(GIF DA CENA DOS DOIS NA PISCINA)

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Un angelo caduto in volo, in tutti i sogni miei, como un ángel caído del cielo en todos mis sueños. Así te recuerdo. Y de tanto en tanto me parece absurdo no poder borrarte de mi mente, ponerme a pensar, a recordar, a sorprenderme, que me lleguen de repente verdaderas oleadas de una dolorosa, plena e inesperada imagen de ti. Cada una de tus sonrisas, cada uno de tus movimientos, y aquella risa tuya, tu manera de cerrar los ojos, de echar la cabeza hacia atrás y luego volver a abrirlos y mirarme con esa intensidad... sí, en esas ocasiones yo me perdía en ti y nunca tuve el valor de decírtelo. A menudo me quedaba callado, sonriéndote, mirándote, y tú de vez en cuando me preguntabas: «¿Pero en qué estás pensando? Venga, dímelo. Mira que si no me enfado, eh... ¡Dímelo!». E intentabas parecer decidida y así conseguir que te dijera algo... y yo, sólo por eso, me reía aún más. Pero me hubiera gustado encontrar las palabras, sorprenderte y emocionarte, y hacerte ruborizar diciéndote lo que sentía por ti. Y, sin embargo, permanecía en silencio y era increíble que mi corazón y mi mente tuvieran tanto que decir y mi boca, nada...
Pero ¿no hubo nada, un instante, un momento, un día, una tarde que de alguna manera me permitiera intuir algo? Forse ¿Que tenías una duda, forse que las cosas no eran como antes, que nuestros corazones en cierto modo ya se habían resquebrajado? Y nunca he entendido por qué, pero la memoria de repente se adentra en las profundidades, hace que emerja algo de las oscuras aguas de un mar plano, de un lago inmóvil bajo el que viven tranquilamente todos nuestros recuerdos, muchos de ellos injustificadamente olvidados.
Y ahora aparece con lucidez aquel día en mi mente.
Al igual que si se tratara de una libre canción, la inmensidad se abre frente a mí como un abismo, como un desgarro en el tiempo, y me encuentro allí abajo.
15 de mayo. Últimos días de tu último curso de instituto. Te veo salir de casa, llevas el pelo recogido con dos pasadores azules de fantasía que hacen juego con el color de tus ojos. Sales sonriendo, distraída, y te cuelgas la mochila con los libros al hombro para subir en tu Vespa. Pero no te da tiempo a introducir la llave en el contacto, porque yo estoy allí, esperándote, como mi moto...
—¡Eh, buenos días!
—¡Hola! ¡Qué bonita sorpresa!
Y la belleza de tu sonrisa espontánea no tiene parangón. Dios, qué hermosa eres cuando sonríes. Dios, qué bella es tu felicidad. El entusiasmo con el que te iluminas no deja lugar a dudas, estás realmente enamorada, Babi... Y estás enamorada de mí. Y escucho distraído tus palabras mientras miro sonriendo el movimiento de tu boca, la expresión de tu cara, tu sonrisa. Y me pierdo en tus labios, me distraigo con los gestos de tus manos, confundo tus palabras.
—Pallina, como siempre, se ha peleado con Pollo. ¡Será posible que esos dos se peleen cada dos por cuatro..., bueno, se dice por tres! Yo es que no lo entiendo, porque...
—Sí, claro...
—¿Mancini? ¿Se puede saber en qué estás pensando?
—¿Yo? ¿Por qué?
—¡Porque cuando dices «Sí, claro» significa que estás en otra parte!
—¡Que no, te juro que te estaba escuchando!
—Sí, ahora sólo falta que te pregunte: «¿Qué estaba diciendo, Mancini?». Y me parecería a la profesora Giacci. Oh, no, no quiero ser la profesora Giacci, no lo soportaría. Mancini, ¿has visto cómo me transformas? ¿En lo que me estás convirtiendo? Contigo me estoy perdiendo...
—Te encontraré allí adonde vayas, cariño...
Tuerce la boca, ladea un poco la cabeza.
—Eh, eso no es propio de ti. ¿Qué has hecho? ¡Cuéntamelo todo, y deprisa!
Y empiezas a pegarme y levantas dos dedos de la mano izquierda como si dibujaras una «V», pero pretendes aparentar que quieres sacarme los ojos. Y al final nos abrazamos, empezamos a simular una lucha y nos echamos a reír. Perdidos, entre nuestros besos perdidos, como suspendidos, como suaves labios náufragos. Y justo en ese momento sale una señora del edificio y yo la saludo amablemente.
—Buenos días, señora, ¿ha visto que día tan bonito?
Y la señora mira hacia el cielo, como si no se hubiera dado cuenta.
—Sí, precioso.
Entonces me mira y yo le sonrío haciéndome el ingenuo mientras a escondidas, abajo, con la mano derecha, intento apretar la de Babi, que naturalmente ella aparta. Entonces la señora asiente y, dándose cuenta del juego, sonríe.
—Sí, realmente hace un día muy bonito.
Como si quisiera decir: «Afortunados vosotros que podéis disfrutarlo así». Y entonces ya no espero más, en cuanto la veo cruzar la cancela, cojo a Babi, la atraigo hacia mí y la beso. Y sus labios saben a arándano, a café y a dentífrico, a un vino tal vez de la noche anterior o a quién sabe qué infusión oriental. Un beso suyo es una señal, un relato, un acontecimiento, es algo que ninguna palabra podrá expresar nunca, ni siquiera las telas de los más perspicaces, de los que se han esforzado al máximo, desde Hayez y Munch hasta Picasso y Modigliani, o de cualquier otro artista que pueda haber intentado comprender o describir un beso suyo.
Luego se separa de mi beso y me mira curiosa y divertida:
—¿En qué estás pensando, Mancini? —Levanta una ceja para intentar adivinar mis pensamientos—. Di la verdad. ¿Ya la has liado?
—¿Pero por qué se te ocurre pensar algo así?
Me llevo la mano al pecho en un desesperado y silencioso intento de quién sabe qué inconsistente juramento. Y sonrío intentando convencerla y niego con la cabeza y al final añado unas palabras:
—¡Claro que no!
Ella se ríe, pero no está del todo convencida.
—No me lo creo. —Sin embargo, no le permito que diga nada más y me dispongo a besarla, aunque antes de que suceda de nuevo me detiene, pone una mano en mi pecho y me mira a los ojos, esta vez seria, ya no se ríe, incluso parece severa—.
Sí, en momentos como éste es cuando Babi más me fascina, porque tiene una manera muy particular de mirarme. Hace que de repente me sienta como superado. La miro, pero no consigo entenderla, me desorienta, y aun así sus ojos y sus silencios consiguen emocionarme. En esos momentos siento algo que no he sentido en toda mi vida. Había mirado a otras mujeres antes, pero nunca ninguna me había hecho sentir lo que me hace sentir ella. Y otra cosa curiosa es que cuando simplemente nos rozamos es como si se produjera un cortocircuito. Babi sigue mirándome y por un instante parece esbozar una sonrisa.
Pero ¿tú qué quieres de mí?
Y sin esperar ni un segundo le contesto:
—Todo. —A continuación me corrijo—: Más.
Y ella parece satisfecha, aunque continúa:
—Pero ¿nosotros qué somos?
—Cariño, somos amantes, cómplices. ¡Tú eres... una mujer por amiga! Sí, incluso somos amigos.
Y parece que eso también le parece bien.
—¿Duraremos?
—Para siempre. Cada día, después de cada día. Cambiando, amándonos más, sorprendidos de que cada día que siga a otro seamos capaces de amar tanto como nunca habríamos imaginado.
Entonces sacude la cabeza y se echa a reír.
—Mancini, no sé de dónde has salido, pero me estás jodiendo.
Abro los brazos y simplemente le sonrío.
—Gervasi, estaba aquí. Siempre he estado aquí. Sencillamente te estaba esperando.
—Sí, sí, claro, cómo no... Venga, que ya llego tarde. —Y, diciendo esto, se pone el casco y sube detrás de mí.
Arranco. Primero lentamente, sin dar mucho gas, y ella me toca la espalda, mueve la mano arriba y abajo como si me rascara o, mejor dicho, me acariciara, una señal para decir: «Sí, estoy de acuerdo, y todo es como siempre». Luego aprieta las piernas con más fuerza contra las mías, y ese gesto, curiosamente, me excita, y quizá lo entiende o yo soy tonto por pensarlo pero, sin embargo, mete su mano bajo mi cazadora y me abraza, me levanta un poco la camiseta y sus dedos me tocan la piel y eso me excita todavía más, y no puedo hacer otra cosa que dar gas y siento que ella se aprieta todavía más fuerte contra mí. Pliego el retrovisor hacia adentro hasta encontrar su rostro, que sonríe, entorna los ojos protegiéndose del viento pero me mira con malicia, o al menos eso me parece. Acelero aún más y me estrecha con más fuerza, siento que apoya la cabeza sobre mis hombros y la imagino cerrando los ojos y dejándose llevar en el viento. Reduzco dos marchas, plegándome con dulzura al entrar en la curva. Siento que levanta un poco la cabeza, se da cuenta al momento, pero sólo cuando la moto vuelve a estar derecha se yergue de golpe.
—¡Eh! Pero ¿adónde vamos? ¡Mi colegio está por allí!
Le sonrío por el retrovisor.
—Tienes razón. Considérate raptada.
Y ya siento el aroma del mar.

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now