20. Un despertar usual

1 0 0
                                    


Las caritas retoñas de los gemelos estaban a centímetros de la mía. Al comienzo los veía como gemelos siameses: la figura de ambos entrelazada. Estaba media confundida. Poco a poco, con más fuerzas, comencé a ver el contorno cada vez más delineado de cada uno. Ellos andaban atolondrados y muy preocupados para notar que yo había abierto los ojos ligeramente. Qué raro ver a estos dos muchachos preocupados. Nunca los había visto así.

—Creo que despertó, mira abrió un ojo—.

—Shhh... no des falsas alarmas que a la vieja le da un infarto y se nos va—.

—No no, tienes razón, se nos va, se nos va — y Gabriel movía la mano de puro nervioso. Pero volteó a verme e insistió:

—Pero mira abrió los ojos—.

—No nada que ver— dijo Rafael, mientras trataba de pegarse a la cama disimuladamente. Yo no podía creer que estos dos estén en desacuerdo. Nunca en la historia de mi existencia había visto, notado, ni intuido el mínimo desacuerdo entre los gemelos. Siempre cómplices, siempre juntos, ellos contra el mundo.

—Claro que sí, siempre pensé que era un poco china, por eso no te das cuenta que tiene los ojos un poco abiertos ahora—.

—Mmm ¿Tú crees?— y nuevamente, ambos juntaron sus cabecitas llenas de rulos a verme como si fuese un bicho raro. Sólo porque estaba herida y hospitalizada no me pinchaban ni se tiraban encima mío. Pero mirándolos bien, comencé a recordar nuestro pasado y cómo este par llegó a mi vida después de tantos años como hija única. Estaba pensando en las ecografías. Mi mamá tenía ecografías mías enmarcadas, pero no de los gemelos. Por la simple razón que en esas ecografías salían tres y no dos bebés. Recuerdo el día en que todos nos asustamos, el día en que yo pensé que en vez de tener mamá y hermanos, nos íbamos a quedar papá y yo con los abuelos. Mi madre tuvo una amenaza de aborto y con ella su vida corrió peligro. La única que no pareció asustarse fue mi abuela. Lo de mi madre y los bebés nos trajo de vuelta a lo difícil que puede ser la realidad. Aunque mi madre no murió, el susto y el dolor no fueron en vano. Eso lo tenía claro al ver los ojos pardos de los gemelos enmarcados por largas y oscuras pestañas, tan diferentes a las mías. Hacían un juego perfecto con su pelo negro azabache, también enroscado.

Sabía cómo los gemelos se verían exactamente en unos cuantos años. Lo sabía porque había visto al bebé que habíamos perdido. El trío que pensaba había dejado de existir, existía. El trío nunca había dejado de ser. Y no diré que mi hermano, el más chiquito en la panza de mamá, estaba aquí presente, invisible, entre nosotros, viéndonos y cuidándonos. Porque él no estaba aquí. No sé dónde estaba, pero sí sabía que estaba vivo, no en este mundo, pero en otro. Jamás lo pude ver de niño, ni lo vi crecer. Pero lo había visto grande y en toda la plenitud de su naturaleza humana. Lo había visto hecho un hombre y apostar su vida por la mía. Porque ahora sí sabía quién era el muchacho misterioso que me dio el encuentro en la playa, en ese extraño umbral que ambos nunca nos pusimos de acuerdo cómo llamar. Ahora, si él me preguntará que no sabía por qué había estado ahí dando vueltas tanto tiempo, yo le diría triunfantemente, que tenía la respuesta. Que la espera no había sido en vano. Que cuando una vez, una voz le dijo que tenía que hacer algo, ese algo era esperarme. Ahora entendía y sabía con toda seguridad que Palomino era mi hermano.

Me levanté para abrazar a mis dos hermanitos. Este par eran el mejor regalo de mis padres. Y es que los hermanos son los primeros y mejores amigos—. ¡DESPERTÓ!— gritaron los gemelos y toda mi familia se acercó a apachurrarme. En eso, mi abuela Consuelo me susurró al oído:

— ¿Qué tal la isla?— yo volteé a mirarla.

Ella me guiñó el ojo y desde entonces se niega a aceptar que alguna vez lo mencionó.

....

Entre el Silencio y las LágrimasWhere stories live. Discover now