-6-

195 4 0
                                    

Al cabo de un rato aparece el hombre del restaurante, lleva un plato con unas bruschette perfectas, calientes, con el tomate cortado en trocitos irregulares pero fresco.
—El ajo lo he puesto aparte. No querría causar daños...
Y se echa a reír pensando que ha hecho un chiste buenísimo. Y así empezamos a comer tranquilos esa excelente bruschetta. Babi se echa a reír porque acaba de dar un bocado demasiado grande y se le ha quedado un trozo de pan a la mitad y le resbala el tomate y el aceite por la barbilla; se protege como puede para no mancharse, pero sin parar de reír. Al final consigo pasarle la servilleta y se limpia. Luego me pregunta curiosa:
—¿Todavía estoy manchada? ¡No, dime!... Venga, en serio, aquí, en la barbilla..., ¿la tengo sucia? —Y no me da tiempo a contestar cuando coge el móvil e intenta verse reflejada en la pantalla.
—Estás perfecta, Babi, en serio...
—Sí, siempre dices lo mismo, eres un falso.
—Te lo juro.
—¡Imagínate! ¡De poco valen tus juramentos!
Al final consigue verse en la hoja de un cuchillo y se queda más tranquila, de modo que se deja llevar. El propietario se acerca con otro gran plato con algunos entrantes.
—Bueno, aquí os dejo esto. Unos están calientes y otros no, y además me he permitido traeros éste, es el mejor que tengo...
Y rápidamente, con gran maestría, descorcha una botella.
—Para cualquier cosa, llamadme...
Deja el vino blanco sobre la mesa y, sin darnos tiempo a decir nada, se aleja. Cojo la botella y la vuelvo hacia mí. Está helada, un Livio Felluga, 14 grados.
Debe de ser muy caro, pero eso no se lo digo a Babi, y además el hombre no nos ha dado ni tiempo a mostrarnos indecisos, ha actuado del todo por su cuenta. Cojo el plato de los entrantes y le sirvo algunos a Babi.
—¿Qué es esto? —me pregunta.
—Anchoas...
—¿Y esto?
—Mejillones gratinados.
—No, de esto no quiero...
—¡Pero pruébalos!
—¿Y si no están buenos?
—Pero si están cocidos... Están cubiertos de pan rallado, recuerdo que mi abuela los hacía, son riquísimos...
Y, no sé por qué, esa pequeña ventana que he abierto en mi infancia le da seguridad, le provoca curiosidad.
—De acuerdo, ponme...
Y me sonríe mientras, sin exagerar, le sirvo uno.
—Y ¿eso qué es?
—Son bruschette pequeñas, cortadas finas con aceite y coquinas.
—¡Oh, me encantan, ponme dos!
Me hace gracia, pero obedezco.
—Ah, claro, claro... —y se las sirvo enseguida en el plato—. Pero por lo menos no te pidas una Coca-Cola, ni que sea light. ¿Quieres un poco de vino blanco?
—Bueno...
Y así, después de servírselo, levanta la copa para brindar, pero se da cuenta de que la he llenado más de la mitad.
—¡Eh, que te has pasado! Ya sabes que no tienes que emborracharme, me tienes igualmente.
Y se echa a reír como una loca, como si ya hubiera bebido, o incluso más. De modo que, cuando termina, le vuelvo a servir un poco.
—Qué rico, está frío... —y sigue bebiendo y se deja llevar.
—¡Creo que es una de las mejores lecciones educativas de los últimos años! Si sigo así, al final vas a parecerte a la profesora Giacci.
Y nos reímos y seguimos bebiendo. Entonces ella se cambia a la silla que está a mi lado, mira alrededor y, como si aprovechara el instante para no ser descubierta, se acerca aún más y al final me besa. Un beso corto pero intenso, de aromas de mar y sol y cremas y vino. A continuación, se aparta y cierra los ojos, se moja los labios y los saborea.
—Mmm, qué rico, me gusta.
Y me recuerda a esa película, El indomable Will Hunting, de Matt Damon, cuyo guion escribió él mismo y le hizo ganar un Oscar, cuando Minnie Driver lo besa mientras comen y después se aparta y saborea un rato más ese beso. Pero se trataba de su primera cita, todavía no estaban juntos.
Babi me mira a los ojos y sonríe.
—Quiero más —dice, y me da otro beso más largo, más intenso, más profundo, más. Más todo. Y luego se separa de mí—. Ahora basta, ya estamos borrachos. No me gustaría que cuando vuelva el propietario nos pillara como nos ha pillado la señora de antes...
Y se echa a reír y regresa a su sitio y bebe un poco más de vino y deja caer la barbilla sobre ambas manos y luego abre los codos, haciendo bajar un poco el rostro. Hermosa, sonriente, divertida, no sé lo que está pensando, y además está un poco borracha. Sigo mirándola y me parece tan hermosa en esta sala vacía, en este día tan único y especial...
—¡Aquí está! —Por sorpresa, entre nuestros pensamientos ligeramente achispados, aparece de nuevo el propietario y deja dos platos sobre la mesa justo frente a nosotros—. Os he preparado dos degustaciones de primero, unos espaguetis con huevas de mújol y calabacín y luego unas mezze maniche rojas con lubina. De segundo, en cambio, sólo un poco de pescadito frito variado y una dorada al horno con patatas. ¿Está bien?
Ve nuestras caras de preocupación por toda esa comida.
—Si queréis, os añado una ensalada. Lo siento, pero no he podido hacer más que esto.
—Gracias, así está perfecto.
Entonces nos sonríe y regresa a la cocina satisfecho después de todo. Y la música sigue sonando y nosotros comemos en silencio, tranquilos, mirándonos a los ojos, sonriendo.
Hay momentos tan bellos en los que te ríes como un idiota, sin un verdadero motivo, con una ligereza absoluta. Sí, hoy es uno de esos momentos. Me siento tan bien que parece que esté a tres metros sobre el cielo junto a ti y me gustaría gritárselo al mundo. Una vez lo hice...

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now