Dos

678 31 5
                                    

          Desde el día en que decidí quitarme la vida que no hay más de tres pastillas, cápsulas o cualquier cosa que pueda usar para hacerme daño, al menos no tan fácil de encontrar, en casa. Mamá se había encargado de ocultar sus tranquilizantes, de botar cualquier medicamento que pudiera hacerme daño y está bien. Si estuviese en su lugar, creo que llevaría a mi hija a un psiquiatra y no la dejaría volver hasta que me aseguraran que ella no volverá a hacerlo. Pero mi madre decidió confiar en mí y no quiero que se arrepienta de hacerlo.

Los dos primeros días, después de haber vuelto a casa, ella no fue a trabajar. Supuse que pidió permiso en la oficina para observar a su hija suicida. Pude arruinar su vida si en verdad Nicholas no me hubiera ayudado. 

— Bebe —me había dejado un vaso con agua en la mesa de centro. El doctor había sugerido que tomara agua en abundancia para limpiar mi organismo más rápidamente de los fármacos que pudieron dejar residuos, o lo que sea— ¿quieres que vayamos por un helado, más tarde?

— me parece genial —tomé el vaso y en tres segundos me bebí el líquido. En verdad no tenía muchas ganas, solo quería simpatizar con mi mamá.

Almorzamos a eso de la una y media de la tarde y cerca de las tres íbamos saliendo de la casa. Yo acomodada mi bolso en mi hombro y mi madre saludaba al chico que salvó mi vida.

— Hola Nick —dijo mamá avanzando por el caminito pavimentado hasta la vereda.

— Sra. Hart —respondió él acercándose con una sonrisa que hizo que el suelo bajo mis pies temblara ¿que fue eso? — Dev ¿cómo estás?

— Bien —susurré y miré a mamá un segundo— ¿y tú?

— Mejor ahora que te veo... bien —el sol le daba en la cara y su mueca, un ojo medio cerrado, hacía que se viera... ¿tierno?

— Íbamos por un helado ¿quieres venir? —Le ofreció mi madre y sin esperar respuesta, agarró su brazo y empezamos a caminar.

Los escuchaba hablar de cosas banales. Nicholas preguntaba por mi salud, mis amigos, mis intereses y mamá respondía seca con respuestas cortas y le cambiaba de tema. Debía estar arrepintiéndose de obligarlo a venir con nosotras. Era evidente el interés repentino.

Yo caminaba a la izquierda de mamá, él a su derecha. Yo escuchaba atenta. Él hablaba con dominio. Yo me preguntaba qué pensará de la chica que casi vio morir. Él buscaba que nuestros ojos se encontraran.

¿Qué le ocurre?

Llegamos a la heladería de la señora Rose, entramos y buscamos una mesa desocupada. Me senté junto a la ventana, Nicholas en frente y mamá dejó su bolso en la silla sobrante.

— Yo voy a pedir ¿qué sabores quieren? —Nos dijo caminando lento hasta la caja.

— Frutilla y chocolate —dije y ambas miramos al chico en nuestra mesa.

— Chocolate y... frutilla —Nicholas quiso reprimir una sonrisa, pero le fue imposible. Sonreí.

— Bien, vuelvo en seguida —mamá nos dejó a solas.

— Pediste lo mismo —dije apoyándome en el respaldo de mi silla.

— No, lo pedí al revés —apoyó los codos en la mesa, estaba inclinado hacia mí— ¿cómo te sientes?

— Si quieres saber si volveré a intentar matarme —susurré con los ojos entrecerrados— no estoy segura de que quiera decírtelo.

— ¿Por qué? —Frunció los labios.

— No es asunto tuyo —me encogí de hombros y corrí la vista de su rostro hasta la ventana, hasta su reflejo en el cristal—. Mamá piensa que eres una especie de héroe.

— ¿Tu qué piensas? —volví a centrarme en él, su cara era muy seria, su ceño estaba fruncido— ¿por qué no quieres vivir?

— Yo no vivía —le dije apretando la mandíbula— esto que crees que hacemos no es vida, es rutina, la rutina mata a cualquiera.

Silencio.

— Aquí estoy, si me ayudan... —mamá se acercó con tres barquillos de helados. Nicholas le quitó uno de las manos. Ella se sentó y me dio uno— gracias.

— Ese es el mío —dijo al momento en que mi lengua tocó el chocolate.

— Son los mismos -me defendí empezando a sentirme irritada.

— Otra vez: no —se burló—. Éste tiene la frutilla por encima, ése —apuntó al mío, que era suyo— la tiene abajo, es mío.

— Que llorón —murmuré— ya lo he lamido.

— Ya, pero igual lo quiero.

Mi madre nos miraba muy confundida, sabía que algo se perdió de la conversación que tuvimos cuando ella no estaba. No se lo diría. Yo no lo haría, pero no estaba segura si la persona frente a mi lo haría. Presentía que nada bueno saldría de él, no podía simplemente confiar en él sólo porque me haya salvado la vida.

Diablos, debí morir de todas maneras.

Dame una razón.Where stories live. Discover now