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Regresamos a casa y todavía estamos acalorados por el sol que hemos tomado, y Babi se apoya en mí y se queda dormida durante el trayecto. Y aminoro la marcha, porque no quiero que baje de mi moto, sino que se quede más conmigo. La miro en el retrovisor mientras conduzco, tiene los ojos cerrados, las mejillas ligeramente sonrosadas, el pelo se le mueve ligero, baila fuera del casco, acariciado por el viento. Entonces ella, casi como si se hubiera dado cuenta, como una niña espiada, de repente abre los ojos. Y lo hace lentamente, y ese azul llena el espejo y ella me sonríe, y luego, con una sonrisa, vuelve a cerrar los ojos. Todo está bien, todo está tranquilo, y sigue durmiendo serena, segura. Confía en mí, y eso me gusta. Entonces reduzco las marchas, siento que se abraza un poco más fuerte a mí y doy gas, dirigiéndome a más velocidad hacia su casa.
Cuando nos detenemos, ya está terminando la tarde.
—Hemos llegado. —Pero no lo pregunta, como si de repente hubiera tomado conciencia. Y baja, descabalgando del asiento, como le he enseñado, y lo hace perfectamente y me dan ganas de sonreír; ni siquiera golpea el maletero con el zapato, como siempre ocurría al principio.
—¿Te apetece un té? Nos lo tomamos en el bar… —Señalo un sitio poco alejado de su portal.
—No, es tarde —me sonríe—, me gustaría…
Entonces la atraigo hacia mí, vuelvo a besarla, tengo ganas. Y ella durante un momento se deja llevar, tranquila, pero a continuación se aparta.
—Venga, estamos debajo de mi casa. Fiore, el portero, no está, pero podría venir mi madre…
—¡Pero ya debe de haberse hecho a la idea!
Y me sonríe, levanta una ceja, como diciendo: «¿Quién?, ¿mi madre? Entonces es que no la conoces. No lo has entendido, no se rendirá nunca…». Y me viene a la cabeza la mirada de su madre cada vez que ve a Babi irse conmigo…
—¿Ni siquiera si un día volvemos aquí como marido y mujer?
La provoco y la miro durante un rato, en silencio. Luego sonrío, muevo la cabeza hacia adelante como diciendo «Bueno, tampoco estaría tan mal, sí, podría ser…».
Y, como si lo hubiera entendido perfectamente y no estuviera mínimamente de acuerdo con esa idea, Babi me asesta un puñetazo en el estómago que no me espero.
—¡Ay!
—¡Idiota! ¡Con estas cosas no se bromea, ya te lo he dicho, es la segunda vez que lo haces! —Y me da otro y, esta vez, me hace daño en serio.
—¡Ay, pero si no estoy bromeando!
—¡¿Sigues?! ¡Entonces es que no te ha quedado claro!
Y continúa golpeándome durante un rato, y al final, como si se hubiera cansado o quisiera realmente acabar conmigo, me da un último puñetazo en la espalda.
—¡Ay!
Y se marcha así, por la cuesta, en dirección al portal, subiendo a casa. Y no se vuelve, así que hago sonar dos veces el claxon de la moto, pero ella nada, sigue caminando. Entonces yo pego el pulgar al claxon, y me hace gracia, y sigo tocándolo en el intento de que se dé la vuelta, para que se pare un instante, para que se enfade y sonría, o para que vuelva atrás. Pero ella nada. Levanta la mano sin volverse, de espaldas, y luego, además, levanta el dedo corazón, poniéndolo recto, enviándome a freír espárragos. De modo que le escribo rápidamente un mensaje: «¡Mira que eres vulgar!».
Me responde inmediatamente: «Muchísimo. —Y añade—: ¡Y ni te cuento en la cama!»
Y yo sonrío, pero sólo un instante, porque con su última broma me ensombrezco, me quedo serio, silencioso, y cierro los ojos. Y de repente me viene, como una ola gigantesca, un alud, un tsunami emocional, la imagen de Babi con un hombre cualquiera, y luego otro, y otro más, y ella se ríe, sonríe, y parece gozar con todo eso y por el hecho de que yo la esté mirando. Y creo enloquecer y cierro los ojos y me hundo en ese dolor inmenso, de que ella pueda ser de otro, de ella entre otros brazos, de ella con otros labios, de ella con otro… Todo.

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now