alegre.

Me tomé el tiempo de buscar en internet que tan riesgosa era la operación de la gatita. Aunque estaba segura de que mi hermano me lo explicaría con más detalle luego.

Llevaban un buen rato en la sala de juegos cuando por fin decidieron salir. Para mi sorpresa, Alejandro tenía mejor cara de la que me había imaginado, incluso sonreía.

O talvéz está fingiendo, igual que hace un rato.

Busqué su mirada y confirmé lo que mi conciencia había dicho; la sonrisa que portaba en sus labios, seguía sin llegarle a los ojos.

Mi hermano no parecía darse cuenta del detalle, ¡Pero si es muy obvio!. Solo había que fijarse en el iris de sus ojos, que perdían su brillo natural, además, sus pupilas se dilataban tanto que hacía parecer que el tejido que las rodeaba era completamente negro.

—¿Alegre?.—la voz de Alejandro me sobresaltó.

Y fue su misma voz la que me sacó del embelesamiento en el que había caído.

—Será mejor que me valla.—dije, con el seño fruncido.

—Quédate, así me ayudas.—pidió Brandon.

Luego de pensarlo unos segundos, asentí. De todas formas, no tenía nada mejor que hacer.

—Atenderé a esos clientes,—Brandon señaló a las personas que esperaban en las butacas—ustedes acomoden las cajas que están en el almacén, por favor.

¿Ustedes?.

Alejandro seguía con los ojos clavados en mí, pero los apartó en cuanto me giré para comenzar a caminar. La incomodidad entre nosotros era más que obvia, así que me vi obligada a garraspear y romper el silencio cuando entramos en el almacén.

—Creo que le agradé a Mía.—mencioné, sonriendo.

—Bueno, le he hablado muy bien de ti.—me devolvió la sonrisa, y está vez, parecía genuina.

—¿En serio?.—abrí la boca, fingiendo incredulidad.

—¿Por qué tan sorprendida, chica del suéter?.—me siguió el juego, aún sonriendo.

—Es que no te imagino hablando algo bueno sobre mí.

No te imagino hablando de mí, en general.

—¿Por qué no lo haría? Eres la chica más increíble que conozco.—las palabras abandonaron sus labios con una naturalidad asfixiante.

Fingí colocar un pote de shampoo en el estante para disimular la sorpresa que sus palabras causaron en mi.

—No puedes decir eso.—me giré para encararlo.

—¿Por qué?.—avanzó varios pasos hacia mí.

—Es simple... tú no me conoces.—logré decir, apesar de que su cercanía me ponía nerviosa. 

Dejó de caminar cuando solo nos separaban unos pocos centímetros.

—¿Me dejarías hacerlo?.—susurró en mi oído.

¿Iba con segundas intenciones?. No estaba segura, pero sus palabras enviaron una corriente eléctrica que invadió todo mi cuerpo.

—Lo que quiero decir es....que me gustaría conocerte, Alegre.—aclaró segundos después.

Tuve que tragar saliva con fuerza para que mi voz no sonara rasposa, recé porque no se diera cuenta.

—¿Te parece bien si empezamos esta noche?.—comencé a hablar—Mi hermano y yo haremos una maratón de Harry Potter, puedes venirte si quieres.

Alejandro sonrió, alejándose un poco, nuestras narices casi tocándose.

—Me encantaría, chica del suéter.

Cambios.Where stories live. Discover now