Capítulo I

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Un día más de mi supervivencia. Escuché un fuerte ruido y me desperté asustada. No podía evitar estremecerme y entrar en alerta. Supongo que no hacía mucho que me había dormido, porque aún era de noche.

Suspiré y me levanté a ponerle el pestillo a la puerta de mi habitación. La bestia llegó, seguramente ebria y con ganas de golpearme. Ya era una costumbre para él usarme como su saco de boxeo.

No quería soportarlo más. Pero sólo me faltaban unos meses. Había estado ahorrando dinero, trabajando luego de la universidad para largarme cuanto antes de ahí.

Sí, iba a la universidad. Estudiaba fotografía; aunque para la bestia fuese algo estúpido, para mí era una pasión. Uno de los legados de mi madre era el amor por las fotos.

Mi madre... Cuánto la extrañaba. No podía evitar sentirme culpable por su muerte, aunque sabía que era insólito. No podía evitar maldecir ese día y desear haber sido yo y no ella.

Lo sentía tanto.

Escuché unos pasos acercándose y me tensé. No quería, no quería. No podía creer que fuese mi propio padre quien me golpease.

—Vic, sé que estas ahí. No quiero pelear, sólo quiero hablar contigo —si creía que confiaría en él estaba loco.

—Vete ya, papá. ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres golpearme, verdad? ¿O aún no estás tan ebrio como para hacerlo?

—¿De qué hablas? Abre ya la puerta —caradura, encima se hacía el desentendido.

—Vete, siempre es lo mismo, no sé cuánto más puedo soportarlo —dije al borde del llanto.

—Victoria. Ábreme la puerta ya mismo... —cerré los ojos y respiré pesadamente, parándome para ir a abrirle. A lo mejor así se callaba y ya—. ¡JODER, VICTORIA, QUE ME ABRAS YA! —gritó y yo pegué un pequeño brinco por el susto.

Me sorprendía que después de tanto tiempo aún no me acostumbrase a sus cambios de humor o a sus malditos gritos o maltratos.

—¿QUÉ? ¿Qué quieres? No me hagas reír, papá. Tú me odias, yo... No lo entiendo. ¿Por qué lo haces? Mamá tenía la jodida razón cuando decidimos irnos. Tú... Esto es tu maldita culp... —le dije al abrir la puerta, pero él me interrumpió.

—¡¡¡NO NOMBRES A TU MADRE!!! —Un golpe. Su puño cerrado impactó en mi mejilla. Eso dolió. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me negué a derramarlas. No delante de él—. ERES UNA PERRA DESGRACIADA, TENDRÍAS QUE HABER SIDO TÚ —. Otro golpe en mi mentón. Hijo de perra.

Hice una mueca de extremo dolor inconscientemente. Acostumbraba a no demostrarle cuánto me dolían sus golpes o sus palabras, pero no pude hacerlo en esta ocasión.

—DEJA DE PONER ESA CARA DE IDIOTA Y VETE A DORMIR, JODER. DEBERÍAS DE HABER SIDO TÚ. SÓLO TÚ Y NADIE MÁS —dijo escupiendo algo de saliva en mi rostro.

—PUES LAMENTO DECIRTE QUE NO FUI YO. SIGO AQUÍ. AUNQUE DESEARÍA ESTAR MUERTA COMO ELLA —contraataqué con todo el valor que podía llegar a tener.

Cerré la puerta y me senté en el suelo a llorar. Lloré tanto que mis ojos me ardían. Luego me dirigí al baño de mi habitación. Cogí una navaja y arremangué mi camiseta, dejando mis muñecas a la vista, comencé a hacer cortes. Dos golpes. Dos cortes.

Suspiré y vi mi imagen en el espejo. Tenía mis mejillas rojas y mis ojos hinchados de tanto llorar. Mi piel era muy blanca y cuando lloraba tendía a ponerme colorada por la fuerza o la bronca que me producía.

No voy a decir que me asusté o algo por el estilo, porque debo admitir que ya estaba acostumbrada a ver mi rostro o mi cuerpo magullado por los golpes.

La mejilla que él me había golpeado se encontraba un poco más roja e hinchada y dolía como la mierda.

Cogí una pomada y me la coloqué sobre el golpe para que al día siguiente no se notara tanto. Me limpié los cortes antes de volver a mi habitación. Mañana me esperaba otro día de estar maquillada y fingir que nada pasó.

De eso se trataba mi vida, vivir un infierno en casa, llorar y maldecir a diario haber nacido, y al otro día, ir a la universidad y hacer como si nada hubiese pasado con una sonrisa en mi rostro.

Estaba acostumbrada a fingir sobre mi estado de ánimo.

No tenía coherencia decir que odiaba a la gente hipócrita, aunque sí lo hacía. Pero si alguien me conocía a fondo, se daría cuenta de que yo también lo era. No todo el tiempo, pero sí en el sentido de aparentar felicidad cuando mi mundo estaba malditamente desmoronado.

Desde la muerte de mi madre mi vida dejó de tener sentido y sólo se trataba de vivir por inercia. ¿Vivir? Reí sin rastro de gracia en mi voz. Esto no era vivir. Yo estaba sobreviviendo. Esperando el momento indicado para irme. Esperando el momento indicado para volver a recuperar mi vida. Esa vida feliz que en algún momento tuve.

Tenía miedo, porque en el fondo, lo veía como algo imposible o simplemente me asustaba demasiado que la bestia me matara antes de que tuviera la oportunidad de irme bien lejos de esta maldita ciudad.

Irónico. No poder vivir por el miedo que me generaba una persona que por teoría debía provocarme admiración, por el simple hecho de ser una de las personas que me vio nacer, que me crió.

Una persona de la cual debería recibir amor, cariño, palabras de aliento. No golpes ni insultos. Mucho menos, odio. Una persona en general no merece ser odiada, pero mucho menos serlo por una de las personas que la engendró.

Absurdo. Estúpido y malditamente absurdo.

Negué con la cabeza alejando esos pensamientos que no hacían nada más que no fuera atormentarme y quitarme las pocas fuerzas que me quedaban.

Sin más, me acosté en la cama con mucho cuidado de no apoyar mi mejilla en la almohada, ya que dolía como el infierno, y empecé a escuchar música con mis auriculares para poder dormirme un poco más tranquila.

Al cabo de unos minutos me quedé dormida, y por extraño que parezca, no tuve ninguna pesadilla.



[CORREGIDO]


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