12. La partida

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Dimos una última mirada a las dos estatuas, a nuestro pedacito de orilla y emprendimos camino. Sabía que nos esperaba una larga caminata en la playa, en esta tierra extraña donde el sol jamás se ocultaba, pero estaba emocionada. Siempre me gustaron las aventuras. Era extraño que ya no me molestaba el no entender. Eso en sí, ya era una pequeña victoria.

La costa era maravillosa, con arena blanca, y agua turquesa. Quisiera que las circunstancias fuesen otras para poder disfrutarla.

—Espérate, tengo algo que darte— dijo Palomino. Lo miré sorprendida. ¿Qué es lo que esta copia fiel del Tarzán de Disney me podría dar? Se paró y con mucho orgullo me presentó una corona de rosas, de esas rosas que con tanto aprecio tenía guardadas en el bolsillo. Había unido los tallos, me la puso en la cabeza y me dijo:

—Eres hermosa y lo hermoso se decora con lo hermoso. Esto te pertenece más a ti que a mí—.

El gesto y las palabras, más que la corona, me tocó el corazón. Sentía las lágrimas recorrer mis mejillas. En estas tierras lejanas, mis lágrimas eran muy saladas y hacían que mi cara me ardiera. O capaz era porque eran lágrimas de lo más profundo de un corazón herido. Nuevamente, Palomino me limpió el rostro con gentileza y me dijo sonriente:

—No llores, que yo estoy contigo ahora, vamos a ver cómo ayudamos a Alma. Ahí encontraremos respuestas—.

Levanté la mirada y en sus ojos sólo había esperanza.

Caminamos en silencio por mucho tiempo. Mientras más caminábamos, más brillaba el sol como queriendo lucirse más que nunca para que nos quedáramos sentados, contemplándolo... Él llevaba puesto su traje de Tarzán y yo mi enterizo de pijama hasta las rodillas y sin mangas, era hecho de un algodón ligero. Una vez había pensado que mi enterizo era turquesa, pero al compararlo con el turquesa del mar, lo veía más celeste, como el celeste del cielo. Lo que más recuerdo ahora, es la sensación? de la arena ardiente que sorprendentemente no quemaba mis pies. . . continuábamos la marcha, sólo con lo que teníamos puesto. No sabíamos mucho de nuestro destino, sólo teníamos nuestra amistad y eso bastaba para llenarnos de confianza. 

Entre el Silencio y las LágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora