Capítulo 2.

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Luhan.

Desde el día en que nací, nada había sido sencillo. Mis padres siempre se encargaron de enseñarme cada una de las técnicas de supervivencia que ellos mismos habían logrado desarollar con la práctica.

Nunca llegué a comprender el porqué de tener un bebé en aquellas condiciones, teniendo en cuenta de que era una boca más que alimentar y que proteger. De hecho, fue por esto último por lo que terminaron muriendo.

Debía tener entonces entre cinco o siete años (Realmente no terminaba de llevar la cuenta; saber en qué día vives por esas fechas, no era precisamente sencillo). Acabábamos de conseguir unas viejas latas de conserva sin caducar, en el caso de que esas cosas caduquen, y comíamos como cualquier otro día, en una cueva que días antes habíamos clasificado como segura.

Pero resultó no serlo.

Los androides nos encontraron en un momento de despiste, y asesinaron a mis padres ante mis ojos. Después de aquello, no recuerdo nada más. Tan solo un golpe fuerte en la cabeza, y de pronto no ver nada, hasta que desperté días después, rodeado de la sangre de mi familia y de sus cuerpos.

Aquella fue la última vez que lloré.

Pero ahí estaba ahora yo, viviendo al día, y disfrutando de los pequeños momentos de tranquilidad que tenía de uvas a peras, entre huida y huida.

Hacía ya dos años que me encontré con un grupo de supervivientes, de una edad similar a la mía. Se trataba de tres chicos bastante diferentes entre ellos. Chanyeol era enorme, probablemente de las personas más altas que jamás había visto(Aunque habría que tener en cuenta que los seres humanos cada vez escaseaban más), tenía unas orejas de soplillo bastante notables, y una sonrisa asombrosamente enorme y permanente, aunque parecía desgastarse con los años.

Otro de los chicos era Baekhyun. Un chiquillo de estatura media-baja, con rasgos finos y adorables. Podría decirse que era algo así como el que le daba personalidad al grupo, con sus chistes, charlas, y temas de conversación que parecían volver la vida más amena.

Por último, estaba KyungSoo. El más bajito de los tres. Sus labios eran gruesos y bien formados, y sus ojos grandes y redondos. Cuando sonreía alguna vez, sus labios formaban un corazón, y segun la situación, era algo que podía resultar adorable, o terrorífico. Era bastante serio y callado, y solía tener ideas de lo más descabelladas y preocupantes, pero de alguna manera, parecía ser el ejemplo más claro de cordura para los demás.

Pero sin embargo, si me contaba a mí mismo, ahora tan solo éramos tres. Baekhyun perdió la vida en una redada de los androides, al ser atrapado por haberse retrasado un poco, y Chanyeol por poco no se va detrás. Trató de correr a ayudarle, pero tanto KyungSoo como yo sabíamos que ya era demasiado tarde para él, por lo que fue el primero el que a la fuerza, logró que Chanyeol siguiera corriendo, con la imagen de un Baekhyun ensangrentado grabándose en su mente para siempre.

No fue fácil. Nada lo había sido, en realidad. Para el alto, Baekhyun siempre había sido considerado más que un amigo, pero nunca pudo llegar a expresárselo correctamente. Cada día se culpaba de su muerte, y de no haber podido sincerarse, desde el día en que lo perdimos.

Todo era demasiado triste.

Sinceramente, debo decir que aunque nazcas en unas circunstancias y crezcas viendo a gente morir continuamente, no es algo a lo que te acostumbres jamás. Ningún ser humano cuerdo podría adaptarse a algo así sin sufrir. Vivir en este planeta, había dejado de considerarse vivir en realidad. Ahora el apelativo, era sobrevivir.

•••

– Tenemos que trasladarnos.-–Aquella noche fui yo el que comenzó la conversación, jugando con la madera calcinada sobrante de la reciente hoguera que había transformado en comestibles unas cuantas ratas.– Llevamos aquí ya tres días, terminarán por descubrirnos.

Chanyeol miró a sus pies, o a lo que sus piernas cruzadas dejaban ver de ellos. Todos sabíamos que se negaba a dejar esa ciudad, y que podría deprimirse incluso más si lo hacíamos, pero era totalmente necesario. Allí había muerto Baekhyun, y también allí había vivido con él, el tiempo que tuvieron. Dejar esa ciudad iba a ser como abandonarlo, como forzarse a olvidarlo.

–Mira, Chanyeol... Sé que– KyungSoo fué cortado por la voz del otro bruscamente, mientras que yo tan sólo los observaba.

–Lo sé. Sé que es necesario y sé que no podemos prolongarlo más, sé que no puedo seguir así, ya lo sé.– Dejó escapar un quejido ronco y negó con la cabeza.– Mañana por la mañana.– Sentenció, y se recostó sobre el suelo.– Dadme hasta mañana por la mañana...

KyungSoo y yo nos miramos y asentimos al mismo tiempo. Por lo menos le daríamos esa noche para descansar y amueblarse bien la cabeza.

Cuando todo el mundo ya había logrado conciliar el sueño, yo seguía dando vueltas sobre el suelo. No dejaba de clavarme piedras en la espalda y no conseguía dormir, por lo que terminé por levantarme e ir a asomarme a la abertura de la cueva.

La brisa era fría en aquella estación, entre otoño e invierno, suponía, y como te quedaras corto de ropa, se te colaba hasta los huesos. El fondo estaba cambiado. Muchísimo más cambiado a como estaba diez años atrás.

Los humanos siempre habíamos tenido la necesidad, de alguna manera, de conservar bosques y plantas para nuestra salud y la del planeta, pero eso poco le importaba a una máquina de plástico y metal.

Todo lo que se veía era blanco sobre el negro de la noche. Una cerrada oscuridad que a penas se iluminaba por las finas líneas de luz que formaban las grandes ciudades a lo lejos. Ni una planta, ni un árbol, ni siquiera una simple hoja de césped. Era tan escaso, que asustaba. El mundo se moría a pasos agigantados.

Me quedé allí un buen rato sin dormirme ni  relajarme. Había algo que me mantenía más tenso que la cuerda de una guitarra.

De pronto, rompiendo el silencio nocturno, unos pasos agitados y rápidos, se comenzaron a escuchar en la lejanía. Alarmado, me pegué a la pared de la cueva a la velocidad de un rayo, mientras sacaba un revólver del bolsillo trasero del pantalón. Pero un cuerpo cayendo sobre mí, hizo que el arma cayera al suelo, después de dispararse solo.

Estaba asustado, muy asustado, y totalmente desarmado.

-¡Ayuda! ¡Ayúdame, por favor! -Reconocí la voz como masculina dada su gravedad, y comencé a tantear el suelo hasta dar con mi pistola, cuya linterna integrada encendí para apuntarle directamente a la cara.

Maldita sea.

•••

「ERROR: 391」Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt