Cap. 2...

84 13 3
                                    


En el vientre de la elfa se formaba una nueva vida, en un principio la preocupación la abrumó, la princesa de los elfos tendría un bebé con un humano, si tener un amigo humano significaba traición, y la única pena era la muerte, entonces ¿Cuál sería el castigo para una enamorada?, no sólo que perdería la vida, sino que su familia se sentiría desilusionada, y avergonzada ante la comunidad élfica.

Pasaron los meses y su vientre no se podía ocultar. Cuando sus padres se enteraron sintieron que sus corazones se enfriaban de dolor, eso era una degradación para el linaje de la familia real, no podían permitir que nadie se enterara, en primer lugar porque perderían la confianza en sus súbditos, y en segundo porque una acción como esa significaba la muerte, y a pesar de lo que había hecho la seguían amando y no soportarían su ejecución.

Por lo tanto la princesa estuvo oculta en el castillo de los ojos de todos, se encerró por voluntad propia en su torre hasta el día que diera a luz.

Desde la ventana de la torre podía ver el reino y mucho más allá, fue donde descubrió que al terminar el bosque había una pequeña aldea, supuso que era de humanos, sus luces a la noche iluminando el final del bosque la delataron ante los ojos de la princesa.

Su única diversión era aquel cuadro a través de la ventana, generalmente no veía nada interesante, pero no podía hacer nada más. A veces su tía le traía un libro para leer, pero no era suficiente para ella, no soportaba el encierro, adoraba el aire libre y caminatas por el bosque, fue así como conoció al humano, él cual su mente nunca olvidaba recordarle.

En un principio odió al bebé que se formaba en su interior, y se odiaba a ella misma y al humano que la enamoró, pero al pasar los días sentía crecer al niño, lo sentía moverse, ya no lo odiaba, sino que lo amaba, y amaba al hombre que se lo había dado, siempre lo recordaba, se sentaba en el marco de la ventana y mientras acariciaba la piel de su barriga le contaba como era su padre:

― Ojos celestes como la cuna del éter, se iluminaban al mirarme, sus cabellos negros caían hasta por debajo de la oreja, su rostro cálido y pálido nunca desdibujaban de él aquella atractiva sonrisa. Si un día lo conoces admiraras su belleza tanto como yo.

Cuando los días pasaban, más cerca estaba de dar a luz, y le atemorizaba, sabía que no podría criar a su bebé, y que la obligarían a desprenderse de él sin importar que lo amara.

No estaba dispuesta a sacrificar la vida que formó dentro de su vientre, no lo criaría, pero tampoco lo sacrificaría como todos esperaran que hiciera, decían que era un engendro, creado de dos razas que se odian, sólo maldad podía salir de aquello, pero ella estaba convencida que no era así, no se creó a partir de maldad, sino del amor. No permitiría perder su vida.

Fue doloroso y largo, pero dio a luz a media noche. Se sentía agotada, pero quería ver a su bebé. Su padre envolvió al niño entre sabanas y se dispuso a salir de la habitación.

― ¡¿Qué haces?!― le preguntó su hija ― Todavía ni siquiera lo he visto.

― No necesitas verlo, ya hemos discutido esto y sabes que es la única solución.

― Claro, claro, solo déjame hacerlo a mí.

― No puedo permitirte hacerlo, estas muy débil y...

― Pero es mi bebé, me corresponde a mí, es mi error, y yo solucionaré esto ― tomó el bebé de las manos del rey antes que pudiera negarse y salió de la torre corriendo en dirección al bosque. Corrió ignorando el dolor y el agotamiento de su cuerpo, no le importó nada de lo que le aquejaba en aquel momento, nada la detendría, ni siquiera ella misma.

Nadie del reino la vio escabullirse entre la arboleda, y así, corrió varios quilómetros con el bebé en sus manos, ya sabía lo que tenía que hacer, lo había planeado durante nueve meses.

Pasaron varias horas hasta que llegó a la aldea de los humanos que veía a través de su ventana, era una aldea pequeña, y sus casas estaban construidas a partir de la madera del bosque que le rodeaba. Tenía poco tiempo, y un mejor lugar no se le ocurrió.

Caminó hasta la casa más cercana y miró por la ventana. Vio a dos ancianos durmiendo plácidamente, creyó que sería un buen lugar para dejar al bebé crecer.

Caminó hasta la puerta principal y antes de abandonarlo lo miró por primera vez. Era una niña de piel pálida como la blanca leche recién ordeñada, sus mejillas se tornaban de un débil rosado, como si dos pequeñas flores se abrieran mostrando su singular y suave color rosa. Poseía dos grandes ojos celestes, como el océano eran profundos y hermosos, su extraño color de cielo llamaban a contemplarlos, como si de un hechizo se tratara.

Besó las mejillas de su bebé, y con lágrima en todo su rostro acostó a la niña en la entrada de la casa, golpeó a la puerta y salió corriendo.

Se ocultó por detrás de un árbol, y desde allí observó como los dos ancianos se sorprendían al ver a un niño abandonado delante de su puerta. La anciana tomó a la bebé entre sus viejas manos y los tres atravesaron la puerta desapareciendo de la vista de la princesa.

La madre de la bebé no pudo evitar llorar, su corazón se partía como la frágil porcelana, debía desprenderse de alguien a quien amaba. Sentía sus piernas palidecer perdiendo la fuerza, cayó de bruces mientras su corazón saltaba violentamente de su pecho y sentía un dolor terrible en su cabeza. No quería pensar, no quería volver nunca más al castillo, pero sabía que era un deseo que no podía cumplir.

Antes de volver lloró toda la noche, lloró tanto que sus ojos ardían, tantas lágrimas despidió que bañó todo su rostro con ellas hasta que obstruyeron su visión. Todas aquellas lágrimas derramadas no parecían curar el dolor que sentía por el abandono, pero no tenía otro remedio más que llorar y lamentarse en silencio.

Cuando volvió al castillo ya era de mañana, el sol calentaba la tierra y las aves y animales del bosque se desperezaban.

La reina al ver entrar a su hija al castillo la abrazó fuertemente, se sentía preocupada por su ausencia, en cambio el rey lo primero que hizo al verla fue preguntarle:

― ¿Qué sucedió?

― La abandoné en el bosque― dijo secamente intentando evitar demostrar cualquier sentimiento.

― Las bestias se encargaran de ella― decía triste pero aliviado al mismo tiempo.

La princesa no había mentido del todo, en realidad la había abandonado, pero en un lugar donde no correría peligro.

Imhara StheelWhere stories live. Discover now