Prejuicio | Trece.

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Facundo

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Facundo.

Son difusos los días que pase a su lado, porque la mayor parte de ellos, la pasamos acostados en el césped, sumidos por una euforia catastrófica que empezó a acabar con nuestras vidas de a poco, mientras nos convertíamos en adictos de una felicidad fingida. Recuerdo pocas noches eternas, días cansados, pequeñísimos segundos en que apenados rozábamos nuestros labios y nos separábamos con una sonrisa risueña en nuestro rostro, rehuyéndonos las miradas mutuamente. Los encuentros en los cuales traspasamos el sentido de la amistad, puedo contarlos con mis manos.

Éramos adolescentes curiosos, insatisfechos, experimentando ese sentimiento tan extraño que nos recorría el cuerpo, cuando atrapados por las drogas nos acercábamos tanto que un beso estaba a un centímetro, que una caricia era inevitable. Papá nunca estaba en casa, como lo sabes, así que vernos y hundirnos en las drogas en mi casa era tan fácil y sin complicaciones que pocas veces nos complacía tanto, como ponernos hasta las narices fumando porros en el parque principal, donde todos podían vernos, donde las señoras chismosas pasaban asombradas hablando con voz fuerte para que las oyéramos, donde los niños nos miraban y corrían asustados, donde estábamos a la vista de los chismes, uno de ellos, sobre nuestra sexualidad.

Recuerdo estar sentado en una banqueta fuera de la escuela, cuando dos chicos de los cuales no recuerdo su nombre, se burlaron de mí, me gritaron maricón y huyeron, riéndose por su insulto. No lo entendí hasta que tu hermana me lo comentó, me dijo que todos hablaban sobre nuestra relación, el cómo nos mirábamos, nos tomábamos las manos y nos besábamos en el parque, ese mismo donde nos drogábamos hasta el amanecer. Llevaba meses huyéndole a los chismes, a las palabras hirientes en las cuales me llamaban desechable, drogo, marihuanero, entre muchas cosas más. Esos chismes me habían afectado, pero ninguno como este.

Sentí tanto miedo de los chismes, de las conversaciones secretas que me perseguían tanto como los dedos que me señalaban por doquier, los insultos que me degradaban, las bromas en el salón de clases que convirtieron mi último año en una pesadilla, que terminé alejándome de los únicos seres a los cuales aún les importaba, tu hermana, tu madre y Juan. Así fue, como detrás de una búsqueda implacable por dejar esa vulnerabilidad que despertaban los chismes, terminó de consumirme las drogas, hasta que una sola ya no provocaba nada, hasta que olerla ya no despertaba emociones, cuando fumarla ya no me conducía placeres y me convertí en un ladrón perfecto en el hospital donde trabajaba mi padre, un ladrón que guardaba implementos médicos en los bolsillos de sus pantalones, camisas, chaquetas y hasta en los zapatos.

Alejado de todos me deje consumir por las drogas, deje que me convirtieran en preso de ellas, mientras buscaba la libertad, la euforia y retazos de una felicidad irreal. Me aferre tan fuerte durante ese último par de meses por las drogas que casi parecían irreales las reclamaciones de mi padre, donde me pedía explicaciones sobre una realidad que él había vivido de primera mano como espectador pero que había decidido ignorar. Es casi imposible que papá no se hubiera dado cuenta de todo este embrollo, del olor brotando de mis ropas y mi habitación, de mis ojos siempre rojos, de mi estado perdido e ensimismado en el cual me encontraba. No haberlo visto solo hubiera sido posible en un plano paralelo. Pronto, cuando los días empezaron a escalar, el placer se esfumó, ya no era suficiente un simple polvo ni un cigarro para matar tanta soledad, tanta tristeza, dolor y desolación. Entonces, comenzó la carrera en la cual el único premio seria la muerte.

Deseaba como pocas cosas en la vida, morir.

Mi estado era vulnerable, apenas y podía moverme de la cama, bañarme, comer, entre otras actividades rutinarias, era un verdadero esfuerzo monumental que requería mas fuerzas de las cuales poseía y que decidía pasar. Las reacciones de mi cuerpo después de una bola rápida eran tenebrosas, me invadían unas ganas tentadoras de acabar con todo, de hundirme en mis cobijas y nunca despertar, entonces me recostaba sin fuerzas sobre la cama, cerraba mis ojos y cuando menos lo pensaba, mis mejillas se encontraban cubiertas de lágrimas y mis manos temblorosas trataban de detenerlas, de terminar con un llanto intenso que me inundaba por dentro.

Pasaron semanas así, donde la intensidad con la que deseaba drogarme solo era igual a la palabra suicidio, donde me sentaba en la orilla de mi cama hasta que las manchas oscuras desaparecían y lloraba con intensidad sin tener un motivo o tenerlos todos a la vez. Me hundía, me hundía en mi misma posición, sentado en el suelo, con una guitarra entre mis dedos, garabateando letras y notas musicales. Viví todo ello, hasta que un día decidí salir de casa, me detuve en el parque y mire los carros pasar hasta que me cansó hacerlo, entonces me voltee y en la lejanía mire a un hambriento Juan comiéndole la boca a otro chico, en un beso apasionado que me sacudió el alma, y no porque precisamente lo amara, sino porque me hizo sentir que era remplazable.

Esa noche, pensé en ti, en mi padre, en tu madre y tu hermana, me detuve varias veces, pero al final llegué a la misma conclusión, era remplazable, como casi todo en la vida y ustedes algún día lo entenderían. Esa noche me puse hasta las narices con una bola rápida, soñé con nubes rosas, con cielos inmensos, con ojos azules del color del mar y en algún momento recuerdo oír gritos, el sonido de la madera al crujir (mi padre había roto mi guitarra favorita) y al final, un pitido intenso que se unió a un grito profundo que me hizo doler los oídos.

En ese meollo de circunstancias, en esa mezcla de placeres y con un fuerte dolor en el pecho, recuerdo pensar en cuan agridulce se tornaba a veces la felicidad.

🦋🦋🦋

Ese era el último secreto que resguardaba en mi ser para ti, ese es el último de mis dolores que llevaba escondido en lo más profundo. La verdad, pensé muchas veces en contártelo, en noches interminables a tu lado, soñaba con poder contarte esto a ti, a mi mariposa perdida. Sin embargo, algo siempre terminaba frenándome, supongo que abrir mi corazón incluso siendo a ti, me era demasiado difícil.

Hoy, conoces todo de mí, conoces cada secreto, solo me falta uno.

Ultimo secreto: Cuando estaba a punto de morir, cuando los cielos rosados se fueron y me sentí desfallecer nos vi a los dos sentados en el patio de tu abuela soplando dientes de león, pidiendo deseos al cielo que no éramos capaces de formular, pero fingíamos desear. Ahí, en mi último recuerdo, siempre estarás vos, mi mariposa perdida.

Espero no me extrañes.

No quería decirlo por este medio, pero... te amo y te amaré siempre.

Siempre tuyo, Facundo.

🦋🦋🦋

Final inesperado :0

Ay wey.

Estos prejuicios son tan complejos. 

Los prejuicios de Facundo | Serie Épicos IWhere stories live. Discover now