Capítulo diecisiete.

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Mi teléfono vibró y tintineo de forma insistente, despertando me más temprano de lo que pretendía

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Mi teléfono vibró y tintineo de forma insistente, despertando me más temprano de lo que pretendía. Con los ojos entrecerrados, revisé el aparato del demonio.

Mamá: ¡Feliz día amor!.

Brandon: Me surgió una urgencia y salí más temprano de casa. Te dejé el desayuno preparado para cuando despiertes. ¡Feliz cumpleaños, hermanita!.

Hanni: ¿Cómo durmió la cumpleañera? Llámame cuando llegues a casa de tus padres.

Alejandro: Feliz cumpleaños, chica del suéter. ¿Podemos vernos hoy?.

Llamada perdida de "Papá".

Tía Carmen: ¡Cariño, que pases un día hermoso, nos vemos pronto!. Un beso enorme de parte de tus primos.

Llamada perdida de "Tío jqjdjjw".

Aún somnolienta, escribí una respuesta rápida y cariñosa para todos. Bueno...menos a Alejandro, al cual opté por llamar

Bajé las escaleras con la llamada en altavoz, y di vueltas por la cocina hasta que por fin contestó.

Buenos días. Y feliz cumpleaños, otra vez. 

—Hey, gracias. ¿Puedes pasarte por casa? Mi hermano se olvidó de mí, y no podré comerme la tarta de chocolate yo sola.

—Ya estoy saliendo. No cuelgues.

Que rápido—reí un poco—¿Qué tal está Mía, por cierto?

—La dejé durmiendo en la habitación de mi hermana. Pasó la noche mejor se lo que me imaginé.

—Me alegro. Y.....lamento hacerte venir tan temprano.

—No es molestia, tonta. Abre la puerta, estoy fuera.

Ignoré el hecho de que me llamara tonta y colgué mientras caminaba al salón. Tomé una reparación profunda antes de girar el picaporte y recibirlo con una sonrisa.

—¿Puedo pasar, o tienes trampas en las paredes para matarme?.—bromeó, devolviéndome la sonrisa.

—Ni confirmo, ni desmiento. Pero yo que tú.....prestaba atención a donde piso.—le seguí el juego.

Cerré la puerta cuando él ya se encontraba dentro de casa, husmeando en los cajones de la cocina.

—No seas cotilla.—me senté en uno de los taburetes.

—Solo busco un cuchillo.—contestó, abriendo otro cajón.

—¿Para asesinarme?.—fingí asombro, llevándome una mano al pecho.

—Quiero hacerte muchas cosas, Alegre, pero entre ellas no está clavarte un cuchillo en el abdomen.

—¿Qué cosas?.—tragué saliva con fuerza.

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