Cap. 3...

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La anciana cubría su cabeza con un pañuelo violeta que retrataban en su tramado amarillas flores. Su arrugado y frágil cuerpo lo cubría un vestido color uva, y unas sandalias marrones escondían sus pies del frio del suelo. El anciano, su esposo, acompañante de muchos largos años, tenía la cabeza calva, y poco vello facial, unos amplios pantalones de piel de algún animal cubrían sus pies, y un chaleco azul abrigaba su viejo pecho.

La anciana no durmió durante toda la noche, arropaba a la niña entre sus manos mientras el anciano ordeñaba la leche de una de las Muhlfa de su establo. Estos eran animales similares a las vacas modernas, sólo que más peludas y pequeñas, y de tener dos cuernos tenían tres, dos que salían a los costados de la cabeza y otro pequeño que salía por encima del hocico. El animal era extremadamente dócil, incluso algunas familias los adoptaban como mascotas, los nombraban y los niños jugaban con ellos.

La bebé bebió la leche de la mamadera que la anciana le daba. Todavía seguía envuelta en las mantas en que la abandonaron, la viejita no se animaba a desvestirla por miedo a que se enferme, hacía mucho frio durante las noches.

Después el anciano retiró los frascos y cubiertos que guardaba un cajón y en su lugar puso sabanas y acolchadas.

― ¡Por esta noche servirá!

― Después podrás construirle una cuna― le decía la anciana acostando a la bebé en el cajón.

― Este bebé no es nuestro, tiene una madre.

― Su madre la abandonó, eso quiere decir que ahora no es de ninguna familia― la anciana acariciaba las coloradas mejillas del bebé― Nosotros nunca tuvimos un hijo, tengo el presentimiento que es un obsequio de algún dios por ser piadosos y buenos vecinos.

Al principio el anciano no se veía muy convencido pero al observar a la pequeña por primera vez sintió que esta compró su corazón, no podía abandonar a una criatura, el único ser que ningún daño puede ocasionar.

Cuando la anciana descubrió la cabeza de la bebé se sobresaltó al ver sus orejas.

― ¿Qué ser será esta criatura?, sus orejas son pequeñas como las de un humano pero puntiagudas como las de un elfo ¿Será un mestizo?

― ¡No digas eso!, que es blasfemia, entre elfos y humanos amor nunca habrá, pero aun que trate de negarlo cierto es que es un pequeño semielfo, y podríamos morir nosotros por esconder a un engendro como este.

― El que exista este bebé quiere decir que no todos los humanos y no todos los elfos se odian, pero el hecho de que hayan querido deshacerse de la criatura indica que tuvieron miedo.

― Y si temieron ¿Porqué sigue viva?, los elfos la hubieran sacrificarlo al solo verla.

― Tal vez por eso la trajeron con nosotros, porque saben que el corazón del humano es más débil, y que le es incapaz de matar a un ser indefenso.

― Tal vez tengas razón, este bebé no llegó al mundo porque sí, este bebé puede significar el fin entre la enemistad entre los elfos y humanos o todo lo contrario, significaría una guerra, un exterminio a la raza humana.

Los ancianos criaron a la niña como a su propia hija, la educaron y la amaron como a cualquier humano de aquella aldea. Sólo se encargaron que los vecinos no se enteraran de que era mitad elfo. La anciana, cuyo nombre era Thalre, tejió con la lana de una de aquellas enanas vacas un simpático gorro para la niña, lo tiñó de rojo y lo adornó con un gracioso moño violeta, este gorro era perfecto, ya que ocultaba la punta de las orejas de la niña. Podía pasar desapercibida mientras tuviera el gorrito puesto.

También la nombraron, solo se les ocurrió un nombre, Imhara Stheel, que significa "nacida de la tierra", y así era, no sabían quiénes eran sus padres, pero algo era seguro, sus pies pisaban el mismo planeta que el de ellos.

La niña creció sin saber que era distinta al resto de los niños de su aldea, lo único que sabía era que por nada del mundo debía sacarse aquel gorro tejido, sus padres nunca le explicaron porque, pero ella era una niña obediente.

Desde el primer día se notaron algunas diferencias con el resto de sus vecinos. Ella aprendía a tocar música más rápido que el resto, era más fuerte y veloz al correr, y bastante ágil también. Sus amiguitos se admiraban de sus habilidades, otros sentían recelo.

Pero cuando los días de Imhara abandonaron la niñez para entrar en la adolescencia, ya podía ver que no era igual que los demás, no sólo con la música, fuerza y agilidad, sino que además sus orejas terminaban en una unión puntiaguda.

Un día Thalre, aquella humilde anciana, la descubrió mirándose las orejas en un espejo de su casa, supo que ese era el momento, debía decirle la verdad.

― ¿Tú, madre, también notaste mis orejas?, no son nada corrientes, asemejan a la de los elfos, pero son muy cortas para ser de uno, además sería imposible, ya que mis ambos padres son humanos, ¿No lo crees?― le preguntó Imhara irónicamente a su madre, esperaba que le dijese toda la verdad, tenia sospechas sobre su proveniencia, las cuales no eran vanas.

― Tienes razón Imhara, son poco corrientes― en ese momento entra el padre a la casa, y ve la conversación que se estaba llevando a cabo entre su esposa e hija. Thalre lo miró triste, y supo lo que tenían que hacer.

― Te contaré una historia, la cual tuvo lugar hace quince años, mientras tu madre y yo dormíamos, alguien dio tres golpes a la puerta, era muy tarde, no me imaginaba quien podría llegar a ser. Cuando abrimos la puerta había un bebé en la entrada, la noche era fría y no quisimos que se enfermara ― le contaba descorazonado ― pronto supimos que era un bebé muy especial.

― Entonces alguien me abandonó, ¿Por qué?, ¿Por las orejas?

― Tu padre y yo supusimos que podrías llegar a ser una semielfo, por eso te habrían abandonado, sabes la guerra que exis te, habrías creado una polémica aun mayor.

― Es cierto, la situación es tensa, y aun así criaron de mí. Les debo la vida, son mejores padres que cualquiera. Mientras mi madre y padre de sangre se deshicieron de mí, ustedes a pesar del peligro se apiadaron y me cuidaron como a una hija de sangre, sin temor a que los descubrieran. ¡Ustedes son mis verdaderos padres!― Imhara se lanzó sobre los ancianos con el rostro envuelto en lágrimas. Ellos la recibieron en un abrazo, el cual duró largo tiempo.

Después de ese día, Imhara nunca más les preguntó sobre su procedencia, pero no significaba que no piense en ello, sino que sentía enojo por el abandono, y curiosidad por conocer su propia sangre.

Imhara StheelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora