Capítulo 50: Renunciar

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Mis manos estaban frías y pálidas, se podían apreciar todas y cada una de las venas que recorrían mi piel, señal de que no estaba nerviosa, estaba terrada. 

A pesar de que Daniel insistiese en acompañarme a hablar con mi madre no podía dejarle, primero porque mi madre había dejado muy claro en esa corta y firme frase que solo quería hablar conmigo, y segundo, porque ya iba siendo hora de poner las cartas sobre la mesa, y para eso tendría que enfrentarme yo sola a mi propia madre. 

Llamé a la puerta y esperé a que mi madre me dijera que pasase. Entré y cerré la puerta lentamente. No solía meterme mucho en aquella habitación. Me resultaba extraño pensar que hacía unos años era mi padre quien dormía plácidamente en aquella cama matrimonial y que ahora era otro hombre, y aunque ese hombre fuera Rob eso no hacía que dejase de ser tan raro. 

Mi madre estaba sentada en el banco blanco acolchado que tenía frente a su tocador, blanco al igual que el asiento. Se había quitado la ropa y se había puesto un camisón corto blanco con bordados negros; incluso en camisón, mi madre siempre tenía que estar perfecta. 

—Puedes sentarte si quieres -dijo señalando la cama-, o puedes quedarte de pie, haz lo que quieras, siempre lo haces -se soltó la coleta alta que llevaba y dejó que su larga cabellera cayera por su espalda como una cascada dorada. 

—Creía que tenías una operación esta tarde -dije sin moverme, no es que no quisiese sentarme, es que se me habían paralizado las piernas. Me sentía como un pequeño ciervo ante un aterrador tigre; era la presa y mi madre era el depredador. 

—Hemos tenido problemas con el donante y hemos tenido que posponer la operación. Había pensado que podría venir pronto a casa y tal vez salir tu y yo a solas a cenar por ahí, pero supongo que no era buena idea. 

Cogió su cepillo favorito y comenzó a cepillarse el cabello con suma tranquilidad. Se trataba de un precioso cepillo plateado con cerdas blancas, y tenía las iniciales de mi madre grabadas en el mango; había sido uno de los últimos regalos de cumpleaños que le hizo mi padre. 

—¿Es esto lo que hacéis Daniel y tu cuando no estoy en casa? -preguntó con indiferencia, yo me limité a agachar la cabeza. Dejó el cepillo con cuidado en la mesa y cogió su joyero para meter dentro los pendientes y los anillos que llevaba; solo se dejó la alianza puesta. 

—Di algo mamá -le rogué, aunque temía por lo que me podía contestar. 

—¿Que te diga algo? ¿Acaso te importa lo que yo te pueda decir? 

—Claro que me importa, eres mi madre. 

—Vale, dime, ¿cuánto tiempo lleváis así?

—Unos siete meses, más o menos. 

—Siete... -murmuró boquiabierta, pero pronto cambió su cara impresionada a una expresión seria y fría-. ¿Pensabas decírmelo algún día? -cogió su crema hidratante y se lo puso en el rostro y en el cuello. 

—Sí, pero no sabía cómo, estaba esperando a que llegase el momento adecuado.

—¿Creías que no me lo tomaría bien? -se levantó y caminó a mi lado, sin mirarme a la cara, para coger su bata, el cual estaba en el respaldo de la silla del escritorio que compartían ella y Rob.

Enamorada de mi hermanastroWhere stories live. Discover now