Catorce

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— Por favor, Jay, basta -mi voz salia rasposa y baja a estas alturas.

Jay había estado proporcionándome cortes leves cuando se dio cuenta de que ya tenia muy abierto los cortes que me había hecho en casa después de que echara a Nicholas.

Nick, sálvame.

Mamá, ayúdame.

Quería con todas mis fuerzas que alguien apareciera por aquella puerta tras Jay, le diera con un palo en la cabeza, ojala le rompiera el cráneo, y ojala fuese Nicholas quien lo hiciera. Nicholas furioso llegando a rescatarme, con sus fuertes brazos, su agilidad, su valentía. Y mamá que corriera a liberarme, a parar el sangrado de mis brazos, a cubrirme con su ropa, porque la mía ya estaba toda rasgada y manchada con mi propia sangre. Sucia. Inmunda.

  — ¿Puedes escucharlo? -dijo de repente él sorbiendo la nariz- Max te llama.

— Max está muerto -contesté.

— No -rió Jay-, Maxi lindo está aquí con nosotros. Solo estas demasiado lucida para notarlo.

Empezó a reír como desquiciado, así como lucía era como se comportaba. Hasta le faltó el aire para continuar riéndose. Decía que Max estaba disfrutando de esta situación muchísimo mas que aquella primera vez que me tuvo entre el vidrio y el piso, y desnuda. Ensangrentada. A punto de morir.

Permanecí con los ojos cerrados, como si con eso fuera  despertar de otra muy mala pesadilla, como si así el dolor fuera a disminuir, como si así Jay fuese a desaparecer y no dañarme. Ojalá pudiera dejar de escucharlo también, de sentirlo ir y venir a mi alrededor, de olerlo cada vez que se acercaba y retrocedía entre que hablaba solo (o con Max como él  decía hacer), quería que al cerrar los ojos me hiciera desaparecer de aquí. Que apareciera en un lugar donde el sol me alcanzase los pies fríos,  los caliente, los abrigue. Un lugar donde el pasto me cosquillee la piel desnuda de los brazos, donde escuche el viento soplar entre los árboles que me protegen la vista de la luz, y al lugar donde al abrir los ojos pueda ver los ojos marrones de Nicholas, o la sonrisa de mamá.

Vuelvo a llorar.

— No te muevas -dijo a mi oído, y la piel se me erizó- voy por mi truco final.

Lo vi desaparecer tras la puerta roja y seguido el ruido sordo de un disparo. El verdadero miedo me envolvió ahora. De pies a cabeza. El bello en punta. El corazón al cien. Alguien tenía un arma al otro lado de esa puerta, y alguien la había usado. Ya que no podía hacer nada más que esperar mi final, me quedé aguardando a que la siguiente bala me diera a mi. Ojalá sea rápida. Una bala entre las cejas, o directo al corazón. Solo no quería seguir aquí,  ni así.

Dijeron mi nombre. La voz de una chica. La apariencia de una. Alguien asomándose por la puerta y el sonido del arma al caer.
Era Joddy.

— Lo siento, lo siento, lo siento -las manos le temblaban y tenia la cara sudada y brillante mientras se me acercaba con precaución- no tenía idea de...
—  aléjate -seguía llorando- por favor aléjate.
—  no te haré daño -prometió- no tenía idea de lo que haría Jay, yo solo...
—  NO TE ME ACERQUES -pronuncie con la mandíbula apretada.
—  ¡Pero si lo he matado! -gritó.
—  Están locos ¡AYUDA! 
—  Ya viene la policía en camino, les he llamado, y yo.. yo me haré responsable.

Joddy estaba tan destruida como yo malherida. Empezó a caminar hacia mi y escuchamos ruidos fuera, así que se apresuró a cortar las amarras pero cuando estuvo de pie y para cuando la voz salió de mi garganta ya tenía una bala en la espalda, tal vez perforándole un pulmón y llenándose de sangre hasta la boca. La habían matado mientras intentaba sacarme.

  — Denia, soy el teniente Fernandez ¿estas bien? 

Pero no supe si le respondí porque la oscuridad me nubló la vista, se me taparon los oídos y sentí un frió que me caló profundo hasta que dejé de sentir absolutamente todo. Otra vez.  

  — ¿Puedes escucharme?

—  Cariño, cariño ¿me oyes?

— Abran paso, ya viene la ambulancia.

— ¡No, Denia, no!

Era él. Estaba ella. Ellos. Mi cuerpo al fin se sintió liviano, libre y mio.


  




Dame una razón.Where stories live. Discover now