Prólogo

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El comienzo de esta historia se remonta en el momento en que los Dioses fueron creados por el polvo mágico de la vida.

Todos tenían sus propios reinos que reinar, sus súbditos que les seguían fielmente sin rechistar, castillos enormes y jardines preciosos en los que reinaban y paseaban para elaborar los planes para gobernar correctamente. Era toda paz y armonía.

Cada ser que había sido creado, era enormemente feliz viviendo en aquél paraíso. Disfrutaban de todos los placeres inimaginables.

Criaturas fascinantes se podían observar en cada uno de los diferentes mundos; cada uno con unas características más que peculiares.

Entre los diferentes mundos había una hermandad absoluta, en  que los Dioses entre ellos se llevaban perfectamente. Tenían un problema y sin duda alguna se reunían todos para intentar solventarlo lo más rápido posible.

Los que más poder tenían eran La Diosa de la Vida, y el Dios del Tiempo. Eran la ley en sí, lo que se decía no se podía nunca vacilar ni desobedecer. Entre ellos durante eones hubo una extraña relación. Se desafiaban cada ocasión que se les presentaba, estaban continuamente compitiendo.

Todas las criaturas eran capaces de notar lo que pasaba entre ellos, solo que no se atrevían a decirlo. ¿Por qué? Las cosas eran un pelín complicadas. El Dios del Tiempo estaba casado con una maravillosa mujer, la hermosa ninfa con el Don de las Profecías.

Y ella, la Diosa, estaba convencida que estaba enamorada del Gran Guerrero, Od. Solo había un pequeño dato que no hacía falta olvidar: él no quería nadie. Solo que la Diosa de la Vida mantenía la esperanza de que lograra cambiarlo de opinión.

Pero ni siquiera aquellos que se consideran todopoderodos pueden cambiarlo todo.

En aquellos hermosos e inimaginables mundos no había preocupación alguna por tiempo. El Dios del Tiempo permitía que todo pase a su tiempo. Vive el ahora, olvídate del ayer y no te preocupes por el mañana, era lo más importante.

Pero después de innombrables ofensas, peleas y competiciones, la primera en darse cuenta de sus sentimientos fue la Diosa. Renunció al deseo que le tenía a Od, olvidó a las infinitas lágrimas rojas que había llorado por culpa del Gran Guerrero. Y se centró a su verdadero amor.
El Dios del Tiempo lo tenía algo más difícil. Aunque su palabra era ley, ni tampoco estaba prohibido tener muchas esposas ni amantes, porque era un sitio totalmente libre, sentía que no era correcto hacerle esto eso a su esposa, su ninfa Alseída.

Pero finalmente siguió completamente a su corazón, y correspondió a su verdadero y anhelado amor, a su Diosa.

Y allí tenemos la prueba de que el odio siempre viene a mano del amor. Juntos crean guerras, peleas. Sangre y lágrimas. Y felicidad indiscutiblemente.

Ciertamente todas las criaturas se lo esperaban. Pero tampoco necesitaban de su amor por el aire, fueran donde fueran. Su relación era envidiada por cada pareja. Todos luchaban para conseguir tan solo una pequeña parte de ese gran lazo que compartían.

Su pasión era anhelada por todos. Eran ardientes juntos, y eran capaces de calentar incluso a los más frios troles del hielo con su enfermizo amor.

Una vez admitidos los sentimientos, dejaron los recelos sin sentido. Los dos eran líderes, pero regularmente compartían diferentes opiniones, provocando que más de una ocasión los suelos de sus palacios temblasen bajo los pies de sus fieles criaturas al estar cerca del enfrentamiento. También no permitieron dejar las competencias entre ellos. Era la vela que aseguraba una relación de lo más dinámica, en la que prometía nunca llegar la conocida y aburrida monotonía.

El poder de una manadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora