Confesiones

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¡Pero qué barbaridad! —bramé nervioso.

Papá cálmate, te prometo que vamos a llegar a tiempo —dijo mi hijo.

Angelo se puso la camisa a cuadrillé roja.

Ponete perfume. Échate un poco de Old spice —interrumpí.

¿Para qué?

Aura María sabe que me encanta el perfume de esa marca.

A vos te gusta ese aroma, a mí no me gusta ni un poco. Nunca me gustó. ¡Es un perfume para viejos! —insistió una vez más.

En fin, hazme caso y no me hagas forzar la voz por favor. ¿Te podés apurar que vamos a llegar tarde a mi cita? —dije mientras señalaba mi reloj.

Primero voy a chequear una cosa —dijo mientras abría la laptop.

¿Qué cosa? —mascullé.

Dijo que me iba a enviar un mensaje antes de salir a la calle.

¿Cómo dices? —exclamé confundido.

Nada, papá. Escribió hace diez minutos que iba en camino. ¿Vamos?

Ahora supongo que estuviste chateando con ella mientras yo dormía. Ya sabes lo que pienso sobre ese asunto.

Es que estaba aburrido y ella estaba enviando un millón de mensajes —se excusó.

Bueno, no lo vuelvas a hacer sin mi consentimiento —agregué—, hijo, contrólate.

En realidad, ir a conocerla me afecta, sí. Por supuesto, lo peor que puede ocurrir es que se de cuenta del engaño o que piense que le estamos tomando el pelo —expliqué.

Solo actúa con naturalidad, sé amable y caballero, trata de tener clase durante la cena.

Lo intentaré pero no te prometo nada.

Viajamos por el límite de la ciudad y me sentía con náuseas. Llegamos la plaza y esperamos...

Bueno, bueno. Parece que llegamos antes que ella —dijo mi hijo con una expresión de fastidio.

¿Tomamos asiento? —dije y luego desplegué el diario.

¿Papá, qué es eso?

Son unos binoculares —objeté— , sirven para ver de lejos.

¿No me digas? —dijo irónicamente.

¡Ya llegó! —chillé con estrépito.

No te creo... ¿a ver?

Le pasé los binoculares y pudo ver que la rubia de vestido bordeaux había entrado al restaurante.

Entra y pedile que sienten en las mesas de la vereda —mascullé.

Claro que no, porque te va a ver...

No te preocupes, hijo. Vé y no se te ocurra besarla —le advertí.

Y que querés insinuar... Esta noche soy Ferdinando —dijo lanzando una risa sacarronica.

Era increíble. Estaba sentado en la banca de la plaza contemplando la exquisita belleza de Aura María. El viento era refrescante y traía el dulce perfume de mujer. Como veía que todo estaba viento en popa, festejé dando unos tragos a mi petaca de coñac. Mi plan estaba empezando a funcionar. Pero esto era solo el principio. La rubia sabía que las cosas no estaban sucediendo porque sí. Eran demasiados los factores que debían alinearse para sentirse plena como una colorida mariposa que revolotea por los aires.

CATFISH (Novela trash)Where stories live. Discover now