8. La isla

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— ¡Vámonos ya!— le insistí.

Alma, con su forma despreocupada de ser, comenzó a hablar, esta vez, de un velero.

— Es un 4-20, como los que tú navegabas. Ligeros con viento fuerte, pero pesados como una ballena cuando no sopla—. Alma me hablaba de lo más normal. Yo no dije nada. No podía. La veía como la rubia loca del Escuadrón Suicida.

— Mira las velas, mira el pliegue...se nota que las velas son nuevas, me llevarán rápido. Y mira el nombre. Es un nombre largo ¿qué significará?— me preguntó.

—No sé Alma, no hay ningún barco, no sé, pero vámonos— le rogué casi entre lágrimas. Lo único que me faltaba era que mi amiga se volviera loca en esta situación. Ella miraba exactamente al mismo lugar, examinando un barco que no existía. Triste, miré a mis pies y comencé a hacer círculos en la arena con mi dedo gordo. Luego, alcé la mirada para contemplar el horizonte, al majestuoso más allá, todavía sin sentir curiosidad alguna. Y por la primera vez, consideré seriamente lo que Alma me había dicho... que pasaba... sólo que pasaba ¿si ella tenía razón?

Y al alzar la mirada vi el 4-20. Justo como me lo había descrito Alma. Ella ya estaba decididamente caminando hacia el barco.

¿Alma qué haces? — Volteó a verme, sonrió descaradamente y no dijo nada.

No puedes navegar en una neblina así, aparte no sabes ni en qué dirección sopla el viento. Te vas a perder. No sabemos ni en qué parte del mundo estamos... aunque por lo visto, estamos en alguna parte de Centroamérica...estoy harta de esto... y confundida... vámonos—.

Pero ella seguía yendo hacia al barco. La bandida no me hacía caso.

Pero lo siguiente que dijo me dejó completamente aturdida.

—Amalia, no hay neblina, ¡qué hablas! Hay bastante sol. Hay tanta luz que a la justas puedo ver—.

Quedé muda.

—No Alma... hay neblina...por favor mujer, déjate de tanta tontería—.

Continué:

—Me estás preocupando, ¿Cómo no la puedes ver?—.

Alma me quedó mirando un rato: primero incrédula, luego confundida y al final resignada. Muy dulcemente dijo:

—La neblina que hay, esa la ocasionas tú—.

— ¿Qué?—.

—Sí, no hay neblina Amalia—.

Lo dijo con una naturalidad tan espontánea que simplemente le creí. Esa confianza trajo paz, tranquilidad, el mar se sosegó y salió el sol, más luminoso que nunca.

Fue en ese momento que me comenzó a interesar el extraño comportamiento de la naturaleza. No era estática ni cíclica como suele serlo, por lo menos en nuestro mundo. Este era un extraño pero definitivamente hermoso lugar, que de alguna manera estaba relacionado con nuestros pensamientos. No sé cómo decirlo pero capaz estábamos al borde de la creación, si es que eso realmente tiene algún significado. Era desconcertante estar allí, como si este mundo, o esta pequeña isla podría pudiese desaparecer en cualquier momento. Miré bien al barco. Era un 4-20. No sé por qué no lo había visto antes.

— ¿Por cierto, sabes dónde estamos? Supongo que tanta lectura te ha servido de algo ¿no?— pregunté, con un tono de voz ligeramente sarcástico.

Sin embargo, ignoró mis comentarios y comenzó a silbar una melodía.

— ¿Alma, dónde estamos?— volví a preguntar y, tal como cuando éramos niñas y ella era la más lista del salón, yo esperaba que me diera las respuestas. La verdad es que algunas cosas nunca cambian. Alma me miró pensativa, meditó las respuestas y después de un largo rato respondió:

—Estamos en la puerta, en un umbral, creo... diferentes personas de diferentes tiempos la han llamado diferentes cosas...para ser sincera, no te puedo dar una definición exacta... porque no sé... pero tengo una idea, bueno creo que la tengo... va más allá de mi comprensión, por lo menos en este momento. Aparte, no hay palabras para describir todo lo que existe y porque yo no pueda entender algo, no significa que no sea entendible. Eso lo aprendí hace tiempo, Amalia—.

No dije nada, pero Alma continúo.

— Te has preguntado, ¿por qué no nos gusta lo que no se puede medir, ni contar, ni ver, ni tocar? ¿Por qué nos cuesta tanto comprender lo que no vemos?—.

No tenía tiempo para pensar en sus palabras, que me parecían vacuas y un poco insensatas debido a las circunstancias actuales.

—Ehh lo pensamos luego, en CASA, con una taza de café y galletas ¿Te parece? —.

— No Amalia, si hubieras visto las caras que yo he visto y los lugares a donde he ido, entenderías, pero todavía no has visto y no quieres ver, pero ya verás y entonces... por fin entenderás—.

— ¿Qué?— comenzaba a perder la paciencia, ¿por qué me hablaba así? Teníamos que regresar a nuestros padres, a nuestros amigos, a nuestros trabajos, nuestras vidas, había compromisos qué cumplir.

—No, tu trabajo no ha terminado, tú tienes que volver, yo no— volvió a insistir.

Cambié de táctica.

— ¿Cómo vas a manejar el 4-20? No sabes ni en qué dirección sopla el viento. ¿Has pensado en la corriente? No sabes a lo que te metes, la naturaleza no siempre es amena Alma. Necesitas a alguien que conozca el terreno o, por lo menos, el mar. No te puedes trepar sola, ese es un bote para dos, DOS personas— grité.

—David me llevará, él conoce el camino—.

— ¿Quién es David?— traté de preguntar con voz ecuánime.

—Él— y señaló detrás suyo. 

Entre el Silencio y las LágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora