(GIF DELA VENDO "TU Y TO A 3MSC" NA PONTE)

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'Mientras el viento entra por la ventana abierta, se oye el rumor del mar, y su olor decidido y prepotente nos hace compañía. El del restaurante deja algún nuevo plato de tanto en tanto y se lleva los vacíos. Sin que nos demos cuenta, casi sin advertirlo.
Babi me mira y sonríe, luego frunce el ceño indicándome que ya no le queda vino en la copa.
—¡Es cierto, disculpa!
—Eh, increíble. ¿Quién es este nuevo Mancini? ¿Una versión elegante y reformada? ¿De dónde ha salido?
—Cuando bebo vino blanco, tan frío y rico, me vuelvo así.
—Entonces deberías beber más a menudo... —Babi levanta la copa y me invita a un brindis—. Así, tan amable, eres más fascinante.
—Gracias.
Me sirvo también yo un poco de vino y, seguidamente, brindamos.
—Por la felicidad —digo.
Y ella precisa:
—Sí, por este momento. —Y le brillan los ojos, parece realmente feliz.
Luego es como si por sus ojos pasara una ligera sombra. Los baja, deja la copa. Se seca la boca con la servilleta y, por un instante, permanece en silencio, mirando hacia abajo.
—¿Qué tienes, Babi, qué ocurre?
—Nada.
—Nada no puede ser. Te estabas riendo, estabas radiante de felicidad y, de repente, te has ensombrecido. ¡Te has puesto tristísima, como si hubiera perdido el Lazio!
Entonces levanta la cara, me mira sorprendida y se ríe un poco.
—¡Pero yo soy de la Roma, me encantaría!
—Ah, ya, pensaba que estabas conmigo por solidaridad.
Se echa a reír.
—Idiota.
Comprende que sólo se lo he dicho para hacerla reír y, efectivamente, en parte lo he conseguido.
—¿Qué sucede?...
—¿Y si nunca más fuéramos tan felices?
Exhalo un pequeño suspiro.
—No sé qué me había imaginado...
Me pone mala cara.
—¿Te parece poco?
Veo que no es el momento de bromear. No sé qué le ha dado, pero parece realmente seria. Yo también me pongo serio.
—Disculpa, no sé qué decirte.
Permanezco un rato en silencio. Bebo otro sorbo de vino. Dejo la copa, juego un poco con ella como para tomarme tiempo.
—Ahora somos felices —digo. Es lo único que se me ocurre.
Y ella pone la directa, empujada no sé por qué.
—He visto cómo terminaban mil historias: de mis amigos, de mis amigas, incluso mis padres ya no se quieren."
Pienso en mi madre mientras Babi continúa en silencio. No sé si ella también piensa en la suya. Entonces, sigue hablando.
—Es que este momento me parece de una belleza tan única, este sitio, esta sorpresa, el secuestro de esta mañana...
—Di la verdad, no te habías preparado las clases de hoy, ¿no es cierto?
—Idiota.
—¡Por lo general, te gustaba ir al colegio, la primera vez que te propuse hacer novillos incluso te enfadaste!
—He cambiado. Y, de todos modos, no me refería a eso. Estoy feliz de estar aquí contigo, muchísimo. Es que me da miedo que un día pueda acabar. Que a uno de los dos ya no le importe, que pueda cambiar algo, que pueda gustarnos otra persona...
El hecho de oír esas palabras me vuelve loco. Mi mirada cambia, también mi humor. Se da cuenta.
—Me lo dirías, ¿verdad?
—No me gusta ni me gustará ninguna otra.
—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro?
—Es así.
—De acuerdo, pero si a pesar de todo tuviera que cambiar algo entre nosotros, si tú ya no sintieras todas estas cosas bonitas que sientes por mí, me lo dirías, ¿verdad?
Me quedo un rato en silencio, veo que me observa, que espera que le dé una respuesta. De modo que la miro a los ojos.
—Te lo diría.
Y yo también siento el dolor de mis propias palabras. Babi no dice nada, me mira, luego suspira, se levanta, rodea la mesa y se pone frente a mí. Me hace un gesto para que le deje sitio entre mi silla y la mesa y, sin decir nada, yo la obedezco. Me separo un poco del tablero pero, permaneciendo sentado, me impulso ligeramente con las piernas hacia atrás. Entonces ella separa las piernas, se monta encima de mí y se sienta. A continuación me abraza con fuerza y empieza a llorar. Casi en silencio, quedamente, sin sollozar, pero siento que sus lágrimas me mojan la mejilla y luego el cuello, la camisa. Imparables. No sé qué hacer, estoy con los brazos extendidos, suspendidos a media altura, como si me diera miedo incluso tocarla. Y, aunque parezca absurdo, todo mi ser siente su calor y me excita, y casi me siento culpable por ese repentino, estúpido, injustificado deseo. Y, por si no fuera bastante, veo reflejado en el cristal de delante de mí al propietario del restaurante, que viene por mi espalda muy sonriente. Se limpia las manos en el delantal y se acerca a nosotros. Pero entonces, cuando nos ve así, abrazados, se detiene. Se pone serio, levanta una ceja y no sabe qué pensar. No sé si la oye llorar o no, sólo sé que, tal como ha entrado, vuelve sobre sus pasos y, sin decir nada, regresa a la cocina. Entonces yo abrazo a Babi y la estrecho con fuerza y ella al final deja de llorar.
—Babi...
Se queda en silencio e intento apartarle el pelo y la beso en la mejilla, mojada, salada, y me dan ganas de sonreír, pero no dejo que me descubra y busco su boca, y ella, al principio, se resiste, es un poco rebelde, pero luego al final se deja besar. Un beso suave, mojado, dulce, salado, durante un largo rato. Sí, la beso un buen rato, en silencio, besos delicados, de una pasión ligera, y me gustaría hacerla sentir segura y feliz y ver que vuelve a sonreír.
—Te amo, Babi.
Y la oigo susurrar:
—Yo también. Pero tengo miedo.
—No debes tenerlo, nuestro amor será para siempre.
Entonces se levanta de golpe, se recompone, se echa el pelo hacia atrás y rodea de nuevo la mesa, pero no añade nada más. Se sienta, se sorbe la nariz un instante y, luego, de repente, sonríe, como si se hubiera convertido en otra persona, como si ese momento nunca le hubiera pertenecido. Y con esa misma, inesperada y repentina alegría me pregunta:
—¿Quieres que compartamos un postre?
—Sí.
Y, como si nos hubiera oído, veo aparecer de nuevo al propietario, que al cabo de un instante está junto a nuestra mesa y enseguida nos recita la lista de lo que podemos pedir.
Pero yo no lo oigo. Pienso en mis últimas palabras: «Nuestro amor será para siempre»...
Ella, en cambio, no ha dicho nada.
Así es, hoy entiendo, con la distancia de tanto tiempo, que tal vez podría haberse tratado de una señal. ¿Debería haber percibido algo? ¿Podría haber visto lo que iba a suceder? ¿Había decidido ya algo respecto a nosotros? ¿Por qué no dijo nada más? Volvió a su sitio, como si por un segundo hubiera querido luchar, evitar un destino ya marcado, pero luego en cambio se rindió. ¿Era así Babi?
Cuántas veces creemos que somos dueños de nuestro destino, que podemos hacer que las cosas vayan como nos gustaría y, sin embargo, no es así. La verdadera belleza del amor radica precisamente en su imprevisibilidad, en el poder vivir ese instante de felicidad con una intensidad increíble precisamente porque del instante sucesivo no tenemos ninguna certeza. El amor es una variante impetuosa de nuestra vida, no sabemos cómo entra, si entra, a veces tampoco por qué ha ocurrido todo eso y, sobre todo, cuánto durará. ¿Pero por qué seguir torturándonos con preguntas que no tienen respuesta? No pueden tener una respuesta porque de responderlas, precisamente por esa posible previsibilidad, se vulneraría la verdadera belleza del amor y, por tanto, su absoluta irracionalidad.
—¿Qué te parece un affogato de café?
Regreso a nosotros, me veo diciendo que sí, fingiendo que estoy feliz por un affogato de café o por lo que haya dicho que sí. Pero en mi interior resuena todavía esa pregunta sin respuesta: ¿es así, Babi? ¿Ya sabes que las cosas irán así y no estás haciendo nada para cambiarlas?
Y pienso en lo que luego, por desgracia, sucedió.

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now