Capítulo 15

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En medio del camino, con música suave en el coche, y con los niños sonriendo y jugando (creo que están jugando, no soy experta en las conductas de niños tan pequeños), el teléfono sonó.

Era un número que no tenía registrado, y me extrañaba que alguien me llamase sin saber quién era. Pero de igual manera lo cogí.

-¿Si?- es lo primero que se me ocurrió decir. Y justo en este momento Cahal se puso a llorar, paré un momento el coche, y me olvidé de que alguien estaba en la línea y me ocupé de calmar a Cahal.

-Chst mi niño. Mami está aquí, tu mami te quiere y no quiere que llores. Vamos mi amor- me giré hacia los niños y me alarmé al ver que Daimhin al ver a su hermanito llorar casi se pone llorar ella también. Entre muecas para hacerles reír y palabras tranquilizantes, conseguí que Daimhin no llorase y que Cahal se calmase.

Tal vez los bebés tenían hambre, o tenían algún dolor interno y no sabían cómo expresarlo. ¿¡Cómo voy a saber que les pasa?! Las habilidades que tengo no me sirven para nada si en aquellos que más me preocupan no les puedo ayudar.

Cuando me dispuse a volver a conducir me acordé de la llamada, y vi que ya había cortado. Sin muchas ganas de devolver la llamada, pensé que si es algo importante ya me volverán a llamar.

Llegando al centro comercial busqué una de esas tiendas que tienen un asesor también que te explica cómo cuidar a los niños y lo que hace falta.

Al encontrarla me encontré con un hombre de unos 50 años con lo que supongo que es su nieta bloqueando la puerta con un enrome peluche.

La niña gritaba porque querría llevárselo y el abuelo no se lo permitía. El abuelo se agachó hasta llegar a la vista de los ojos de la niña y con mucho cariño le explicó que no podían llevárselo porque no llevaba suficiente dinero como para pagarlo en ese momento.

A ver, estoy en una tienda de bebés, me acabo de postular madre de dos hermosos mellizos así como si nada, y ver a esa niña aun estimuló más mi sensible vena que no puede negar nada un niña pequeña.

-Hola, disculpe que me entrometa, ¿Pero puedo pedirle un favor?- me acerqué al hombre y a la niña con los bebés en su sillín colgado de mi brazo incómodamente. Necesitaba un carrito doble.

-Ah, eso...Sí dime- me respondió el hombre dudosamente.

-Verás acabo de adoptar a estos dos hermosos bebés, y nunca en mi vida he visto como hay que tratar a unos bebés. Vine aquí para que algún asesor me ayudase, pero creo que usted me podría ayudar si no le es mucha molestia- le fui del todo sincera.

El hombre se levantó, y me estudió con su mirada savia, y miró con infinita ternura a mis ahora bebés.

-Por supuesto que sí, será un placer ayudarla. Y creo que mi nieta podrá ayudarnos, ¿verdad Esther?- se dirigió a la que identifiqué correctamente al principio como su nieta. Ésta al sentirse nombrada se giró y asintió sin saber de qué le estaba hablando su abuelo.

Mientras dábamos vueltas por el establecimiento se presentó: se llamaba Tomás, y su nieta de cuatro años Esther.

Me enseñó cómo se preparaba un biberón, un papillita, qué comidas pueden comer los niños de tres meses (lo dije por cómo se ven estos niños, no creo que tengas más de cuatro).

Era un abuelo, que desgraciadamente su mujer murió hace unos años, y lo único que tiene es a su hija, quién ya está casada. Como los dos padres de Esther trabajan dejan que con placer su abuelo la cuide cuando ellos no pueden Por lo tanto entiende bastante de esto, ya fue padre y ahora es abuelo.

Los bebés no sabía cuándo fue su última comida o si tan solo habían tenido una, así que hice todo lo posible para que me dejaran hacer unos biberones en la tienda misma. No me dejaron, pero un poco de dinero extra nunca les viene mal. Los humanos siempre serán unos ambiciosos.

El poder de una manadaWhere stories live. Discover now