Tres

429 27 2
                                    

Agradecí tanto que mamá volviera a trabajar. Necesitaba pasar tiempo a solas con mi música a todo volumen y mis pensamientos en mute.

La mañana del jueves fue hermosa, nadie me molestó. Ni llamadas telefónicas, ni visitas, ni mamá, ni el vecino, ni el perro, ni el gato o el ratón. Nadie. Nada.

La mañana del viernes fue... horrible. El perro de los Miller se escapó y podía sentir, desde mi habitación, como todos ellos lo llamaban entre silbidos y gritos por su nombre.

— ¡Elvis, ven aquí muchacho!

— ¡¿dónde estás, amigo?!

— ¡Elviiiiiis!

¿Por qué no lo amarraban y ya? Así es más simple. El animal no se escaparía y yo podría no estar escuchándolos justo ahora.

— En serio debí morir -estaba frustrada mirando el techo.

Algo golpeó mi ventana. Giré la cabeza. Era un alguien. Un alguien que me estaba sacando de quicio.

Me puse en pié y abrí.

— Yo no tengo a tu perro -gruñí.

— Que hostil -parecía herido- se que no estás haciendo nada y quería...

— ¿Qué sabes si estaba, o no, haciendo algo? -le interrumpí molesta. Nicholas sonrió.

— Porque estabas en tu cama.

— Estaba meditando.

— No, no lo estabas -decía con diversión- vamos, ayúdame a encontrar a Elvis.

— Seguro se fue porque no le gusta su nombre -comenté y no esperé que dijera algo, cerré la ventana en su cara y corrí la cortina para no verlo.

Me senté al borde de la cama. Pensé que en verdad no quería oír más sus gritos y contra más rápido apareciera el perro, mejor... para ellos, para mi, como sea.

Salí de mi cuarto. Salí de mi casa hasta la calle y vi a Nicholas por la vereda a mi derecha, troté hasta alcanzarlo; casi me tuerzo el tobillo.

— Oye.

Me escuchó y giró como con un segundo aire ¿dejaría él de sonreír en algún momento? Su boca siempre parecía estar curvada. Sus ojos marrones miraban con simpatía, su cabello parecía... suave. Pestañeé para dejar de mirarlo así.

— Viniste -dijo medio sorprendido-. Sabía que no podías resistirte a un paseo por el vecindario, con mi compañía.

Noté que tenía brazos. Bueno, brazos fibrosos. Hombros y espalda ancha. Miré el cielo. 

— No es un paseo -contradije pasando por su lado sin querer mirarle.

— Prácticamente lo es -llegó a mi lado y su brazo desnudo rozó el mío. Mi corazón saltó.

— Lo que digas -rodé los ojos aún sabiendo que él no me veía-. Encontremos al pulgoso.

— Elvis no tiene pulgas -me fulminó de manera en que lo haría un panda, demasiado suave para créerle.

— Entonces, al garrapatiento -continué molestándolo.

— Tampoco.

— Chinches, bichos, alimañas, como sea -dije al final- ¿Puedes dejar de buscar conversar conmigo?

— No -su voz sonó dura.

— ¿Por qué? -Habíamos avanzado unas dos calles y aún no veía a esa cosa peluda que tiene por mascota.

— Porque eres interesante -contestó y le vi sonreír otra vez- aunque tu creas que no tienes nada de eso, lo eres. Desde tu nombre; Dev ¿diminutivo de qué es? ¿Devy, Devonne, Devora? ¿El color de tu cabello es natural? ¿Por qué no tienes una sola peca o mancha en la cara? ¿Tus ojos siempre brillan tanto? ¿Cuánto demoras en escoger qué vestir? Porque pienso que con lo que uses luces bien o esa muletilla que tienes ¿quién lo decía tanto?

— Basta -giré de golpe y él se detuvo, casi me pisaba los talones-. Es por Denia Victoria. Éste es mi color de pelo, sólo es marrón y lo demás son tonterías en las que sólo tu piensas.

Ahí estaba él, nuevamente sonriendo como si de eso dependiera su vida.

— Deja de hacer eso -susurré deseando poder gritarle.

— ¿Hacer qué? 

Pero no tuve que responder a su pregunta. El cuadrúpedo salió del patio de una de las casas cercanas, sus patas tenían barro y un hombre viejo corría detrás de él con una escoba y...

— Oh, oh -miré a Nicholas-. Problemas.

De manera veloz, Nicholas agarró mi mano y me obligó a salir corriendo de ahí. Elvis nos adelantó y a nuestras espaldas escuchábamos al hombre gritar palabrotas y amenazas de todo tipo. El perro le había destrozado su huerto sin piedad. 

  Corrimos lo más rápido que pudimos, aunque supuse que él podía ir más rápido aún pero yo no, yo era lenta en comparación. Faltaba una calle por cruzar para llegar a casa, pero al llegar a la esquina, otro tirón me hizo girar a la izquierda.

— ¿Que haces? -ahora estábamos trotando. Elvis seguía con nosotros.

— Despistar al hombre. No quiero que sepa donde vivimos ¿tu si? -eso era inteligente- daremos la vuelta a la manzana.

— Bien -el aliento me faltaba y Nicholas no me dejaba parar por un segundo- casi no respiro, detente, siento que voy a morir.

— No es eso -carcajeó de repente y algo revoloteó dentro de mi-. Tu corazón late rápidamente y tu nivel de adrenalina aumentó considerablemente. Dev, no estás más que viviendo. Estas viviendo, no muriendo ¿lo notas?.

Dame una razón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora