Capitulo 14

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Pasé una noche atroz y no comprendo la causa. Un día regular, la mitad gastada en el Ministerio de Relaciones Exteriores tomando copias fotográficas de la correspondencia del ministro que acreditó mi país en Inglaterra para pedir el reconocimiento de su independencia, la tarde en una fábrica de fusiles -que con furia me he entregado a los estudios militares que requiere el cumplimiento de mí plan- y la noche aquí, viendo una serie de aguasfuertes y de acuarelas que me ofrecen en venta; total: ninguna emoción fuerte. Comida sencilla, con un poco de burdeos viejo y pálido. Y entonces ¿por qué la horrible pesadilla que me ha hecho gritar y agitarme, la pesadilla angustiosa sin más imagen que la atravesara, sino una caída mía entre la oscuridad negra de un abismo y, arriba, arriba, las tres hojas de la rama del camafeo y el revoloteo de la mariposa blanca sobre un cielo azul cruzado de nubes blancas?...

¿Por qué la depresión de hoy en que me siento sin ánimo de trabajar ni de vivir, y pienso en Helena como un chiquillo, perdido entre la noche de un bosque, pensaría en las caricias de la madre?... Es una obsesión enfermiza casi, al dormirme la veo, vestida con el corpiño de seda roja que llevaba en Ginebra, llamarme con la mano pálida; al abrir los ojos, lo primero en que pienso es en ella y al hacer un esfuerzo para recordar las impresiones del sueño, me parece que entre la oscuridad de éste ha pasado, vestida de blanco, con un vestido cuya falda cae sobre los pies desnudos, en una orla de dibujo bizantino, de oro bordado sobre la tela opaca y llevando en los pliegues níveos del manto que la envuelve, un manojo de lirios blancos... Ciertas sílabas resuenan dentro de mí cuando interiormente percibo su imagen "Manibus date lilia plenis"... dice una voz en el fondo de mi alma y se confunden en mi imaginación su figura, que parece salida de un cuadro de Fra Angélico, y las graves y musicales palabras del exámetro latino.

Todo eso es delicioso pero es una obsesión enfermiza y yo sé el remedio. Digo el remedio porque el placer comprado me repugna como una droga nauseabunda y no está en Londres ninguna de las dos amigas inglesas que me darían una noche de caricias -ni aquella aristocrática Lady Vivian encontrada en Berlín hace un año, tan fresca y tan dulce y tan loca y tan ardiente; ni la otra, Fanny Green, la profesional a quien tuve tres semanas en Roma, hace cuatro años, estúpida como una campesina ignorante y sentimental como una heroína de Richardson, pero insuperablemente hermosa.

No están en Londres. Comprendo cuál es la causa de mi extraño estado nervioso en que las imágenes internas se convierten casi en alucinaciones y quiero suprimirlo. Me provoca por momentos salir a Regent Street a las 11 de la noche, buscar alguna de aquellas Jenny, como la del poema de Rossetti:

Oh, merry, lazy, languid Jenny
Fond of a kiss and fond of a guinea;

hacer de ella mi presa, traerla a mi casa donde al ver el mobiliario y las vasijas y los cuadros, todo el lujo de la instalación, abriría tamaños ojos y sin explicarse mi capricho por su cuerpecito débil, tenerla unas semanas en que las pobres voluptuosidades que me procurara se mezclaran para mí de una impresión de piedad por ella y de obra de caridad hecha al evitarle sus interminables paseos por Piccadilly y las brutalidades de sus compradores nocturnos, y calmada con el abuso la fiebre que me corre por las venas, despacharla regalándole alguna suma que fuera la que gasto en una joya de que me antojo y con que pudiera vivir tranquila hasta la vejez, en alguna casita risueña de los suburbios, casada con el novio que la adoraba antes de caer y acordándose de mí como de un semidiós con quien se encontró una noche...

No puedo. Una presencia femenil en la casa donde está el broche del camafeo de Helena y donde tanto he pensado en ella, sería imposible. Al día siguiente habría arrojado a la calle, colmándola de insultos a la pobrecilla chicuela, sintiendo por ella horrible odio y asco profundo.

De Sobremesa - José Asunción SilvaWhere stories live. Discover now