Capítulo 7

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Sus ojos parecían querer decir tanto pero en cuanto lo encaré estos se fueron a mi vientre y entonces las palabras se perdieron, y yo sentí una creciente incomodidad apartándonos. Dejé ir un suspiro puesto que debía seguir acostumbrándome a eso y tuve que hacerme a un lado cuando el ascensor llegó y las personas se fueron, y por alguna razón dejé que las puertas se cerraran. Quería saber qué era lo que ese atractivo extraño tenía para decir. El riesgo se había esfumado casi por completo.

— Mi nombre es Frank Iero —comenzó—. Y... Uh ¿Tú eres Gerard Way?

Yo alcé una ceja y asentí. Él pareció relajarse y sólo entonces sus ojos volvieron a mi rostro, y me dedicó una nerviosa sonrisa que de forma inconsciente respondí. Era realmente lindo, y las hormonas que producía el embarazo tenían también mucho que ver en mi percepción hacia él.

— ¿Hay alguna posibilidad de que nosotros hablemos? No soy... nadie peligroso o algo así. Sólo necesito hablar contigo... podemos ir a por un helado si así lo deseas.

Fruncí el entrecejo ligeramente y luego asentí. La curiosidad era tal que acepté sin pensarlo mucho. El helado había terminado de convencerme, de todos modos.

— Iré a dejar estas cosas a mi apartamento y bajo al instante, ¿Está bien? Tú espérame aquí.

— Pero por favor baja —dijo cuándo le di la espalda.

Y sentí un extraño escalofrío recorrerme de pies a cabeza. Segundos después entré al ascensor y subí hasta mi piso. Con algo de dificultad maniobré las bosas para buscar la llave y abrir la puerta y luego de cerrarla a mis espaldas y dejar las cosas sobre el sofá, me encontré preguntándome si debería bajar o no. Todavía cabía la posibilidad de que fuese un periodista intentando ganarse mi confianza. Pero de serlo era un periodista bastante comprometido con su trabajo. Fui al baño y arreglé mi cabello, luego cambié la chaqueta por algo más cómodo, aunque con ése suéter mi vientre se marcaba todavía más, pero no había mucho que pudiese hacer al respecto, y luego de dejar un pesado suspiro regresé al ascensor. Cuando salí al vestíbulo descubrí que él ya no estaba ahí, pero el conserje me miró e hizo un gesto hacia afuera y ahí, sentado en el piso y con la espalda recargada contra los gruesos vidrios estaba él, mirando algo en la pantalla de su celular. Yo tragué saliva pesadamente y salí, y en cuanto cerré las puertas su mirada se alzó. Nuevamente se me quedó mirando, pero me sonrió y luego se puso de pie.

— Tengo mi auto estacionado un poco más allá —dijo apuntando con la barbilla hacia el sur.

— Hay una heladería a menos de dos calles... hacia allá —repliqué apuntando con mi mano hacia la dirección contraria—. Además me hace bien caminar un poco.

— ¿No confías en extraños? —sonrió él, y sin más alternativa comenzó a caminar a mi lado.

— Nunca he sido de confiar en exceso... menos ahora que tengo que cuidar de alguien más —suspiré posando una mano en la parte inferior de mi vientre, y vi una extraña mezcla de reacciones en su rostro, aunque no pude descifrar ni una sola. Por lo menos no era espanto.

Un par de minutos después llegamos al lugar indicado y tomamos asiento junto a una de las mesas ubicadas en la zona exterior del lugar. Una muchacha se acercó casi al instante a nuestra mesa. Yo pedí un cheesecake con helado, y él, luego de pensar por casi un minuto, resolvió pedir lo mismo. En cuanto la chica se fue yo me volví a mirarlo, y al parecer la curiosidad en mi rostro era enorme, porque él entendió la indirecta.

— Te preguntarás quién demonios soy... y quizás sea una historia un poco descabellada.

— Créeme, estoy acostumbrándome a las cosas descabelladas —le interrumpí, él sonrió.

— Como te dije antes, mi nombre es Frank Iero y tengo una tienda de tatuajes en donde trabajo con unos amigos. Una vez al mes salimos a beber por ahí, y bueno, hace algunos meses nos emborrachamos muchísimo y terminamos haciendo apuestas y yo perdí. La apuesta era donar semen y quizás no es la gran cosa pero realmente es incómodo presentarte ahí y decir que quieres donar semen. Como sea, la chica que estaba a cargo del laboratorio era la esposa de uno de mis amigos y yo... —se interrumpió cuando la muchacha regresó a la mesa con nuestros platos, y sólo cuando volvió a marcharse él habló de nuevo— Uh, lo hice por curiosidad y le pedí, también por curiosidad, que me diera la identidad de la madre que fuese a recibir mi semen... y hace un tiempo recibí una llamada de esta chica y ella me dio tu nombre y, uh, se me hizo terriblemente raro porque eres un hombre, y entré a tu perfil de Facebook y Dios, ¿puedo decirte algo? —yo asentí— Eres una de las personas más atractivas que he visto en muchísimo tiempo y realmente decidí que necesitaba conocerte. Y bueno, aquí estoy. Y veo que de hecho eres tú quién recibió... bueno, mi semen.

— Sí... —asentí lentamente. Era loco, totalmente loco. Y rarísimo. Pero habían muchísimas probabilidades de que fuese él el otro padre de la criatura que traía en mi vientre y de ser así era yo el tipo más suertudo de todo el club de raros. Sonreí levemente y llevé una cucharada de helado a mi boca— Es todo bastante raro, sí... yo mismo sigo sin comprender bien de qué va todo esto... no sé si sabrás, pero resulta que hay un grupo de tipos que tienen esta maravillosa facultad de traer vida —suspiré, él sonrió—. Y, bueno... casualmente descubrí que yo era uno de ellos el mismo día en que descubrí que me habían inseminado por accidente. Es todo tan surrealista pero... aquí estoy, y aquí estás y... estoy temblando, esto es rarísimo.

— Gerard, yo entenderé si... no planeas verme de nuevo, pero yo sé que con un bebé vienen muchos gastos y yo estoy dispuesto a ayudarte con lo que necesites. No te pido que me dejes conocerlo o algo así... sólo quiero ayudar. Ambos estamos en esto por casualidad y... a veces las casualidades son buenas.

Dejé ir un nuevo suspiro y volví a asentir. Realmente quería esconder la cara en una almohada y gritar durante siglos, o llamar a Lindsey para pedirle algún consejo. Pero estaba sólo ahí, y todo parecía ir tan bien. Y él era tan increíblemente atractivo y al mismo tiempo parecía ser un excelente tipo y por instantes me sorprendí imaginándomelo con el bebé en sus brazos y... realmente quise pellizcarme para cerciorarme de que no estaba soñando.

En silencio nuestras ganas de comer helado se esfumaron porque ninguno de los dos fue capaz de terminárselo. Cuando la mesera se acercó con la cuenta yo me dispuse a pagar mi parte, pero él insistió en que pagaría y realmente agradecí internamente porque de pagar yo iba a quedar con casi diez dólares menos para sobrevivir en la semana. Juntos caminamos de regreso a mi edificio y justo fuera de él volvimos a detenernos.

— Quiero que anotes mi número y cualquier cosa que necesites... sólo llámame —dijo él, pero yo fruncí mis labios.

— No tengo en dónde anotar. No traje mi teléfono conmigo —me disculpé—. Pero anota el mío y luego me llamas para poder guardarlo.

Él accedió y le recité mi número, y él me pidió permiso para tomarle una foto a mi rostro y se excusó diciendo que de esa forma guardaba a todos sus contactos. Y luego se acercó a mí, y ambos hechos un manojo de nervios nos quedamos mirando por una eternidad.

— ¿Puedo abrazarte? Para despedirme —dijo él, y yo asentí. ¿Cómo no hacerlo? Fue incómodo al principio, sentirlo tan cerca de mí con mi vientre de por medio. Él parecía ser tan cuidadoso y olía tan bien... y cuando se apartó de mí se puso de rodillas y le dio una leve caricia a mi vientre y con sólo ese gesto el bebé se movió, y él lo notó también. Estábamos en medio de la acera y él tenía un oído pegado a mi vientre, esperando más acción por parte del bebé. Y había gente caminando en ambas direcciones, teniendo que esquivarnos, mirándonos como a dos bichos raros. Y a él no le importaba en lo más mínimo.

Cuando se puso de pie volvió a sonreírme, y descubrí que no quería que se marchara.

— Hasta pronto —dije, porque realmente no quería decirle Adiós.

— Hasta pronto —respondió él, y luego de una última sonrisa se marchó en dirección a donde tenía su vehículo estacionado.

Me quedé mirándole hasta que lo perdí de vista y entonces entré al edificio. El conserje estaba mirándome con una cara de idiota que lo superaba terriblemente, y era obvio que había estado mirando toda la escena, pero no intentó esconderme. Me sonrió ampliamente y yo negué con la cabeza. Pero en cuanto las puertas del ascensor se cerraron ante mí y comencé a subir, una risita me inundó por completo. Nunca antes había sentido mariposas en el estómago.

Gerard ・ frerardWhere stories live. Discover now