Prejuicio | Doce | Nueva edición.

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Facundo

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Facundo.

Luces intermitentes, una sensación de libertad, alguien grita en la lejanía, mientras el techo se tiñe de rosa y me alcanza hasta envolverme. Recuerdo con exactitud lo que se sintió estar a punto de morir, debido a una bola rápida* que salió mal. Es más, esa sensación me envuelve a veces, me ataca, me encierra y se convierte en una pesadilla que me provoca apnea del sueño, que me agobia y aterra, porque no me deja mover ni respirar.

Cuando has tocado ese tema en especial durante la última carta, logré asimilar que nunca hablamos de ello con claridad, que jamás me sinceré sobre el proceso que tuve que vivir para llegar a tocar fondo. Y es que tu jamás me exigiste una respuesta ni siquiera una explicación, solo estabas ahí, esperando que me recuperara, animándome a salir adelante, jamás pediste nada mas allá, a diferencia de mi padre que aun moribundo en una cama, apenas recuperándome de una sobredosis, me exigía que le contara que había provocado toda esa basura de las drogas.

Han pasado años para poder darme cuenta de que debo una explicación, aunque no espero que la tomes siquiera, solo espero que la leas y entiendas que soy yo quien necesita contarte esto, porque necesito desenmascarar cada secreto que he mantenido guardado.

Siendo así, espero que la leas, además, desearía pedirte que no me juzgues por lo que te estoy a punto de contar, pero es que siquiera hacerlo es demasiado.

🦋🦋🦋

Recuerdo la primera vez que alguien fuera de la escuela me ofreció heroína, recuerdo recibir una pequeña bolsa blanca, sostenerla durante días en mi bolso, la sacaba cuando nadie me veía, la pasaba por mis dedos y le daba tantas vueltas por tanto tiempo que a veces, incluso, olvidaba poseerla. Luego, cuando me aburría o alguien llegaba, la guardaba en mi bolso, en medio del cuaderno de matemáticas.

Permaneció allí, durante dos meses, lo recuerdo con exactitud.

Una noche cuando papá no volvió a casa porque se encontraba en el hospital me escape, bueno, el sentido de escapar es un eufemismo, porque nadie escapa de donde ni siquiera saben de su existencia. Esa noche salí, me encontré con Juan, el mejor estudiante de mi clase, él era el expendedor.

Esa noche hablamos durante toda la madrugada, nos sentamos en la entrada de la casa de Amalia Palacios*, mientras muchos chicos llegaban a donde estábamos, le pedían su paquete y él con pena, interrumpía nuestra conversación, lo entregaba y seguía nuestra platica después de recibir el dinero. Al final, cuando el sol punteaba, mientras bebíamos una cerveza, recuerdo sin pena haberle preguntado porque lo hacía, porque se dedicaba a ello, siendo un chico tan inteligente.

Sus palabras a veces vibran en mi ser, cuando veo en las noticias que han asesinado a algún delincuente o expendedor en la calle.

La situación está muy difícil, Facu, me dijo, mientras guardaba su dinero en su bolsito. Ojalá todos pudiéramos darnos el lujo de pensar en una universidad como tu amigo Joaco o tu hermano, pero no es así, porque el mundo no tiene oportunidades para los más pobres. Bajé la mirada cuando dijo eso, mire sus manos callosas y sus uñas sucias y las compare con las mías e incluso sentí pesar por él. Quisiera tener un padre que me quisiera, que respondiera por mí, pero la vida es de los fuertes, de los valientes que luchan por salir adelante y no de los que viven quejándose. A veces desearía no vender esto, yo sé el daño que provoca, pero es que no hay más opción.

Por alguna razón que desconozco, esa conversación se ha quedado grabada en mi memoria hasta ahora, porque me marcó, comparé su sufrimiento, sus sueños, sus ganas de salir adelante, su inteligencia y cuanto le costaba sobrevivir, con mis problemas y me sentí como un niñito llorón.

Esa noche nos quedamos hasta la madrugada hablando, le conté sobre papá, sobre como mi madre había sido una adicta, sobre el egoísta y antipático de mi hermano y al final, hablamos de ti, de cuanto me había afectado tu partida y que me sentía tan solo que me inundaba una tristeza que pensaba nadie nunca podría llenar. Al final, cuando llegué a casa en la mañana y me encontré como una novedad, con la casa sola, aspiré ese sobrecito que había guardado por meses y sentí una euforia que no lograba recordar sentir desde que era un infante que no sabía nada de la vida.

Con el paso de los meses Juan se convirtió en un muy buen amigo, nos veíamos en el parque todos los días y jugábamos baloncesto o lo intentábamos porque su trabajo nos interrumpía más veces de lo necesario. A medida que crecía nuestra amistad, también crecía mi necesidad y adicción por las drogas, por la heroína y la cocaína, por aquellas que discutía fuertemente con mi amigo, cuando se negaba a vendérmelas.

No te dañes así, decía Juan, se halaba del cabello negro y me rogaba con sus ojitos del mismo color anegados en lágrimas que dejara de consumir, cuando embriagado por la euforia no me podía siquiera levantar del césped del parque para volver a casa. Entonces, el cargaba conmigo como peso muerto, me llevaba a casa y por la ventana entrabamos a hurtadillas, la mayoría de las veces se quedaba conmigo hasta el amanecer o cuando despertaba, esperando que no muriera por una sobredosis.

No sé en qué momento esa amistad plagaba de buenas intenciones, o por lo menos de su parte, se convirtió en una relación complicada, adictiva, toxica y dañina que nos consumió de tal manera que nos convirtió a ambos en dos adictos, yo a las drogas y él a mí.

Te mentiría si te confesara que reconozco en que momento con exactitud nuestros sentimientos traspasaron la línea de la amistad, hasta convertirse en algo más, porque no lo sé y no creo que Juan lo sepa tampoco. Solo sé que, embriagados y adictos, un día solo nos besamos hasta saciar las ansias que teníamos por el otro.

Yo estaba vulnerable por tu partida, él solo deseaba ser amado, ambos estábamos confundidos, tanto que un día llegamos a creer que esa sensación dañina y toxica, podría algún día llamarse amor.


🦋🦋🦋

Continuará.

Bola rápida: También es conocida como speedball (en inglés) y es una mezcla de heroína y cocaína que se combinan en una misma jeringa para usarla en vía intravenosa.

*Amalia Palacio y Fernando Sarmiento hacen parte de otras de mis historias, solecitos. Vivimos en un mundo chiquitito.

Este prejuicio tiene segunda parte :V

Nueva edición: Mayo de 2024.

Los prejuicios de Facundo | Serie Épicos IWhere stories live. Discover now