Capítulo 3

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Con un largo bostezo logré volver al mundo real. Una voz contra mi oído me hizo descubrir que había alguien hablándome, y realmente sonaba molesto. Froté mis ojos con una mano y luego de bostezar una vez más le hablé. Según el teléfono llevábamos ocho minutos hablando, pero yo no recordaba haber respondido. Al parecer su teléfono ya no quería capturar la pantalla, pero resultó ser que estaba presionando los botones equivocados. Me dio las gracias antes de cortar.

El reloj en mi pantalla marcaba las cuatro de la mañana con algunos minutos más, pero yo estaba muerto de sueño. Llevaba un buen par de semanas sin poder dormir bien y cuando lo intentaba despertaba con fiebre y todavía más sueño. Al parecer una infección intestinal se había apoderado de mí porque mis dolores estomacales eran intensos, acompañados con terribles vómitos de los que no había podido librarme con absolutamente nada. Lo bueno era que al parecer estaba bajando un par de tallas, lo malo era que mi boca olía a rayos y mi piel lucía todavía más pálida. Lindsey me había dicho varias veces que fuera a médico, pero no valía la pena. Ese tipo de cosas se van pronto.

De todos modos poco me importaba mi salud cuando mi morbosa atención estaba puesta sobre los raritos a cuyo grupo no pertenecía. Las noticias decían que habían aparecido cuatro más en todo el país y uno que estaba radicado en España. De todos los que habían encontrado ya había tres que estaban llevando un embarazo, uno de ellos estaba ya en el segundo trimestre y las fotos realmente eran extrañas.

Un tipo con un vientre de embarazo. Qué enorme fenómeno.

— Gerard, los chicos están planeando hacer algo el próximo sábado porque Kitty está de cumpleaños —dijo Lindsey, ambos sentados en la cafetería de nuestro trabajo. Mi humeante taza de café parecía ser lo más atractivo del mundo.

— Sabes que no me llevo bien con casi nadie —fruncí los labios—. Estaré detrás de ti toda la noche.

— No importa... debes ir, ¿Cómo sabes si conoces a alguien?

— Me interesaría si estuviésemos en vísperas de San Valentín. Pero ya pasó y yo estuve tan solo como siempre —sonreí de medio lado—. Lo pensaré... no para conocer a alguien, sino que para salir un rato. Sigo sintiéndome mal.

— ¿No has visto a un médico?

Yo negué.

— Gee... —ella frunció los labios— Llevas más de dos meses así. ¿Vas a ir cuando mueras acaso?

— O cuando llegue a los cincuenta kilos. Es mi próxima meta —solté una risita entre dientes, pero ella me miró de mala gana—. Iré pronto. Te lo prometo. Pero de seguro se les ocurre inyectarme algo. Cuando fuimos a esa clínica el tipo me inyectó algo y me dolió durante semanas.

— Debes ir —dijo ella, y luego de terminar su té se puso de pie y me dejó solo.

Mis ojos la siguieron cuando fue a lavar su taza y luego cuando se giró a sonreírme antes de volver a trabajar. A través de las enormes ventanas pude ver como el sol ya comenzaba a salir, y dentro de unas horas tendría que entrar a mi segundo trabajo y... el cansancio estaba comenzando a pasar factura de forma exagerada. Posiblemente era un efecto secundario de mi indigestión, pero de todos modos resultaba difícil de aguantar.

Cuando me despedí de Lindsey el reloj marcaba las ocho y treinta. El frío había ido decayendo poco a poco y ahora resultaba bastante agradable andar en la calle, aunque el sol primaveral que poco a poco iba ganando lugar en el cielo se hacía algo tedioso. Unas gafas de sol se habían vuelto mis mayores aliadas, y con ellas cubriendo mis ojos comencé a caminar hasta la parada de autobús. Volví a quedarme dormido en el camino a casa y luego caí sobre mi cama y el despertador fue el único capaz de traerme de regreso. Sonó varias veces antes de despertarme realmente, marcaba veinte minutos para el medio día.

Con prisa me di una ducha y luego de vestirme con mi ropa para la cafetería bajé corriendo las escaleras y comencé a caminar hasta mi trabajo de la tarde. Cuando iba a mitad de camino recordé que no había comido nada en lo absoluto, fue mi gruñón estómago quien me lo recordó.

— ¡Llegas tarde! —Gritó mi jefe en cuanto atravesé las puertas de cristal— Ve a la trastienda a buscar pasteles para rellenar ahí abajo. Y come algo o vas a desmayarte.

Fruncí los labios, ¿Realmente lucía tan mal?

Un brownie fue el escogido para mi almuerzo y tuvo que ser acompañado por uno más porque el chocolate realmente me hizo delirar como nunca antes. Ya con energías renovadas salí a atender las órdenes de mi jefe, y luego de acabar con eso comencé a atender mesas. Últimamente tenía que llevar también un anotador porque mi mente parecía estar especialmente dispersa sin razón alguna. Gracias al cielo los clientes no eran demasiados, pero esas mujeres visiblemente embarazadas con un niño de unos tres años acompañándolas parecían bastante reacias a irse sin pedir al menos una de cada cosa que vendíamos en la cafetería.

Después de llevarle una porción de pie de limón a cada una y un cheesecake al pequeño, las escuché comentar algo en voz baja, era algo privado, pero no pude evitar prestar atención.

— Gilly dijo que lloró viendo el Diario de Bridget Jones la semana pasada —rió una de ellas, pero no podía culpar a Gilly, yo mismo he llorado viéndola—. Además me contó que ha estado comiendo mucho y ya sabes lo demás. Tiene el extraño cansancio, los vómitos, los mareos y cada distintiva cosa del embarazo.

— ¿Está embarazada? —dijo su amiga, posando una mano sobre su propio vientre.

La primera mujer asintió emocionada.

— ¡Y puedo jurar que Johnny no sabe nada de nada!

Ahora ambas rieron entre dientes.

— Cuando se sepa de seguro van a separarse. Por lo que sé Johnny no puede ser padre —dijo la segunda mujer—. Dios mío... pobre Gilly. ¿Sabes cuánto tiempo de embarazo tiene?

— Debe ser poco porque todavía no se le nota nada. De todos modos la pobre no sabe qué está pasando con ella, y claramente yo no le diré nada. Lo averiguará por sí misma.

Volvieron a reír, y yo me aparté. No podía dejar de pensar en la mala suerte de la tal Gilly, pero no era eso lo que realmente daba vueltas por mi mente sino que los tan llamados síntomas del embarazo. Mis malestares calzaban con cada uno de ellos, absolutamente todos ellos. ¿Qué quería decir eso? Se suponía que sólo los que explícitamente se implantaran esos óvulos se verían en esa situación. Sólo ellos, lo leí bien. Además yo no he tenido sexo, y si lo tuviera aun así estaría libre de todo por la simple razón que no funcionaba como los embarazos convencionales.

Mi jefe volvió a llamarme y yo regresé a la trastienda a glasear algunas tartas hasta que mi hora de colación llegó. La idea de llamar a Lindsey para contarle mi problema se hizo intensa, ¿pero qué iba a decirle? De seguro sólo era algo psicológico. ¿Qué más sino?

Síntomas psicológicos porque llevo demasiado tiempo interesado en este asunto y porque no resulté ser uno de ellos. Sólo eso.

Psicológicos.







Nota: Quedó corto porque es relleno :c

Gerard ・ frerardOnde as histórias ganham vida. Descobre agora