❀Especial 1k❀

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❀Hasta la muerte.❀

   Una cabellera celestina se distinguía entre las personas que pasaban a su alrededor. Sus ojos de color zafiro se encontraban más apagados que de costumbre, y su semblante triste no ayudaba en lo que respecta a su apariencia. Decaído y con evidencias de lágrimas en sus mejillas, detuvo su andar frente a un árbol. En este, se encontraba una figura alta, de un apuesto chico de cabellos rojizos y orbes de color mercurio. Su sonrisa era única; su expresión divertida y el destello juguetón en sus ojos eran completamente contrarios al pequeño ojizarco. Éste le dedicó una melancólica mirada, mientras desviaba su mirada hacia el suelo, sintiéndose inferior una vez más. El chico de cabellos rojizos suspiró, negando con su cabeza en forma de reprobación las actitudes de su amigo; comenzó su andar hasta él, pero parecía no darse cuenta de su presencia. Las personas seguían su rumbo, al igual que él. El ojizarco continuó su camino, dejando atrás el paisaje que su corazón guardaba bajo llave. Un recuerdo llegó a su mente; las risas y carcajadas provenientes de ambos, y las miradas cómplices que compartían aceleraban su corazón. Quizás nunca sabría si a él le pasaba lo mismo, pero su órgano vital se encontraba roto en esos momentos; hecho pedazos y completamente vacío. Vacío porque ya no podría admirar su belleza, porque no volvería a ver esos ojos tan llamativos, ni tocar esa melena tan suave para su persona.

   El chico con ambas orbes del mismo color que el mar se encontraba a una distancia considerable del chico pelirrojo que le perseguía por detrás, quien intentaba igualar sus pasos. A pesar de que no estaba corriendo, le era difícil alcanzarlo.

   —Sólo un poco más...— murmuró. Sin embargo, sus palabras parecían haber sido llevadas por el viento, puesto que la silueta del ojizarco comenzaba a perderse entre la multitud de gente que caminaba en el lugar.

   Extendió su mano, pensó que quizás así podría tomarlo y tocar su frágil cuerpo, pero no resultó como esperaba. Su desesperación se disipó en cuanto logró verlo en una florería de la zona; se encontraba en cuclillas, intentaba oler las flores provenientes del local, pero le costaba mantener el equilibrio. El pelirrojo notó los esfuerzos de su amigo para mantenerse sin caer, mas no parecía funcionarle, por lo que éste se permitió soltar una sonora carcajada, la cual no fue escuchada por el ojizarco.

   Se acercó al joven de cabello blanquecino que atendía la florería. —Disculpe.—llamó.—¿Podría darme las flores más bellas que tenga?—preguntó.—Son para una persona muy especial, por lo cual, deben estar a su altura.—sonrió, dejando ver una hilera de sus perfectos dientes, pero no tardó en desaparecer al darse cuenta de que estaba siendo ignorado.—¡No me ignore!—refunfuñó mientras movía su mano de arriba hacia abajo frente al rostro del hombre, el cual ni siquiera se inmutó ante su acción, mas bien, comenzó a acomodar floreros, y darle la espalda mientras regaba las flores a su paso, dejándolo desconcertado y enojado.—¡Bien!—exclamó.—Las tomaré de igual forma.

   Y tal como lo había dicho, tomó descaradamente una flor de una maceta. La flor era de un celeste cielo, tan bonito como las orbes de su amigo, sin embargo, la única diferencia que encontraba al verlos detenidamente, era que sus ojos se encontraban apagados, como un cielo en un día lluvioso. Eso lo entristeció, mas no logró quitarle los ánimos que había adquirido a un principio.

—¡Nagisa!—llamó, pero éste no parecía estar en esa realidad junto a él.—¿Acaso todo el mundo tiene pensado ignorarme?—pensó frustrado.

   Finalmente, el susodicho le dirigió una mirada antes de acercarse a a caja registradora para llevarse con él, las flores que con mucho detenimiento había elegido. El pelirrojo se mantenía a su lado, expectante de sus acciones e intrigado sobre ellas. Antes de continuar con su camino, divisó su reflejo en la vidriera del lugar.

—Estas son para ti, Karma.—comentó al viento. Una vez dicho esto, siguió su caminata.

—¿Son para mí?—preguntó perplejo, sin embargo, no consiguió respuesta alguna.

   Nagisa continuó caminando; Karma se mantenía callado mientras veía el rostro del ojizarco de forma prolongada, admirando desde la longitud de su cabello celestino, sus ojos sin aquel brillo que tanto lo caracterizaban; hasta las curvaturas pertenecientes a sus rosados labios que tan perfectos le parecían.

   Durante todo el camino, sostuvo firme las flores entre sus pequeñas y frágiles manos. Karma aún no entendía la actitud de Nagisa para con él, pero tampoco se atrevía a preguntar acerca de ello.

   No obstante, mientras ambos se caminaban sin preocupaciones, pequeñas gotas de lluvia se hicieron presentes. Nagisa se permitió admirar la belleza de éstas, recordando a su paso los días lluviosos que compartía con su amigo. Las veces que ambos se salteaban las clases, y se mantenían en la terraza, abrazándose para contener la calidez entre ellos, y las sonrisas que inconscientemente se dedicaban en silencio. Cómo extrañaba esos días donde la lluvia no era tan triste. Al menos no lo era cuando estaba junto a él.

   No se dio cuenta cuando las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin su consentimiento; Karma, al notarlas no tardó en acercarse con un semblante serio y triste. Debido a las diferencias de alturas entre los dos, Karma se inclinó para llegar a la altura de la mejilla del contrario, pasando su mano en un intento de limpiarlas. Nagisa se sobresaltó ante el más mínimo roce, alejándose a una distancia considerable. Con paso firme continuó una vez más su camino, quitándose las lágrimas de forma brusca con las mangas de su abrigo.

   Karma se contuvo de decir alguna palabra, sabría que sería ignorado nuevamente, y no tuvo más remedio que continuar caminando mientras colocaba ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. Un sonrojo apareció en sus mejillas, y un puchero surcó entre sus labios. Su actitud infantil era lo que más recordarían de él.

   Nagisa seguía derramando lágrimas, pero una vez que llegó al lugar al cual tanto anhelaba visitar, se disiparon todas sus angustias y tristezas. Limpió nuevamente las lágrimas que continuaban cayendo, y una sonrisa comenzaba a adornar su adorable rostro. Karma se sorprendió ante esto, y sonrió de igual forma. Las rejas se encontraban abiertas de par en par, y el ojizarco se limitó a saludar a los encargados con un leve asentimiento, acompañado de un ademán con su mano izquierda. Sus mejillas se tiñeron de un hermoso color carmín a la hora de entrar en aquel lugar. Apretó más el agarre de las flores en su mano, y con paso firme se dirigió hasta el fondo del lugar, mientras admiraba las flores repartidas por el lugar, al igual que los árboles y los monumentos que se encontraban en su camino. Con cuidado y sigilo, Karma procuraba llegar hasta donde el ojizarco se encontraba, pero el lugar era tan grande y espacioso al aire libre, que no tardó en perder de vista a su amigo. Se desesperó al escuchar sus sollozos tan cerca, por lo que comenzó a correr hasta el final del sendero marcado de aquel lugar. Al girar hacia su izquierda, se encontró con una escena que logró romper su corazón por completo. Las flores celestinas que sus manos sujetaban se deslizaron hasta acabar en el frío suelo del lugar, el cual comenzaba a mancharse debido a las gotas de lluvia que las nubes desprendían.

   Nagisa se encontraba arrodillado sobre el césped mojado, mientras abrazaba las flores en su pecho como si su vida dependiera de ello.

   Frente a él, una lápida de mármol, y a su alrededor contenía flores de todo tipo, pero ninguna se asemejaba a las que su amigo mantenía firme entre sus manos.

   Pero, todo su mundo se derrumbó en cuanto leyó la lápida con su nombre en ella. «Akabane Karma». Sus piernas fallaron y colapsó a un lado del ojizarco, mientras que sus ojos desprendían lágrimas a montones, y un frío miedo acunó sobre su pecho, más exactamente donde su corazón se encontraba.

Te amo, Karma.—sollozó.

¡Nagisa!—exclamó—Yo también… Te amo.

《Déjate Querer Por Mi》 [Yaoi/gay]Where stories live. Discover now