Uno

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Estaba bastante segura que al morir no te podías sentir de la misma manera que te sientes cuando estabas vivo y yo sentía dolor; yo estaba viva.

Sabía que lo estaba, podía sentir el blando colchón bajo mi cuerpo y no muy suaves sábanas por encima, a lo lejos escuchaba pitar alguna máquina y no creo que, donde sea que uno va cuando muere, lo primero que sientas, sea esto: estar en alguna habitación de algún hospital.

— A buena hora, bienvenida —la voz era de una mujer, desconocida, sonaba amable— ¿te duele algo?

Abrí los ojos lentamente y confirmé lo que ya sabía- No morí.

— pero estuviste a punto —decía ella mientras verificada el pedestal con el suero.

— Mi mamá va a matarme —murmuré mientras volvía a sentirme mareada— ¿por qué no morí? Yo... el frasco... las pastillas...

— Lo sé —volteó y me dio una media sonrisa— pero vomitaste más de la mitad.

— Imposible.

— El chico lo hizo —la enfermera se metió por una puerta y volvió con un jarro con agua. Intenté acomodarme en la cama y, ella, al ver que no podía, me ayudó— él metió sus dedos en tu boca y vomitaste un montón, fue inteligente.

— ¿Que hizo qué? —levanté la voz más de lo que esperaba; estaba impresionada.

— Tranquila, ya estarás mejor —decía, y yo empecé a desvanecerme nuevamente.

Volví a despertar unas horas (¿o días?) después. Pero ahora con una sensación de ahogo y la boca seca. Tenía un tubo que me molestaba en la nariz. Agujas en los brazos y mis cortes estaban expuestos... mis muñecas desnudas. Veo a mi madre. Entro en pánico y la máquina que mide los latidos del corazón me delata al instante.

— Hola —susurré con voz rasposa. Mamá se acercó con un vaso y agua, me ayudó a beber.

— ¿Cómo te sientes? —sonaba dura y se veía de la misma manera.

— Como si hubiese muerto —bromeé y al segundo siguiente que las palabras salieron de mi boca, supe que no debí decirlo—. Mejor.

— ¿Por qué? —Vi que sus ojos se ponían cristalinos.

— De aburrida —susurré sin mirarla—. Escucha mamá, lo que hice no fue por ti o lo que sea que te hayas imaginado.

— No quise siquiera imaginar —sus manos encontraron las mías y besó mis nudillos— eres todo lo que tengo, cariño, lo eres todo para mí.

— Lo siento tanto mamá —y en verdad lo hacía.

Ella soltó el llanto y me acercó a su cuerpo para poder abrazarme. Acariciaba mi cabello pausadamente hasta que entró un hombre de bata blanca y pantalón azul con un tablero en una mano y lápiz en la otra.

— Doctor Dobbs —saludó mamá limpiándose los ojos.

— Sra., y Srta. Hart —cruzó la habitación con largos pasos y se puso al lado opuesto de la ventana— ¿cómo está la paciente?

— Bien —respondí en seco.

— Bien —repitió él ojeando lo que sea que llevaba entre sus manos— veamos, intoxicación por ingesta de tranquilizantes y... —levantó una de las hojas, tardó medio segundo y levantó la vista— es todo, estará ésta noche en vigilancia, a la espera de los resultados finales. Si todo está bien podría ser dada de alta mañana.

— ¿Corre algún riesgo, doctor? —Preguntó mamá.

— No, vomitó antes de que la mayoría de las cápsulas se disolvieran —respondió—. Un golpe de suerte.

— Gracias a Dios —suspiró mamá con alivio.

— Llámelo Dios, pero el muchacho hizo un buen trabajo —me apuntó con su lápiz y abandonó la habitación con elegancia.

— Nicholas... —empecé a decir tratando de recordar qué más pasó— ¿él te llamó?

— Si, con tu celular desde la ambulancia y se quedó aquí hasta que llegué yo —se sentó en la silla a un lado de la cama y me dio más agua— a llamado a casa desde entonces.

— ¿Cuántos días llevo...?

— Éste es el segundo —respondió.

— Quiero ir a casa —sollocé perdida entre las paredes blancas desnudas de toda emoción y sensación.


Dame una razón.Where stories live. Discover now