Capitulo 8

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Borracho de ideas y cansado de pensar, salí de mi escondite hace ocho días a gastar las fuerzas que la quietud, los baños helados y el ejercicio habían acumulado en mí, y desde esa mañana hasta esta noche ha sido una orgía de movimiento incesante, de paisajes recorridos, de escaladas vertiginosas de montañas y de incansables caminadas por valles frescos llenos de verdura nueva. ¡Neveras, ventisqueros, altas cimas donde el pulmón se llena de aire purísimo, los ojos de claridades imprevistas, el cerebro de grandiosas ideas; donde la sangre se vivifica y se enriquece mejor que con la higiene más cuidadosa, observada en una ciudad! Nunca experimentada sensación de vigor ardiente y de fuerza muscular inagotable que gastar en nuevos ejercicios, me ha hecho sentir todo el vigor que encierra mi cuerpo a pesar del que he derrochado en los últimos meses, y en todos los momentos he meditado en los pormenores de mi plan. Ni un deseo, ni una imagen sensual me han perseguido; las tentaciones enfermizas se respiran con el olor de cocina y de perfumería, de polvos de arroz y de mujer que flotan en el aire, cargado de efluvios de lascivia y de gérmenes de enfermedades mentales, de la Babilonia moderna.

¡Naturaleza, bendita seas!... ¡Tus espectáculos vistos en soledad completa, sin oír una voz humana que turbe nuestra meditación, son como un bromuro eficaz y calmante para las almas insomnes!

Antier estaba en un ventisquero, todo blanco, claro, diáfano el suelo, las lejanías llenas de niebla, donde reverberaba el sol matinal, el cielo luminoso. Los guías se habían quedado atrás. Destapé el frasco plano, lleno dechartreuse verde que llevaba en la cintura y sorbí un trago largo que me quemó el paladar con el sabor, de las plantas aromáticas diluídas en el alcohol sutil, y me hizo correr calor por todo el cuerpo helado por el ambiente glacial. Pensé en la Orloff, en las sábanas de raso negro sobre las cuales extiende las curvas del cuerpo ambarino perfumado de magnolia; en la tina de cristal rosado llena de agua tibia que se opaliza con los vinagres aromáticos preparados por Lublin, y al sentirme libre del sortilegio carnal, en que viví envuelto por seis meses, solté una carcajada, una carcajada vibrante y poderosa que resonó como un disparo en el silencio blanco del ventisquero; una carcajada de salvaje, después de que ha roto en mil pedazos el fetiche que lo asustaba. ¡Adiós, sensualidades de bizantino! ¡A vivir vida de hombre!

De Sobremesa - José Asunción SilvaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz