Piérdete

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—Llegarás tarde a la escuela —le indicó la señora desde la puerta en la pausa correspondiente, para que volviera a tocar insistentemente al minuto siguiente.

—Ya sé.

—Nathaniel han pasado cuatro días, no exageres.

Bernadette le había dado un gran chance al hijo de su vecino, pero, al parecer, eso no hacía que se levantara de la cama. ¿Qué había pasado para que acabará por encontrarse así? No tenía ni idea.

Cuando la vecina se fue el día anterior, Nathaniel, acabó por volver a cerrar la casa con seguro, al igual que su habitación. La anciana mujer no tuvo problema alguno en entrar de nuevo a la vivienda, pero el paso le fue impedido a la habitación del chico que la habitaba.

Bernadette Tournon tenía una llave de repuesto que le había sido otorgada por el padre de Nathaniel hacía años atrás. Pero no tenía una de la habitación del pelirrojo. La mujer siguió tocando.

— ¡Ándale ya! ¡Nathaniel! —exclamó exasperada, y con los nudillos algo magullados paró su golpeteo.

La anciana no se daría por vencida, jamás lo hacía, eso lo sabia a la perfección el pelirrojo. Y cuando escucho el crujido de la cerradura no se sorprendió. Bernadette era insistente y siempre conseguía lo que quería, todo por ser perseverante.

Cuando la puerta se abrió la única iluminación de la habitación se apagó. Nathaniel no había estado utilizando la luz eléctrica, sino que una gran vela que se había consumido al pasar el tiempo. Bernadette, ya irritada, se heló al encender la luz. El cuarto de Nathaniel en tan solo una noche se había puesto de cabeza. ¿Cómo era posible aquello? El piso estaba tapado de hojas de cuadernos de dibujo con rayones. Y ahora estaba el chico, con el carboncillo en las manos en una esquina y un lienzo a sus pies.

— ¡Oh, Dios-! —Bernadette, por la sorpresa, se llevó sus manos a su boca abierta.

Eso lo había visto tantas veces antes, pero esperaba que no le pasase a Nathaniel. Lo malo, y bueno, de las personas en extremo creativas es que ven el mundo de una manera muy diferente. Para ellos hasta lo común podría ser lo más hermosos u horrible del mundo. Entonces, <<en serio está herido.>> pensó la señora.

Nathaniel divisó a su vecina y acabó por tirar el carboncillo que tenía en sus manos. Había demostrado que estaba molesto. ¿Por qué? Por Adrien, quien era un idiota al decirle que no a tan hermosa chica. Y, repentinamente en la noche se dio cuenta de eso. Él no estaba mal porque Marinette se haya declarado en su cara, porque ya lo sabía y sabía que de alguna manera eso iba a pasar, estaba mal porque Adrien le había dicho que no, como si a él mismo le hubiesen rechazado. Y, al finalizar de hacer su pequeño desastre de disgusto, cuando su querida vecina entró, dejó caer el carboncillo de sus manos.

Se levantó del suelo. Tenía una cara de cansancio, con el cabello algo revuelto, y las manos sucias. El chico había dejado tirado por ahí el saco que siempre usa, y sus pantalones no se habían salvado de su molestia, estaban manchados. Con su camisa arremangada hasta más allá de los codos.

—Voy a tomar una ducha y bajo en 5 minutos —dijo de lo más tranquilo el pelirrojo, como si no hubiese pasado nada.

La anciana le dejó pasar para que saliera al baño. Bernadette vio el desastre de nuevo y suspiró, eso la estrenaría mucho. Porque ella sabía que las personas como Nathaniel eran sensibles, por eso eran artistas, pero igual eran fáciles de lastimar.

Nathaniel llegó al baño y se llegó a mirar al espejo. No le gustó cómo se vio. En realidad no es que siempre le importase como se viese, pero, se sintió mal al ver su reflejo. Con su ropa algo arrugada, sucia y desarreglada. Lo peor era que esa ropa no era para hacer aquellos trabajos con carboncillo, pintura y demáses materiales.

Todo gracias a Alya.Where stories live. Discover now