(GIF DA BABI BRIGANDO COM AQUELA MENINA LÁ)

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La miro reflejada en el retrovisor con el sol de la mañana acariciándole la piel, con los ojos entornados, su aire tranquilo, sereno, apacible. Una mujer que parece vivir sólo de amabilidad, de modales corteses... ¿Qué repentina química podría desembocar en un rostro contraído, rabioso, de maldad, resentido con el mundo? ¿El sentirse decepcionada? ¿La estupidez de los hombres? ¿La sabionda de su madre? ¿La que sabe lo que es mejor y lo que no para su hija? Babi..., ¿serías tan tonta para perderte detrás de esas provocaciones? ¿Te dejarías engatusar por esos argumentos? ¿Escogerías para ti un proyecto acabado? ¿Una casilla donde colocarte? ¿No te dejas llevar por el viento, por nuestro viento?
Y esos pensamientos se van perdiendo al no encontrar respuesta. Silencio. Continuamos el trayecto. El ruido del motor de la moto nos acompaña, casi acunándonos en este estado suspendido, mientras nos alejamos de la ciudad.
Ahora el mar está frente a nosotros.
—¡Ya hemos llegado!
Nos detenemos delante del pueblecito de pescadores. Casi puedo sentir cómo se despierta, mis pensamientos no la han importunado en absoluto. Abro la maleta, cojo las cosas que hemos comprado y caminamos cogidos de la mano por la playa. No hay nadie...
(Me viene a la cabeza la primera vez que fuimos juntos a la playa. Habíamos salido muy temprano de casa, Babi faltó a la escuela a escondidas...)
El mar está en calma, una ligera brisa agita apenas una bandera roja abandonada en un viejo patín. Nos sentamos detrás de un cañizal que separa el pueblecito de pescadores de quién sabe qué otra urbanización. La luz reflejada en el mar es intensa. Le paso las gafas de sol, ella me sonríe y se las pone. Permanecemos callados. Ahora, más reconfortados. Busca la lata, la encuentra, luego oigo que la anilla golpea de vez en cuando sobre la Coca- Cola, en un vano intento por abrirla.
—¿Puedo? —Me la pasa, meto el pulgar en el borde de la anilla y consigo levantarla—. Ya está, toma.
Babi me sonríe y empieza a beber. Con los dientes, también consigo hacer saltar el tapón de mi Corona y le doy un largo trago, sosteniendo la botella hacia el cielo y perdiéndome en el sol que ahora calienta más. Cuando la bajo, la veo delante de mí, sonríe, toma otro sorbo de su Coca-Cola y, mientras bebe, me mira maliciosa, paladeándola divertida. Luego nos quedamos mirándonos un largo rato y ella reconoce en mi mirada todo ese deseo. Entonces sacude la cabeza.
—Olvídalo..., estoy en huelga.
Y se aleja divertida. Va hacia la orilla, no se vuelve, camina tranquila, sin contonearse mucho, sabiendo que la estoy mirando y que no le hace falta.
Qué cosas me gustan de ti.
Me gusta cómo ríes. Me gusta porque a veces pareces mi mejor amiga. Me gusta porque eres como Pollo, te ríes como se ríe él, realmente de corazón, perdiendo el norte. Porque reír es como bailar, no puedes hacerlo controlándote, lo haces y basta.
Me acuerdo de una vez que te hice cosquillas, te tocaba incluso las tetas y tú te reías como una loca, me dejabas hacer y no había malicia, era divertido sin más. Sí, eso me gusta de ti. Al igual que me gustan tus carcajadas, me gustan tus silencios. Me gusta cuando hacemos el amor y me pierdo en tus ojos, me gusta cuando los cierras y luego, cuando vuelves a abrirlos, me asalta la sorpresa. Y no por lo que haya podido suceder mientras tanto o por esperar encontrar algo diferente, no, azules son y azules continúan siendo. Pero cuando los abres es como si en esa mirada y en ese silencio tuyo yo encontrase un mundo. Están tristes, están alegres, están soñadores, están emocionados, están felices por tenerme dentro de ti. Eso es lo que veo, y muchas otras cosas. A veces los veo interrogantes, como si quisieran saber algo de mí, pero yo no tengo nada que contarte aparte de lo que ya sabes. A veces los veo inquisitivos, como si buscaran en los míos la posible existencia de otra mujer, cuando tú sabes que no tengo ojos más que para ti. Y corazón. Y mente. Y sexo. Tu dulzura consigue excitarme hasta convertirse en un acicate. La blancura de uno de tus conjuntos de ropa interior consigue tener tal candor y, un instante después, al entrever ese anochecer entre tus piernas, al separar apenas un poco tus braguitas, todo asume otra luz, otro sabor... Te siento más adulta, terriblemente mujer, y hasta tus besos se vuelven más ardientes y pasionales. Cuando te acaricio y sin poder creérmelo siento que enseguida te pierdes, hace que sienta que eres mía. Mía. Sólo mía. Y no sé qué dedo de Dios pulsa mi mente para que todo esto suceda, sólo sé que cuando empiezo a vivirte es como si el mundo de mi alrededor se apagara y, en el mismo instante, se enciende dentro de mí una luz única, incluso difícil de describir. Y tu rostro cambia, se tiñe de emoción, tus ojos se vuelven brillantes, tus labios más delicados, es como si se transformaran. Pintada de amor. Eso es, sí, así te veo, y la serenidad, la felicidad que transmites me impresiona de una manera única y, por mucho que quiera detener ese instante, recordarlo, fotografiarlo en mi mente, nunca me es posible. Es tan grande su belleza que, cuando sucede, aunque sólo haya pasado un día, consigue sorprenderme. No sé si es realmente distinto cada vez, pero es increíblemente bello, único, como cada puesta de sol, que por los motivos más diversos no se parece nunca a la anterior.
Babi, has entrado en mi vida y la has cambiado.
Ahora la veo caminar, se quita los zapatos, luego unos cómicos calcetines cortos y se queda descalza sobre la arena.
—¡Está fría! —grita desde lejos riendo, y después se acerca a la orilla, avanza cada vez más hasta mojarse los pies—. ¡Y el agua está helada!
Sonrío mientras le doy el último sorbo a mi cerveza, a continuación la dejo en un escalón y sigo mirándola. Babi se agacha de vez en cuando, recoge algo, lo mira, lo limpia, sopla encima y lo mete en mi gorra, que lleva en la otra mano.
—¡Eh, me la has birlado!
De modo que me reúno con ella y miro dentro con curiosidad. Hay pequeñas conchas, unas claras, otras rojizas.
—Mira ésta qué bonita —dice, y atrapa una mucho más oscura que las demás —. La concha negra...
—Qué bonita..., la más diferente, se distingue entre todas, igual que tú.
Y la atraigo hacia mí, la beso, y sabe a sol y a mar y a alguna crema que lleva en la piel. Sabe a cítricos y a un perfume delicado que apenas se nota, y me pierdo en ese beso, en sus labios suaves, en ese sol que nos acaricia. Le toco la espalda y luego más abajo, el borde de los vaqueros y, todavía más abajo, entro dulcemente dentro, siento el elástico de sus braguitas, los músculos de la parte baja de la espalda, ese pliegue entre sus nalgas, tan juntas, tan firmes, tan lisas, tan mías. Tú eres mía, Babi. Serás siempre y sólo mía. Y la estrecho con fuerza para no dejarla ir y la empujo hacia mí, y me excito y ella se mueve contra mí, se frota lentamente y me toca la cadera con la mano por debajo de la camiseta. Sonríe en su último beso. Luego se aparta de mí, me coge de la mano y me lleva un poco más allá, donde empiezan las casetas. En cuanto doblamos la esquina, comienza a desnudarme, me suelta el cinturón, me desabrocha el pantalón. Y yo la miro curioso.
—Babi, Babi...
Casi no parece ella, es como si no me oyera. Sigue desnudándome, desabrocha los últimos botones, mete la mano en mi bóxer y me coge, me abraza y me susurra al oído:
—Eres mío..., es mío.
Y aprieta un poco más fuerte y me muerde los labios, y ríe y sonríe y me parece más adulta que nunca, mayor, más mujer, y me empuja con la mano sobre el pecho, me hace sentar en los escalones de la caseta y casi no me da tiempo a sujetarme en la empalizada que hay al lado para frenar un poco mi caída. Y ella se ríe.
—¡Patoso! —dice, y se quita el pantalón. E, inmediatamente después, las braguitas, y se sienta con rapidez sobre mí ayudándose con la mano a llevarme dentro de ella.
Y me abraza y me besa, se mueve arriba y abajo, y yo con una mano me sostengo todavía a la empalizada y con la otra me apoyo en el escalón que hay junto a mí. Resbalo sobre un poco de arena, pero enseguida consigo aferrarme de nuevo y me mantengo quieto mientras Babi se mueve encima de mí. Lleva la cabeza hacia atrás y empuja sobre mí con la pelvis, fuerte, más fuerte, manteniéndose erguida sobre las piernas dobladas, blancas, frescas, con una ligera carne de gallina. Aparto la mano del escalón y la toco, luego con ambas manos le abrazo las caderas, las aprieto, la guío encima de mí, arriba y abajo, hasta que al final ella se dobla y casi susurrándolo en mi oído me dice: «Oh... Yo... Me abandono», y es un estremecimiento, un placer inmenso, y durante un momento se mueve todavía deprisa hasta el final, todavía más, para gozar de mí. Y su rostro casi cambia de expresión, con los ojos entornados y sus labios apenas abiertos, más tranquila, más abandonada, preciosa. Y sigue hablándome al oído: «Me haces disfrutar tanto», y me lo dice suspirando y me excita muchísimo, se mueve todavía encima de mí y apenas me da tiempo a salir de debajo y apartarla a un lado cuando yo también llego al orgasmo, sobre la arena, un poco más allá.
—¡Eh! —Babi se levanta preocupada—. ¿Has ido con cuidado?
—Con mucho cuidado.
Se echa a reír, pero sacude la cabeza mientras se pone las braguitas.
—De todos modos deberíamos usar un preservativo..., y además no tendrías que esperar tanto, estás loco.
—¿Yo? Pero si eres tú, que me excitas a tope con esas frases porno.
—Pero ¿qué dices? ¡No he dicho nada!
Y nos vestimos riendo y apenas nos da tiempo a abrocharnos los pantalones y a darnos un último beso cuando por detrás de una caseta aparece un pequeño perrito. Ladra, da saltitos nervioso, gira sobre sí mismo, parece uno de esos perros de juguete que se les regala a los niños y que les dan miedo.
—Y ahora, ¿esto qué es? —pregunto curioso y ligeramente asqueado.
—¡Fuffi! ¡Fuffi! ¿Dónde te has metido? —Un segundo después aparece la propietaria, una señora mayor vestida de claro, con el pelo recogido en un moño perfecto. Nos ve y se queda ligeramente cortada—. ¡Oh, perdonad, se me ha escapado! —Y, a continuación, nos sonríe con ternura y suelta un comentario robado a quién sabe qué recuerdo de antigua nostalgia de juventud—: Qué guapos sois...
Y se aleja sin decir nada más, seguida por ese pequeño perro que, tal vez, habiendo captado el momento, ya no ladra para no estropearlo. Y me pregunto si hubieran aparecido unos minutos antes, ¿qué habría dicho esa señora mayor, cómo habría reaccionado frente a ese sexo lleno de amor y de pasión, qué otro recuerdo le habría despertado? Y, si no le hubiera dado un ataque, ¿habría sonreído del mismo modo por nuestra plena felicidad?
Babi se toca la frente.
—Imagínate que llega a venir antes...
—Estaba pensando lo mismo. ¡O le da un patatús o disfruta de la escena!
—¡Qué cerdo eres!
—Si lo decía en el buen sentido. Se nota que está de nuestra parte...
—¿De nuestra parte?, ¿de quién?
—De la nuestra..., del amor.
Me da un empujón y se echa a reír.
—Estás completamente loco. Si esa mujer nos llega a pillar tal como estábamos, le da un síncope. Tenías que correr por primera vez en moto como un loco con la tía atada detrás para intentar salvarle la vida, en vez de para ir a pegar a alguien.
La abrazo y la estrecho con fuerza a mí.
—Pérfida... —y la beso, pero ella me muerde.
—¡Ay!
—Pues sí, y también soy muy mala. Contigo siempre he sido muy blanda. Búscame un clavo o algo con punta...
—¿Qué quieres hacer? Hoy eres violencia pura.
—Mucho más. Tráemelo rápido, si no, vas a acabar mal.
—¡Enseguida, señora!
Voy a la moto corriendo y rebusco entre las herramientas que hay debajo del asiento. Encuentro un pequeño destornillador de estrella y regreso rápidamente con ella, fingiendo que soy Alberto Sordi haciendo de todo por complacerla.
—Ta-ta-taaaaaa... Aquí está.
Le doy el destornillador.
—¿Algo más, señora?
—Sí, siéntate aquí a mi lado y sujétame esto —y me da la gorra con las conchas que ha recogido—. Ve pasándomelas...
Y yo, naturalmente, obedezco
—Claro, señora, enseguida, señora. Ta-ta-taaaaaa...
Me da un empujón con el codo.
—¡Ya vale, si sigues así no volveré a hacer el amor contigo! ¡Me molesta que hagas esa estúpida musiquita!
—¡Pero si es la música del gran Sordi, irónica, provocadora, divertida!
—Sí, pero te pido una tontería y así parece que me estés haciendo un favor enorme. Soy exigente, eso ya lo sabías desde el principio.
Abro los brazos.
—Es verdad...
Me mira fingiendo estar enfadada y luego, casi como si fuera una amenaza, agujerea la primera concha con un movimiento rápido, limpio, haciéndole un pequeño orificio en la parte superior más redonda. Seguidamente, coge un cordón de cuero que saca de un bolsillo y la ensarta.
—Es el cordón del bolso que se rompió —dice casi justificándose.
Después hace un nudo antes y otro después de la concha, de manera que quede trabada en ese pequeño juego que la ha dejado prisionera y suspendida como una extraña funámbula estriada que se lleva consigo quién sabe qué antiguas visiones marinas.
—¡Aquí tiene otra, señora! Ta-ta-ta... —Y rápidamente me golpea de nuevo.
—¡Te he dicho que no lo hagas!
—¡Pero si es otra, no es la misma música!
Y, poniendo las manos hacia adelante, sigo canturreando.
—Tam-tam-ta-tam...
Esta vez es la marcha nupcial. Babi pone unos ojos como platos y empieza a golpearme aún más fuerte, dándome puñetazos en los hombros.
—¡Ay, venga, era una broma!
—¡Pues por eso, no se bromea con las cosas serias!
—¡Es que no te parece bien nada! ¿Dónde lo pone? ¿Acaso haces tú las reglas? ¡Precisamente porque son serias, a mí me parece que se puede bromear con ellas!
—No, porque es una falta de respeto.
Y sigue pegándome y, al final, consigo detenerla, abrazándola. La estrecho, la atraigo hacia mí. Está prisionera. Intenta zafarse.
—¿Y bien? —le sonrío—. ¿Quieres casarte conmigo?
De repente, se pone seria.
—¿Dónde está el anillo? No es una propuesta si no hay anillo. De modo que la respuesta es no.
E intenta desasirse sacudiéndose, tratando de liberarse de mi abrazo, probando incluso a darme un cabezazo. Me aparto justo a tiempo.
—¡Eh! ¿Estás loca?
—A mí no me das miedo como a todos los demás, ¿sabes? ¿Qué te crees?
Y me mira con chulería y me parece todavía más hermosa. Su piel es suave, desprende un perfume salvaje, sabe a sal marina, a su crema, a ese sol que la ha besado hasta ahora.
—Te quiero...
Y se deja besar en el cuello, se dobla hacia un lado, hace que mi cara se hunda entre sus cabellos. Y, todavía prisionera, me excita más. Le susurro al oído:
—Eres demasiado violenta... Me gustaría atarte.
—Sí, así, si vuelve a pasar esa señora, le da un ataque de verdad. Pensará que me estás violando. —Y empieza a desabrocharme el cinturón, y me mira con los ojos bajos y un aire malicioso—. En cambio, quiero violarte yo...
Y nos perdemos así, en aquellos peldaños, en aquella arena, desnudándonos sólo de lo necesario para sentirnos el uno dentro del otro. Se mueve sobre mí vigilando a derecha e izquierda que no venga nadie. Después acelera cerrando los ojos, dejándose acunar por esa brisa ligera que sabe a mar y a nosotros... Y es bellísimo, el rumor de las olas lejanas, el silencio que nos rodea, mirarla a los ojos y respirarla, vivir de ella. Luego Babi, como si cayera, casi como si perdiera el sentido, se deja ir sobre mí y me susurra suave: «Termino...».
Y me muevo un poco más para verla morderse el labio inferior, gozar de nosotros, de este momento, unidos, así, de este instante perfectamente bello, envidiable por lo difícil que es de imaginar.
Babi se mueve más deprisa cuando salgo de debajo de ella.
—Yo también termino...
Y se adueña de mí con la mano para no perderse nada de mi placer, perfecta, en el momento justo, con dulzura, con ímpetu. Y me besa con pasión. Nuestras bocas entreabiertas dejan pasar un poco de esa brisa...
A continuación, todavía aturdidos de placer, nos confesamos:
—Te amo...
—Yo también.
Sin ningún temor, sin ningún pudor, en la plenitud de lo que sentimos.
Nos vestimos en silencio. Se sacude un poco la arena de la camisa blanca, que se mete por dentro de los vaqueros, luego se los sube moviendo un poco las caderas, le están estrechos, le quedan bien. Ladea la cabeza dejando caer el pelo hacia adelante y, cuando la levanta, como por arte de magia, tiene una pinza entre los dientes y, con la mano derecha, intenta abrirla. Me sonríe. Dios, cómo ha crecido, cómo se ha hecho mujer, qué guapa es. Me viene a la memoria ese día: Babi con un vestido de noche... Yo le cojo la mano y le pido que bailemos juntos. Estamos en el centro de la sala y quiero que todos puedan ver su belleza...

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now