Amor, ¡qué bonito eres!

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El Conejo seguía siendo el amor de mi vida...aunque me hacía muchas trastadas. Yo también me desquitaba (no crean que era tan...) pero mis ilusiones primeras fueron para él, llegó a quererme mucho engaños a pensar que nunca podríamos olvidarnos uno del otro.
Un día me dijo: "Aunque tú y yo no lleguemos a nada –o sea de casarnos o eso– siempre tendremos algo que nos una, creo que aún cuando seamos viejitos habrá algo muy especial del unos para el otro". Y tenía razón...hubo cosas tan lindas, estábamos tan unidos –yo creo que todavía hay algo–
En el club seguían los contratiempos, las alegrías, los triunfos, los fracasos...y el Conejo y yo seguíamos queriéndonos. Él sabía todos los chismes (nadie escapaba a ellos) me aconsejaba que no hiciera caso, y me consolaba cuando había algo más fuerte que de costumbre. Nos citábamos casi a diario en el club, a la hora del ensayo, pero seguidísimo nos quedábamos en la puerta y nos íbamos a dar la vuelta, A PIE, hasta la Ciudad Universitaria. No nos cansábamos, íbamos y veníamos, hablando, hablando, comunicándonos nuestras cosas; de pronto nos besábamos, nos reíamos, nos mirábamos...
Una vez que me gustaron las rosas de una casa, él se saltó la reja, se metió al jardín, cortó una y me la trajo. ¡Qué cosas tan lindas tiene el amor! Claro que se nos hacía poco el rato que pasábamos juntos, siempre teníamos algo que hablar, casi nos arrebatábamos la palabra para contarnos cosas, nos reíamos mucho cuando estábamos juntos y a veces nos peleábamos. Él tiene un carácter muy fuerte, y yo, no se diga. Yo lloraba un poco, él se ponía triste, luego nos contentábamos y volvíamos a reír.
Creo que nunca he querido a nadie como lo quise a él...era mi novio, mi amor, mi payaso (aclarando que para mí los payasos son padrísimos), mi condifente, mi compañero, mi todo.
Cuando nos despedíamos me quedaba siempre con ganas de que llegara el día siguiente para volverlo a ver. Comía pensando en él...cenaba pensando en él...vivía pensando en él. Algunas veces nos soñábamos y yo le contaba mis sueños tal y como los tenía y él a mí. Era lindo porque cuando me contaba "anoche te soñé, así y así", yo sentía que el corazón me latía más fuerte por la emoción tan grande, de saber que también los hombres sueñan a sus novias y veía y sentía que el amor era de ida y vuelta.
Algunas veces (él es súper fuerte) lo vi llorar, y para él que es tan fuerte y todo eso, se me hacia lo máximo, porque un hombre que nunca llora y lo hace alguna vez delante de su novia, quiere decir que le tiene mucha confianza y cariño...o yo lo creo así, al menos.
Un día le regalé una medalla que yo quería mucho (una medalla de la Virgen) y siempre veía que la usara. Pasó una cosa rarísima, una noche cualquiera me acosté a dormir y empecé a soñar que entre unas cosas blancas había una más la de hombre que se movían y de en medio de las cosas esas sacaban la medalla del Conejo.
Me desperté sobresaltada y vi la hora: eran las cinco de la mañana...me preocupé un poco, luego se me olvidó. La noche siguiente nos vimos y nos dijo: "Fíjate que hoy en la madrugada no sé como me moví en la cama que desperté y vi que no traía tu medalla, eran como las cinco de la mañana y pensé: "Fulana se va a enojar conmigo, va a creer que la perdí", y empecé a revolver las sábanas hasta que la saqué de entre ellas y me la volví a poner". Le conté mi sueño y nos quedamos viéndonos mucho mucho y muy bonito...hasta nos transmitíamos las cosas ¡qué padre!...porque ésta no fue la única vez.
Hubo otras cosas por el estilo ¡a todo dar!. A veces, estando en el ensayo, cuando me había pasado algo malo, pensaba muchísimo en él y de pronto sentía que iba a llegar, pensaba cópmo y de qué color, y al rato entraba tal y como yo lo había imaginado. Me quedaba de a seis.

Anecdotario de una vida inútil...pero divertidaWhere stories live. Discover now