10. La meditación

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Felizmente, ganó la razón y me tranquilicé antes que cambiara el clima de la isla. Supuse que salir de acá, como muchas cosas en la vida, era cuestión de lógica, de sentido común. Para que vea la fe que le tengo al pensar. Me puse de pie, no muy firme, que digamos, pero de pie al fin y al cabo. Noté que ya no tenía la mordida del perro. Que extraño que la mordedura haya desaparecido. Aparentemente la gente mejoraba al llegar aquí, al menos físicamente. Algo de positivo tenía este mundo de geografía bipolar.

Hice un último intento de hablar con Alma. Ahora ya más tranquila, más sosegada.

—Alma no me puedes hacer esto... ahora... bella durmiente acá... bella durmiente allá, Alma despierta... no me hagas esto, vamos...—.

Silencio. David no se movía de su lado. La cogía entre sus brazos fuertes y apoyaba la cabecita de Alma en su pecho. Parecía que la cabeza de Alma fuese hecha para el pecho de David y es más, caí en cuenta, que capaz era así. Quién sabe. Mientras lo veía abrazar a Alma, que ahora tiritaba de frío, también, me di cuenta que se quedarían así, para siempre y toda la eternidad si yo o alguien no hacían algo. ¿Quién sería David? En otras circunstancias me hubiera interesado mucho su naturaleza y su historia.

Fue así como comenzó lo que yo pensaba sería una aventura solitaria. ¿Qué era esta isla? ¿Cómo me iba a alimentar? ¿Cómo funcionaba, exactamente, eso de la neblina? Necesitaba respuestas. Pensé en arrastrar, con o sin la ayuda de David, a Alma a través del bosque, pero al voltear me di cuenta que la topografía había cambiado completamente. Lograba vislumbrar un pantano, bordeado de lo que parecía arena movediza. El bosque se había puesto mil veces más frondoso, como si los árboles se hubieran multiplicado mil veces, todo era más peligroso. Capaz habían diferentes temporadas, momentos que eran más fáciles que otros para pasar por el bosque.

Por ahora era evidente que el bosque no quería que pase por ahí. No dejé que esto malograra mis ánimos. Capaz habría una salida por el mar. El mar parecía muy pacífico, casi una piscina. ¿Tendría olas más grandes? ¿Cómo sería la marea? Sería cuestión de calcular la marea. Y poco a poco se vinieron más y más preguntas y cosas por hacer hasta que eran una avalancha.

—No entiendo, no entiendo...— me decía a mí misma, o eso pensaba.

— ¿Pero eso no significa que este mundo en sí sea incomprensible, no?— escuché una voz femenina. Era lo mismo que me había dicho Alma.

—Toma mi regalo— me dijo al entregarme una rosa. Era la voz más femenina que había escuchado en mi vida, si existe tal cosa.

David la escuchó también, lo vi mirar al aire y a nuestros alrededores. Por primera vez desde el incidente vi una esperanza real en sus ojos.

Y a decir verdad, si alguien oye la misma voz que tú escuchas, lo más probable es que la voz exista realmente y que no sea tu imaginación. Por lo tanto, decidí hacerle caso, capaz era mi intuición que se manifestaba de esta manera, eso de escuchar con el corazón. Así que tomé la rosa más rosada, que era lo único que tenía y se la ofrecí a mi mejor amiga. Aunque Alma estaba con los ojos cerrados, acerqué la rosa hacia su cara. Alma la olió y dejó de llorar y tiritar y quedó dormida, pacíficamente, entre los brazos de David. Las tinieblas se fueron, salió el sol nuevamente. Concluí que era muy posible que la rosa tuviera poderes. Pensé en quedármela y ponerla detrás de mí oreja como si fuese un lápiz, pero decidí dársela a Alma, para que la protegiera. También quería que se quedara con algo mío, antes de ir explorando por los alrededores. Esperaba que no hiciera mucho frío, ya que lo único que tenía era mi vestido de tiritas celeste de pijama.

— ¿Quién eres?— le pregunté a David por última vez. Me miró con cara de confundido, como quien mira a un gato. Sus ojos se balanceaban entre Alma y yo, luego se quedó pasmado, mirándola. —— ¡Un gusto! —.

Le hable al aire y le dije que quería que me hablara de nuevo. Pero no me hizo caso. Bueno, me dije, no hay que perder la noción de uno mismo. Hay que tener tolerancia a la frustración, la comodidad no siempre es felicidad, etc. Y comencé a caminar en la arena esperando encontrar respuestas. Pero sin darme cuenta, comencé a andar en un ida y vuelta. Entonces recordé mi celular, en el bolsillo de mi pijama. ¡No se me había perdido! ¡Aja! Buenas nuevas. ¡Sí! Había wifi, significaba que no estábamos tan lejos. Abrí internet, busqué y leí muchas cosas, entre ellas sobre el estado de nirvana, viajes astrales y otras cosas, aunque el hecho que tenía mi celular conmigo descalificaba la mayoría. Estaba desesperada por conseguir información. Era momento de saber qué estaba pasando. Pero ningún artículo me brindó una solución práctica al problema y fueron poco informativos. Nada describía nuestra situación al pie de la letra, pero varios artículos relataban diferentes experiencias que daban atisbos a nuestra situación. Antes que se acabara la batería, logré mandar mensajitos pidiendo ayuda a ambos gemelos, a mi abuela y a Pedro Pablo. Me contestó Gabriel, uno de los gemelos, preguntándome dónde diablos estaba, que la abuela, padre y madre, habían salido de la casa como un huracán. Estaban indignados que nunca les contasen nada, ¿Cuándo habían regresado de viaje? Le escribí que estaba en una playa/isla misteriosa pero paradisiaca al igual que Punta Cana (donde habían estado), y de que preguntaran por mi cuerpo, porque quería saber si estaba ahí o no. Desafortunadamente, el celular me dejó de funcionar antes de que pudiera recibir respuesta alguna. En un arranque de frustración tiré el teléfono al agua. En eso comenzó a llover estruendosamente, quedé empapada y molesta, sentada en la orilla del mar. 

Entre el Silencio y las LágrimasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora