Capitulo 2

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Si es cierto que el artista expresa en su obra sueños que en cerebros menos poderosos, confusos, existen latentes y que por eso, sólo por eso, porque las líneas del bronce, los colores del cuadro, la música del poema, las notas de la partición, realzan, pintan, expresan, cantan lo que habríamos dicho si hubiéramos sido capaces de decirlo, el amor que a la Bashkirtseff profesamos algunos de hoy tiene como causa verdadera e íntima de eseDiario, en que escribió su vida, es un espejo fiel de nuestras conciencias y de nuestra sensibilidad exacerbada. ¿Por qué has de simpatizar tú con la muerte adorable a quien Barrés venera y a quien amamos unos cuantos, -¡oh, grotesco doctor Max Nordau!-, si tu fe en la ciencia miope ha sufrido en ti el sentido del misterio, si tu espíritu sin curiosidades no se apasiona por las formas más opuestas de la vida, si tus rudimentarios sentidos no requieren los refinamientos supremos de las sensaciones raras y penetrantes?... ¿Qué hay de extraño en cambio en que un hombre a quien las veinticuatro horas del día de la noche no le alcanzan para sentir la vida, porque querría sentirlo y saberlo todo, y que, situado en el centro de la civilización europea, sueña con un París más grande, más hermoso, más rico, más perverso, más sabio, más sensual y más místico, se entusiasme con aquélla que llevo en sí una actividad violenta y una sensibilidad rayana en el desequilibrio?...

Hay frases del Diario de la rusa que traducen tan sinceramente mis emociones, mis ambiciones y mis sueños, mi vida entera, que no habría podido jamás encontrarlo yo mismo fórmulas más netas para anotar mis impresiones.

Escribe después de una lectura de Kant:

"No sé por dónde comenzar, ni a quién ni cómo preguntárselo, y me quedo así, estúpida, maravillada, sin saber para dónde coger y viendo por todos lados tesoros de interés, historias de pueblos, lenguas, ciencias, toda la tierra, todo lo que no conozco; yo que querría verlo, conocerlo y aprenderlo todo junto".

Escribe seis meses antes de morir:

"Me parece que nadie adora todo como yo: lo adoro todo: las artes, la música, los libros, la sociedad, los vestidos, el lujo, el ruido, el silencio, la tristeza, la melancolía, la risa, el amor, el frío, el calor; todas las estaciones, todos los estados atmosféricos; las sabanas heladas de Rusia y los montes de los alrededores de Nápoles; la nieve en invierno, la lluvias de otoño, la alegría y las locuras de la primavera, los tranquilos días del verano y sus noches consteladas, todo eso lo admiro y lo adoro. Todo toma a mis ojos interesantes y sublimes aspectos, querría verlo, tenerlo, abrazarlo, besarlo todo y confundida con todo, morir, no importa cuándo, dentro de dos o dentro de treinta años, morir en un éxtasis para sentir el último misterio, el fin de todo o ese principio de una vida nueva. ¡Para ser feliz necesito TODO, el resto no me basta!...".

¡Feliz tú, muerta ideal que llevaste del Universo una visión intelectual y artística y a quien el amor por la belleza y el pudor femenino impidieron que el entusiasmo por la vida y las curiosidades insaciables se complicaran con sensuales fiebres de goce, con la mórbida curiosidad del mal y del pecado, con la villanía de los cálculos y de las combinaciones que harán venir a las manos y acumularán en el fondo de los cofres el oro, esa alma de la vida moderna! ¡Feliz tú que encerraste en los límites de un cuadro la obra de arte soñada y diste en un libro la esencia de tu alma, si se te compara con el fanático tuyo que a los veintiséis años, al escribir estas líneas, siente dentro de sí bullir y hervir millares de contradictorios impulsos encaminados a un solo fin, el mismo tuyo: poseerlo TODO; feliz tú, admirable Nuestra Señora del Perpetuo Deseo!

Después de haber creído por algún tiempo que el universo tenía por objeto producir de cuando en cuando, un poeta que lo cantara en impecables estrofas, y a los pocos meses de haber publicado un tomo de poesías, "Los primeros versos", que me procuró ridículos triunfos de vanidad literaria y dos aventuras amorosas que infatuaron mis veinte años, la intimidad profunda que trabé con Serrano y su alta superioridad intelectual y su pasión por la filosofía, cambiaron el rumbo de mi vida. Fue un año inolvidable, aquel en que, desprendido de toda preocupación material, libre de toda idea de goce, de todo compromiso mundano, los días y las noches huyeron, divididos entre los largos paseos matinales por la avenida de pinos de la Universidad, la lectura de los filósofos de todas las edades, al mediodía, en la biblioteca silenciosa donde sólo se oía el voltear de las páginas, tornadas por las manos de los estudiantes, y las noches pasadas en el aposento silencioso del más noble de los amigos, disertando con él sobre los más apasionantes problemas que pueden solicitar al espíritu humano. Tranquilidad de los nervios apaciguados por el régimen calmante y por el aislamiento conversaciones en que los nombres de Kant y de Fitche, mezclados a los de los pensadores de hoy, Wundt, Platón, de Epicuro, de Empédocles, de Santo Tomás, de Spinoza, de Kant y de Fichte, mezclados a los de los pensadores de hoy, Wundt, Spencer, Madsley, Renan, Taine, irradiaban como estrellas fijas sobre la majestad negra del cielo nocturno; vértigo de la inteligencia que desprendida del cuerpo, inquiere las leyes del ser; noble vida de pensador, en que la única figura de mujer que pasaba por mi imaginación como depurada de sensualidad por las altas especulaciones intelectuales, era la de la abuela, con sus largas guedejas de plata cayéndole sobre las sienes y su perfil semejante al de la Santa Ana del Vinci, ¡cuán lejos estáis del vértigo y del frenesí gozador de mi vida de hoy! La muerte repentina de Serrano, la llegada de mi mayor edad, la necesidad de administrar una fortuna cuantiosa y situada en valores fácilmente aumentables, dieron fin a aquel período casi monástico de vida. Devuelto al torbellino del mundo, dueño de un caudal enorme para la vida de mi tierra natal, bulléndome en las venas los instintos, animado por la rabia de acción de los Andrade; suelto, libre, sin padre, sin madre ni hermanos, recibido y cortejado dondequiera, lleno de aspiraciones encontradas y violentas, poseído de una pasión loca por el lujo en todas sus formas fui el Alcibíades ridículo de aquella sociedad que me abrió paso como a un conquistador. ¡Años de locura y de acción en que comenzaron a elaborarse dentro de mí los planes que hoy me dominan, en que la comprimida sensualidad reventó como brote vigoroso bajo el sol de primavera, en que las pasiones intelectuales comenzaron a crecer y con ellas la curiosidad infinita del mal; soplo de la suerte que me hizo conservar la fortuna heredada sin que el fabuloso derroche alcanzara a disminuirla; ambiciones que haciéndome encontrar estrecho el campo y vulgares las aventuras femeninas y mezquinos los negocios, me forzásteis a dejar la tierra, donde era quizás el momento de visar a la altura, y venir a convertirme en el rastaquoere ridículo, en el snobgrotesco que en algunos momentos me siento! Vanidad que te solazas al leer el suelto en que el Gil Blas anuncia que elrichissime Américain don JosephFernández y Andrade compró tal cuadrito de Raffaeli, y te hinchas como un pavo real que abre la verdeléctrica cola constelada de ojos, cuando al rodar la victoria de la Orloff, al paso rítmico de la pareja de moros por la Avenida de las Acacias, entre la bruma vaga que envuelve el Bosque a las seis de la tarde; algún gomozo zute murmura fascinado por la elegancia de los caballos o la excentricidad del vestido de la impure y le dice al compañero: -...Tiens, regarde, ma vieille! Epatante la maitresse du poete!...¡debes estar satisfecha, Vanidad!...

Sí, esa es la vida, cazar con los nobles, más brutos y más lerdos que los campesinos de mi tierra, galopando vestidos con un casacón rojo; tras del alazán del duque chocho y obtuso; vestirse con otro casacón blanco, con un chaleco de seda bordado de colores y con medias y zapatos femeninos para hacer piruetas de maromeros y grotescos dengues al poner el cotillón en casa de Madame la Princesse Tres Estrellas; acompañar a la novicia recién casada que quiere ponerse al corriente; a casa de costureras y modistas, para dirigirle la hechura de los vestidos que no podría escoger sola; perder una hora conversando con el camisero para sugerirle la idea de una pechera de batista plegada y rizada y cinco minutos escogiendo la flor rara que debe adornar la solapa del frac; ¡sí, vanidad, satisfácete, esa es la vida y son esas las ocupaciones del hombre que pasó su vigésimo año leyendo a Platón y a Spinoza!

Es ridículo. Escribo e involuntariamente cedo a mis exageraciones. Esa no es toda mi vida. Junto a ese mundano fatuo está el otro yo, el adorador del arte y de la ciencia que ha juntado ya ochenta lienzos y cuatrocientos cartones y aguas-fuertes de los primeros pintores antiguos y modernos, milagrosas medallas, inapreciables bronces, mármoles, porcelanas y tapices, ediciones inverosímiles de sus autores predilectos, tiradas en papeles especiales y empastadas en maravillosos cueros de Oriente; el adorador de la ciencia que se ha pasado dos meses enteros yendo diariamente a los laboratorios de psicofísica, el maniático de filosofía que sigue las conferencias de La Sorbona y de la Escuela de Altos Estudios, y cerca de ese yo intelectual funciona el otro, yo sensual que especula con éxito en la Bolsa, el gastrónomo de las cenas fastuosas, dueño de una musculatura de atleta, de los caballos fogosos y violentos, de Lelia Orloff, de las pedrerías dignas de un rajah o de una emperatriz, de los mobiliarios en que los tapiceros han agotado su arte, de los vinos de treinta años que infunden vigor nuevo y calientan la sangre, ¡y por encima de todo eso está un analista que ve claro en sí mismo y que lleva sus contradictorios impulsos múltiples, armado de una voluntad de hierro, como llevaban los cocheros dóricos los cuatro caballos de la cuadriga en las carreras de las Olimpiadas!

¿Y estás satisfecho Pangloss?- me pregunta ahora la voz interior que habla en las horas de análisis íntimo... No, jamás, esa vida que a tantos les parecería increíble por su intensidad no sirve sino para excitar mis deseos de vivir... ¡Más! ¡todo!, grita el Monstruo que llevo por dentro... No eres nadie, no eres un santo, no eres un bandido, no eres un creador, un artista que fije sus sueños con los colores, con el bronce, con las palabras o con los sonidos; no eres un sabio, no eres un hombre siquiera, eres un muñeco borracho de sangre y de fuerza que se sienta a escribir necedades... ¡Ese obrero que pasa por la calle con su blusa azul lavada por la mujercita cariñosa y que tiene las manos ásperas por el trabajo duro vale más que tú porque quiere a alguien, y el anarquista que guillotinaron antier porque lanzó una bomba que reventó un edificio, vale más que tú porque realizó una idea que se había encarnado en él! ¡Eres un miserable que gasta diez minutos en pulirse las uñas como una cortesana y un inútil hinchado de orgullo monstruoso!... ¡Oh, un plan a qué consagrar la vida, bueno o malo, no importa, sublime o infame, pero un plan que no sean los que tengo hoy- ni la casa de comercio en Nueva York para especular en grande y doblar mi fortuna, ni el viaje alrededor del Mundo para almacenar sensaciones e ideas, ni la vida en el archipiélago para pescar perlas que me den más oro; no, un plan que no se refiera a mí mismo, que me saque de mí, que me lleve como un huracán, sin sentirme vivir!...

De Sobremesa - José Asunción SilvaWhere stories live. Discover now