Capítulo 4

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"Se lo he dicho", pensó Normani mientras se sentaba a la mesa disimulando la emoción. Su padre le dirigió una mirada indagadora, para comprobar si su hija se encontraba bien después de su enésimo desvanecimiento. El reloj de cuco colgado junto a la nevera, comprado por los Kordei en la pasada Navidad en un puesto a la entrada del Altona Coastal Park, marcaba las nueve menos veinte.

-Me parece que estas mejor Normani-dijo su madre mientras servía el asado.

-Deja que sea ella quien diga si está bien- intervino el padre.

Su mujer suspiro sin replicar y se sentó a la mesa como si no pasara nada.

Pero Normani, aquella tarde, no la preocupaba lo que dijeran sus padres. Sus pensamientos eran todos para Dinah.

"Le he dicho donde vivo, lo he conseguido".

Se esforzaba por hacerlo desde hacía mucho tiempo.

Durante el último año había intentado varias veces comunicar algo más de sí, aparte de su nombre, pero creía que no estaba en condiciones. Además, nunca había querido admitir del todo que aquella voz en su cabeza perteneciera a una persona real. Y había también otro motivo que la disuadía de tratar de comunicarse: el dolor. Quizás la chica que había dicho llamarse Dinah no sentía el mismo sufrimiento físico durante los ataques, pero para ella era una tortura. Cada vocablo le perforaba el cerebro, como una aguja que la atravesara de sien a sien. Pero esta vez no tenía dudas de haber pronunciado con claridad el nombre de su ciudad.

Normani se había formado una idea muy vaga de su interlocutora. El nombre era el único indicio seguro. Parecía una voz joven, probablemente de una edad similar a la suya, y durante las visiones había entrevisto sus ojos y atisbado un mechón de pelo rubio sobre su frente.

A veces se preguntaba si no estaba erigiendo un gigantesco castillo de naipes que pronto se derrumbaría llevándose todas sus ilusiones. Esto era lo que más temía: perder aquella sensación que desde hacía años la acompañaba todos los días de su vida, la esperanza de que aquella voz perteneciera a una persona real.

Aquella noche se fue a dormir serena. Sonreía mientras miraba el techo con aire soñador. Las estrellitas fosforescentes que su padre había pegado muchos años antes seguían allí, brillando para ella antes de que se durmiera. Casiopea, el cuadro de Pegaso, Andrómeda y luego la Osa Mayor y la Menor separadas por la sinuosa constelación del Dragón. Un firmamento todo para ella.

Normani cerró los ojos.

Dinah existía, estaba segura. Se hallaba en alguna parte del mundo. De algún modo conseguían comunicarse. Y ella no podía prescindir de él.

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Aquella tarde, después de haber engullido la tarta salada y perdido una hora delante del televisor bebiendo una botella de zumo de pera, Dinah decidió ir al biblioteca. Frente al portal de su casa aquella mañana habían iniciado una obra, una cuadrilla de operarios con mono naranja estaba perforando la calle y el estruendo hacía imposible concentrarse. La prueba de Filosofía estaba a la vuelta de la esquina y ella había estudiado más o menos un tercio de lo que la profesora había marcado.

Con la mochila a la espalda, cogió un par de autobuses y llego a la Biblioteca Universitaria. Ya había estado antes, era un sitio silencioso y frecuentado por chicas mayores que ella, en general alumnas de Politécnico. Cuando entro en la sala, buscó una mesa y fue a sentarse.

Empezó a hojear el cuaderno de apuntes, desganada, y luego cogió de la mochila el manual de Filosofía.

Estaba subrayando con lápiz una frase de Kierkegaard cuando el habitual escalofrió le paralizo la espalda, golpeando cada terminación nerviosa.

Multiverso (Adaptación Norminah)Where stories live. Discover now