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Aparece ante nosotros, todavía lejos. Un restaurante frente al mar, con las mesas fuera, las ventanas abiertas y unas grandi cortinas ondeando al viento. Doy un poco de gas y, mientras conduzco la moto, los pensamientos se pierden.
Siempre sucede lo mismo, me subo y es como si la mente se liberara. Somos mi moto y yo, y somos una sola cosa. Pero esta vez, quizá porque conmigo también está ella, las cosas son diferentes. No hay remedio, hemos sido creados para tener al lado a otra persona, tal vez porque cada uno de nuestros pensamientos no tendría la oportunidad de compararse con otros, una triste dictadura privada de ocurrencias, de cierta ironía, más aún cuando empezamos a creérnoslo demasiado. Pero sobre todo porque otra persona es un producto distinto y, a nuestro lado, inevitablemente da vida a un imprevisible compuesto químico: el origen de una nueva fórmula. Única, especial, que únicamente nace de la unión de esas dos personas...
Siento a Babi apoyada en mí, siento el mar a nuestro alrededor, que nos acompaña con su aliento. Y por todo ello me siento satisfecho. Tranquilo, como quizá no lo he estado nunca. Noto que huyen de mí todos esos problemas, esas inútiles tensiones por las cosas que ya han quedado atrás. La perfección que buscaba en mi madre, la belleza de mi familia.
Y entonces, no sé de dónde, aflora ese recuerdo...
Mi padre y mi madre bailan alegres en casa, luego mi madre se aparta de él, mira a su alrededor, me ve, sonríe y me arranca del puf donde estoy sentado mirándolos divertido. Me atrae hacia ella cogiéndome de la mano, me escoge a mí, no a mi hermano, a mí. Y bailamos juntos, y mi padre ríe, nos mira y ríe. A continuación, coge a mi hermano y hace que baile él también, quizá más para distraerlo que para otra cosa, para que no se sienta mal. Entonces mi madre me eleva y me abraza con fuerza, me hace bailar estrechándome entre sus brazos y yo me río y oigo que tararea la canción mirándome a los ojos, y no es la primera vez. Sabe muchas, tal vez todas. Y yo cierro los ojos y río, río... Sí. Eso es lo que me gustaba pensar de mi madre: que era perfecta. Hay cosas que se nos quedan dentro, quizá para siempre, que regresan en los momentos más impensables, incluso cuando somos felices. Casi como un desagravio, como si fuera una inevitable conexión de nuestra imprevista felicidad. ¿Es posible que en cierto modo la hayan provocado? ¿La decepción a causa de mi madre puede empujarme hoy a amar de un modo tan liberador? Siento que Babi se aprieta contra mí con más fuerza, es una casualidad como a veces sólo la vida te regala, y todo ello me emociona sin que ella pueda saber o comprender el porqué... Entonces aminoro la velocidad porque ya hemos llegado. Estoy contento.
Me gusta darle sorpresas, llevarla a sitios que no conoce, y todavía más mirar su rostro iluminarse por el asombro. Como aquella tarde...
Algunas mesas del restaurante tienen encima un pequeño ramo de flores. Me entran ganas de sonreír. Pollo y sus líos... A saber qué relación tienen él y el propietario de este sitio para convencerlo un día cualquiera de entre semana del mes de mayo para que venga aquí a Fregene y abra el restaurante para una simple pareja, es decir, nosotros.
El propietario sale por la puerta justo en ese momento, quizá al oír el ruido de la moto, o tal vez ya hacía rato que estaba mirando a la playa. Lleva puesto un delantal, tiene una barriga prominente y unas grandes manos con las que se la acaricia. Su rostro es sonriente, no parece que le haya costado tanto abrir, o bien es un buen actor. Claro que, siendo alguien que tiene relación con Pollo, más bien podría tratarse de eso último... Nos sonríe, entorna los ojos y asiente. A saber lo que le habrá dicho de nosotros. Apago el motor de la moto y bajamos. A continuación, se lo señalo a Babi con la mano.
—¿Me das ese trozo de madera? Sí, ése de ahí...
Lo recoge y me lo pasa. Debe de haber llegado quién sabe de dónde, pero lleva tiempo ahí porque está seco y todavía lo bastante compacto para aguantar el peso. De modo que lo tiro al suelo y lo acerco con el pie al caballete que he bajado. Lo sitúo encima para que la moto no se hunda en la arena. Ya está. Me limpio las manos en los vaqueros y nos encaminamos juntos hacia el amo del restaurante. Sonrío al hombre.
—Buenos días...
—¿Tenéis hambre?
—Mucha...
Miro a Babi, que se encoge de hombros y asiente. Sí, otra de sus rarezas es que parece que nunca tenga hambre, pero luego se sienta a la mesa y come con apetito. Ésa es otra de las cosas que me gustan de ella.
Siempre me he reído y he bromeado con Pollo, y hasta con mi padre cuando era pequeño, sobre cuáles podían ser las cosas que nunca soportaría de una chica, esas que me alejarían de ella o me harían comprender que esa mujer no estaba hecha para mí.
Su manera de comer, por ejemplo. No debería ser exagerada, ni hacer demasiado ruido, ni dar golpes con los cubiertos, ni masticar con la boca abierta. Sí... De Babi, en cambio, me gusta que coma bocados minúsculos, que lo corte todo con cuchillo y tenedor (¡hasta el cruasán del desayuno! Bueno, no, quizá eso es demasiado).
Que le guste la música que me gusta a mí, o no, pero si pongo un disco o encuentro una canción en la radio y en ese momento precisamente me apetece oírla, sí, me gustaría que se alegrara por mí, que me la hiciera vivir, ¡que disfrutara, por estúpida que fuera, de mi felicidad! ¡Eso es, la mujer que quiero no debería nunca prohibirme ser feliz ni por una tontería!
Me gustaría que no me estuviera demasiado encima mientras conduzco, que no me estresara, sino que se relajara, que disfrutara de la vida, que no hiciera juicios precipitados, que fuera tolerante, que me sorprendiera, que se enfadara cuando me pareciera absurdo que se enfadase (¡aunque luego, pensándolo mejor, hace bien en enfadarse!). Que me hiciera mejorar.
Me gustaría que me hiciera sentir adecuado incluso en las situaciones más inadecuadas. Que pensara lo mismo que yo y me lo dijera un instante antes de decirlo yo, convirtiéndome en uno de esos que siempre dicen: «¡Oh, no te lo vas a creer, pero estaba pensando exactamente lo mismo!».
Sí, la mujer que amo es así, y es Babi.
La veo caminar delante de mí y, de repente, me parece tan mujer. Recuerdo la primera vez que me di cuenta de ello, la primera vez que la vi tan segura de sí misma...

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now