Capítulo XXXII

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Capítulo XXXII

Robert Cartwright había sabido aquella inevitable noticia sobre el estado de salud de su hija bastarda. Celebró al ver que finalmente la vida le estaba haciendo justicia. No había tenido que alzar las manos para deshacerse de ella. Sin embargo, algo que desconocía le dejó helado. A través de aquellos rumores que corrían por todo Londres, se enteró que el hijo varón que había tenido ella, había heredado una marca de nacimiento única en los Cartwright.


Incluso la había comparado con la suya, al haber sido heredada en el mismo lugar. Aquel pequeño bebé de apenas cinco meses la poseía entre su cuello y la parte trasera de su oreja izquierda.


<< ¿Podía ser ser todo aquello cierto? >>, inquirió mientras el sonido de su consciencia despertaba abruptamente y le recordaba cada cosa que había dicho y hecho en el pasado. << ¿Y si fuese verdad?>>  << Si Annette fuese mi hija, ¿De esta manera he de pagar mis errores, sabiendo que se está muriendo? >>

— ¡Debo ir a ver a ese niño! ¡Exigirle al Duque de Devonshire que me haga ver a ese niño para que mi alma esté en calma! Quizás sean meros rumores... ¿Y si no lo fuesen?

Ver aquella verdad había sido lo peor que había tenido que vivir aquel hombre. No había dolor en el mundo que pudiera igualar o superar el suyo, al saber que había desperdiciado un valioso tiempo a cuidar y amar a su única hija. Ella había se estaba muriendo en el condado de Devonshire, mientras que él había vivido toda su vida despreciándola y odiándola.

— Ha sido suficiente...— le había expresado el duque de Devonshire, en un tono frío y severo al hacerle ver que había encontrado ver lo que había exigido.

— Es mi nieto...

— ¿No le parece que ya es demasiado tarde para recordar que tiene nietos, lord Cartwright? ¿O es que acaso ha olvidado todo lo que le hizo a su hija y cuánto desprecio tuvo que ella soportar de usted?

— Yo no lo sabía... Yo no sabía que realmente era mi hija.

— Usted le dio su apellido, más no un verdadero hogar después de la muerte de su madre. ¡Esa niña siempre esperó por usted! Pero su orgullo y arrogancia eran más fuerte que verla crecer junto a usted...— le recriminó sin inmutarse ni un poco.

— Su hijo me robó al amor de la única mujer que he amado en esta vida... Me arrancó el corazón al verla haciendo una familia con otro hombre... ¡Su hijo se interpuso en nuestro compromiso! ¡Su hijo es el culpable de todas las decisiones erróneas que cometí en mi vida!

— Mi hijo pudo cometer el error de interponerse entre usted y lady Scarlett. No le refuto eso. Sin embargo, no es razón suficiente para que usted hiciera lo que hizo... ¡Usted mismo decidió convertirse en un hombre despreciable que no tan solo lastimó a su pobre hija, sino a la mujer que convirtió en su esposa.!.. Conozco a la perfección en lo que se convirtió esa pobre mujer... Y no la culpo. Tuve el gusto de conocer al abuelo de lady Agatha Sullivan. Y sé lo honorable que era y la forma que había educado a su adorable nieta...—le miró fijamente, sin ocultar su enojo—. Una cosa que usted no aprendió en la vida es que amar no nos hace lastimar a otro, lord Cartwright... 


Lord Cartwright no pudo refutar aquello. Porque ahora al saber que Annette era su verdadera hija, había entendido lo que ciegamente no había visto antes. Él no había tenido el derecho de lastimar ni a Agatha ni a Annette.


Después de salir de aquella propiedad, donde se le había prohibido regresar, decidió que sólo podía ir a otro. Y no precisamente era Escocia. Necesitaba ver a su hija y suplicar su perdón, aunque era consciente que posiblemente era tarde. Ella estaba terriblemente enferma y su pronóstico no era bueno. No muchos enfermos de escarlatinas sobrevivían a la enfermedad. Le pidió a su cochero que tomara la ruta hacia el condado de Devonshire. Debía llegar a tiempo. Al menos, para llorar en su regazo si ya era demasiado tarde.


No había dejado de llorar en todo el camino. El arrepentimiento y su consciencia no le dejaban en paz. Era culpable de todo aquello, y por primera vez en todo ese tiempo, se admitió que Annette había tomado una buena decisión al huir y casarse a escondida con aquel Cavendish.


— Scarlett hizo lo correcto cuando se casó con otro... Hija mía, tú también lo hiciste al casarte con su hijo...—colocó sus manos en su rostro—. No merezco ser tu padre ni siquiera. Te hice mucho daño... Y no habrá dolor suficiente en esta vida que perderte a ti y a mis nietos...


Aquel viaje se le hizo inmensamente largo. Temía la reacción de Lord James Cavendish. Sabía que no sería tan diplomática como la que había tenido el abuelo de éste. Una vez le había advertido sobre que si intentaba acercarse a su hija, se la vería con él. Pero nada le detendría a acudir a aquel lugar. Necesitaba urgentemente ver a su hija. Necesitaba escuchar su perdón, aunque posiblemente ella nunca supiera de su arrepentimiento. Temía todas aquellas posibilidades que se le avecinaban en su cabeza, una peor que otra.


Incluso aún más cuando regresaba a aquel lugar en donde había visto que había sido enterrado el cuerpo de su amada Scarlett.


Rogó al cielo como no lo había hecho desde entonces.


Lejos de allí, James volvía a entrar a aquella habitación. Había visto a la servidumbre mírale como siempre. Preocupados por Annette y sintiendo compasión por él. Era consciente de que muchos habían trabajado en otros hogares donde los matrimonios por conveniencias hacían que las personas viviesen en un mismo hogar, pero cada uno por su lado. Mientras que en ese lugar, ellos habían sido testigos de aquel amor puro y sincero entre Annette y él. Otros, sin embargo, habían sido empleados por años de su abuelo, y veían en él, a su padre. Y temían que el dolor hiriera profundamente su corazón.


Y no era de negarlo, porque él era consciente que tenía ojeras a causa del insomnio. Y había días que comía muy poco. Hasta tenía una barba de días y su apariencia dejaba claro que ni se había preocupado en cómo se veía en esos días. Sólo deseaba estar con Annette y verla despertar. Verla mejorar.


— No es bueno... que sigas...descuidado por mi culpa...—dijo Annette al observar que él despertaba. Le había estado observando.


Incluso, después de expresarle a una sirvienta que tenía sed, le había pedido que no le despertara. Se veía tan agotado. Su rostro era una prueba viva de ello.


— ¿Annette?— expresó asombrado, al verla consciente.

Colocó su mano en su frente para comprobar si ya había bajado la fiebre. Y finalmente su mayor temor había sido disipado. La fiebre había bajado. 

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Dejaré hoy  la actualización desde el capítulo XIX hasta este capítulo. Ya quedan poco capítulos... Y aprovecharé en dejar el inicio de: La Princesa de Hielo, por si quieren ya pasar por ella. Informó que la continuaré cuando termine de publicar Todo lo que soy. Saludos.... Y gracias una vez más por darle una oportunidad, por sus votos, por sus comentarios...


Todo lo que Soy (1er libro )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora