Capitulo 9

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¡El conjunto cosmopolita de estas mesas redondas de los grandes hoteles y los contrastes disparatados de todas ellas! El menu francés parece un exotismo dada la composición heterogénea de la del Hotel Victoria, donde vivo... ¡Oh!, personajes que me divertís al observaros y dais a mi imaginación fantaseadora ocasión de forjarme vuestra vida mientras engullo los manjares; grueso agente viajero alemán, oloroso a cerveza, que cuentas tus groseras aventuras de taberna y de burdel entremezclándolas de carcajadas sonoras; gomoso parisiense, corbateado de rosa, de los zapatos y los bigotes puntiagudos y de la inteligencia roma, que estropeas lamentablemente los términos de sport ingleses al adaptarlos a tus pronunciaciones guturales; español cuyo perfil regular y cerdoso bigote negro van precedidos de inevitable pitillo infecto y que a todas horas sigues con ojos de lujuria a la criada suiza coloradota y fresca; brasileros amarillosos y enclenques, que exhibís inverosímiles diamantes pajizos montados en los botones de la camisa y tiritáis de frío como oistitísdel trópico en las noches invernales de Londres; aventurero ruso de la rizada barba castaña que sientes la nostalgia de la ruleta y las carpetas verdes de Montecarlo; viejas inglesas, secas unas veces como sarmientos, desbordantes otras como informes paquetes de carne linfática, que recorréis la Europa entera, con el Baedeker en una mano yLa Biblia en la otra, pronunciando el mismo beautiful, beautiful, charming;quite charming, ante los fiords glaciales de Noruega, los nevados y los lagos azules de la Suiza heroica, los ardientes sitios de Castilla la vieja, llenos de nobles fiebres y los paisajes sonrosados del litoral del Mediterráneo; viejas que atravesáis los países que os atraen bebiendo el mismo té tibio, devorando los mismos asados sanguinolentos y escribiendo en vuestra clara cursiva las mismas cartas de diez hojas, con las espaldas vueltas a paisajes adorables; canonesa alemana de los catorce cuarteles en el escudo, que paseas por sobre la asistencia la insípida mirada incomprensiva de tus ojuelos grises y melancólicos; pareja de renteros franceses a quienes alguna agencia de viajes traslada de lugar en lugar para que admiréis, sin comprenderlos, los sitios y los edificios designados por la guía Johanne a vuestros entusiasmos de inofensivo turismo; honorable Mr. Woodding, que haciendo propaganda por cuenta de la secta trinitaria, con un ejemplar de los evangelios debajo del brazo, azotas con los faldones de tu larga levita negra, las madreselvas florecidas por la primavera y paseas tu prole -las cuatro chiquitinas rubias que parecen salidas de un álbum de Kate Greenway- por todos los caminos planos de cerca a todos los hoteles donde cuesta la asistencia diez francos por día; enorme conde valaco o rumano de la melena rizada a la caracalla y de los ojos bovinos y apagados; príncipe italiano, cuyo palacio secular, donde habitaron tus antepasados gloriosos, vendieron los acreedores cansados de cobrarte; ¡oh, muestras de la calidad corriente de la especie humana, fabricadas de prisa por el Gran Hacedor, sin hinchazones de músculos y sin afinamientos de nervios, lectores de Ohnet, adoradores de Gaboriau y de Montepin, que consideráis como lo supremo del arte los cuadros en que sonríen las venus de pomada rosadas pintadas por Bouguereau, que os pasmáis oyendo las musiquillas italianas de hace treinta años y las idiotas pornografías de los cafés-conciertos y a quienes dejan fríos las dulces ingenuidades de los pintores prerrafaelitas, las sutilezas del arte japonés, las grandiosas sinfonías de Wagner, los dolorosos personajes que atraviesan la sombra gris de las novelas de Dostoiesvsky, las extraterrestres creaciones de Poe, admiradores de lo mediocre y de lo fácil, a quienes Max Nordau presentaría como prototipos del perfecto equilibrio, todos vosotros engullís la misma sopa de fideos cosmopolita, los mismos asados sospechosos, rociados con el mismo Medoc químico, absorbéis la misma compota de negras ciruelas pasas con que los amables propietarios de los hoteles suizos nutren vuestras hermosas personas en las temporadas de veraneo! ¡Leves os sean esos manjares indigestos y conviértanse en sangre de vuestra sangre y en hueso de vuestros huesos y ayude a peptonizarlos y a facilitar vuestras difíciles digestiones la acción de gracias que articulan los labios enjutos y la bendición que esparcen en el aire los dedos flacos del abate Pazavillini, sentado a la cabecera de la mesa en que lucen ahora el queso de Camembert de coloración cadavérica, el roquefort delicuescente y la decocción de chicoria amarga con que, creyendo que absorbéis el café aromático, el licor de Voltaire y de Balzac, finalizáis vuestros pantagruélicos almuerzos!

De Sobremesa - José Asunción SilvaWhere stories live. Discover now