Al llegar a casa, los gemelos se me tiraron encima. Fue un caos arreglar las maletas con ellos.
Esa noche tuvimos una cena familiar. Aparte del viaje, celebrábamos la reciente condecoración
de ambos por haber recibido excelentes notas en el colegio. Fue una gran y grata sorpresa para
todos. Y así, con la barriguita llena y el corazón contento, me fui a la cama. Justo antes de
dormirme, sentí un hueco en el corazón, pero no le hice mucho caso. Eran las once de la noche;
estaba cansada y soñolienta. Creo que la mayoría de nosotros sentimos estos pequeños
hincones de dolor en el corazón, que a veces no sabemos de dónde vienen. Me gusta pensar
que son señales de la gente que nos quiere pero están lejos y nos extrañan.
Estando en ese extraño lugar entre estar despierta y dormida, escuché un suave golpe en
mi puerta. En cierta forma era el llamado inevitable que había estado esperando toda la noche.
Automáticamente me pareció extraño porque todos en esta casa entran a los cuartos sin tocar la
puerta. Me senté en la cama, aturdida y un poco asustada. ¿Quién podría ser a esta hora? Mis
papás y los gemelos ya habían partido para el aeropuerto y mis abuelos dormían temprano.
— ¿Pase?—.
Vi una silueta, pero por la oscuridad no sabía si era hombre o mujer. ¿Tenía iluminación propia o
me parecía? No sé por qué pensé que era un ángel y hasta me pareció ver alas.
— ¿San Rafael?— fue el primer nombre que se me ocurrió.
— ¿Qué?— escuché la voz desconcertada de mi abuelo. Me levanté de la cama y prendí la luz de
mi mesa de noche, él ahogado de risa y yo ahora sí, ya bien despierta.
Siempre había pensado que esta luz le daba a mi cuarto un aire acogedor, pero ahora me
parecía que más bien, le daba un aire algo tenebroso.
— ¿Qué pasa?— le pregunté.
—He recibido dos llamadas— me contestó.
— ¿Que tiene?—.
— Es tarde y son llamadas de un desconocido— contestó mi abuelo.
—Pásame el celular—.
El número comenzaba con 000, no eran llamadas de un teléfono, lo más probable es que
fueran de Google Hang Outs. ¿Quién usa Google Hangouts? Casi nadie, excepto —Alma— dije
en voz alta. No sé porque lo sabía, pero estas llamadas eran la señal que alguna parte de mí, así,
bien hundida debajo de todo el del día a día, había estado esperando toda la noche.
— ¿Pero por qué no te llamaría a ti?— preguntó mi abuelo.
— Yo siempre tengo mi celular en modo nocturno, cuando es de noche, ella lo sabe—.
Busqué zapatillas y mi saco negro encima de mi pijama azul. Vestida parecía Darth Vader. En el
bolsillo estaba mi celular, le marqué y no contestó. No tenía sentido llamar al teléfono fijo. Alma
lo dejó de pagar hace mil años.
— Tengo que asegurarme que está bien abuelo— dije.
—Yo manejo, tengo las llaves — respondió mi abuelo instantáneamente. Incliné la cabeza como
signo de aprobación. Dicen que las mujeres somos las de la intuición, pero es más bien lógica
procesada rápidamente, sobre pensamos las cosas. Mi abuelo y yo salimos de la casa y el viento
helado y amenazador recorría nuestra piel. La noche estaba súper silenciosa y oscura, mucho más
que de costumbre. Sólo se escuchaba el rugir del viento entre las sombras.
ESTÁ A LER
Entre el Silencio y las Lágrimas
FantasiaUna aventura de dos amigas que trespasa los límites naturales.