(GIF DELE COM O POLLO)

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Miro alrededor. Me digo que, si ahora viera llegar al tal Fabrizio, no podría reconocerlo. Pero si viera a un tío entrando en el bloque de Babi, intentaría llamarlo por su nombre y apellido de todos modos y ver si se vuelve, aunque sería correr un riesgo. Podría no ser él. Con Pollo todo será más fácil. Iré sobre seguro. Doy una última calada, apago el cigarrillo, casi no me da tiempo a tirarlo lejos de un capirotazo cuando suena mi móvil. Es Pollo. Abro el teléfono y me quedo en silencio. Oigo su voz.
—Lo he encontrado, lo tengo todo, te mando también una foto suya.
—¿Estás seguro?
—Al mil por mil. Un tío del Sismi me debía un favor...
Todo el mundo le debe siempre algo. Me echo a reír.
—Tendrías que montar una agencia con todos esos contactos que tienes.
—Estás de coña. —Entonces se queda un momento en silencio—. ¿Quieres que vaya contigo? Tengo ganas.
—No.
—Entonces tienes que hacerme tú un favor: mándame un sms cuando ya esté todo.
Le tomo el pelo:
—Sí, cariño...
—Gilipollas.
Cuelgo, y aún no ha pasado ni un minuto cuando me llega un mensaje con todas las indicaciones e, inmediatamente después, un mms con su foto. Ahora no puedo equivocarme.
Al cabo de cinco minutos estoy debajo de su casa. Leo su apellido en el interfono. También tengo su número de móvil. No sé si llamar al interfono o por teléfono, y ¿qué le digo? «Perdona, ¿puedes bajar un momento?» Y si me dice «¿Por qué?». «Tengo una sorpresa de parte de Babi.» Seguro que baja.
No tengo ni idea de cómo reaccionará, pero estoy a punto de poner «número
privado» en los ajustes de mi móvil para a continuación llamarlo cuando lo veo. Acaba de bajar del coche, sonríe, parece alegre, he tenido suerte. Él, en cambio, no. Pero todavía no lo sabe.
—¿Fabrizio Orsi?
Quiero estar completamente seguro de que es él.
—¿Sí? —Me mira perplejo, curioso, no está seguro de si me conoce o no, pero ve que le sonrío, de modo que está tranquilo mientras yo me voy acercando.
—¡Hola! —le digo, y él asiente, como si efectivamente me conociera, pero no acaba de recordarlo. Por otra parte, ¿quién te para llamándote por tu nombre y apellido si es amigo tuyo?
Entonces veo que de repente cambia de expresión. Se queda lívido, me ha reconocido. Es decir, sabe quién soy y, lo más importante, sabía que estaba con Babi. Y, cuando haces algo así, has hecho una elección. Y entonces, después, no puedes escapar. Además, por mucho que quisieras, ya es demasiado tarde, estoy a un paso de ti.
Más tarde.
Ahora estoy más sereno. Mucho más sereno. Sólo tengo que hacer dos cosas. La primera, mandar un mensaje a Pollo, ya que se lo había prometido: «Ya está».
Me responde: «Bien, pero no estaba preocupado, cariño...».
Y me hace reír de nuevo.
Luego, mandar un mensaje a Babi. De manera que lo hago enseguida: «¿Bajas?»
Me contesta tras un segundo. Siempre tiene el móvil en la mano, y es algo que a veces me molesta.
«Pero ¿dónde estás?»
«Aquí abajo.»
«Voy.»
«Te espero en el parque.»
Al cabo de un instante la veo salir del portal, da unos pasos y luego mira a su alrededor. El viento trae su perfume ligero hacia mí, y eso me encanta. Cierro los ojos y lo respiro. Cuando vuelvo a abrirlos, pienso que hoy tal vez podría acabar todo. Sólo depende de ella. Le envío un mensaje: «Recto y a la derecha». Veo que coge el móvil, lee, sonríe, a continuación viene hacia mí. Y, cuando llega junto al árbol en el que estoy escondido, la cojo de un brazo y la atraigo detrás de los arbustos.
—¡Ah! —suelta un pequeño grito—. Pero ¿estás loco? Me has dado un susto de muerte. ¡Pensaba que querías jugar a buscar el tesoro, no matarme de un infarto!
Sin embargo, no la dejo decir nada más, me la cargo sobre los hombros y me la llevo por la bajada del parque, adonde nunca va nadie. La oigo reír.
—¡Step! ¡Pero estás loco, vas a hacer que vomite! ¡Suéltame!
Entonces voy un poco más deprisa y me detengo delante de aquel banco donde muchas veces hemos charlado, en la oscuridad, allí, al final de la bajada del parque.
—Pero ¿qué tienes..., qué te pasa?
No obstante, le tapo la boca con la mano, no la dejo hablar, luego la beso y lentamente la acaricio, voy bajando entre sus piernas y la beso con más fuerza, con pasión. A continuación le bajo el chándal, intento quitarle también las braguitas, pero ella me detiene.
—No, eso no, espera, lo hago yo... —Y las aparta un poco, hacia un lado, justo mientras yo también me desnudo.
En un instante estoy dentro de ella y me aferra con las piernas y la tomo con pasión, en medio de todo ese verdor, en la frescura del parque, en el olor húmedo y mojado de las grandes plantas, en el peligro de que venga alguien. Y así, salvajes, abandonados, casi con rabia, con gran deseo, terminamos a la vez, y es precioso. Nos quedamos mirándonos a los ojos. Éste es el momento más hermoso, cuando acabamos de hacer el amor y permanecemos un rato con los brazos enredados, los cuerpos apretados el uno contra el otro.
Ella levanta una ceja.
—¿Has tenido cuidado?
—Siempre lo tengo.
—Sí, ya, eso espero. Toma...
Me pasa un pañuelo.
—¿Cómo podías saberlo?
La miro sonriendo malicioso, pero en realidad también un poco molesto. No sé por qué, pero a veces no quiero que sea tan avispada, aunque me gusta.
Siempre soy controvertido.
—Los llevaba en el bolsillo porque estoy resfriada. ¿Estás más sosegado?
—Sí. —Le sonrío otra vez.
Ella se pone seria.
—¿A qué debo esta visita?
—A nada, tenía ganas de ti. ¿No se ha notado?
—Sí, mucho. Pero no creo que sea sólo por eso.
—Es así.
Veo que no queda convencida.
—Te lo juro —le miento.
—Está bien, te creo, pero no jures.
Nos vestimos y regresamos a la zona iluminada del parque. Camino detrás de ella. Y me muerdo los labios. No sé. No quiero. Pero, total, no podría vivir sin preguntárselo.
—¿Babi?
Me responde caminando, sin volverse.
—¿Qué quieres?
—¿Has conocido a alguien últimamente?
Sigue andando en silencio. La miro. Está delante de mí. Le miro la espalda, la cabeza, el pelo, su paso. Me gusta todo de ella. Pero ella no me contesta. Sigue caminando en silencio. Entonces se decide.
—No, no he conocido a nadie.
Me paro. Y cierro los ojos. Me siento morir. Pero tal vez no le he dado la posibilidad de decírmelo, con mi carácter, mi rabia, mi manera de hacer. Decido intentarlo otra vez, aunque en realidad sé que es mi última esperanza.
—Babi... —La cojo por un brazo.
Ella deja de caminar. Se vuelve, me mira y abre mucho los ojos. Conozco esa mirada.
—¿Qué pasa?
Le sonrío para intentar que se sienta cómoda.
—Voy a preguntártelo otra vez: ¿has conocido a alguien? En serio, tranquila, no me enfado, pero dímelo.
—¿Por qué insistes tanto?
—Porque quiero saberlo.
—¿Has mirado mi móvil?
—Tienes que contestar a mi pregunta. No hacer otras.
—Suéltame el brazo y te contesto.
De manera que dejo de apretárselo.
—Me estabas haciendo daño.
—Perdona, no era mi intención.
Entonces baja los ojos y, cuando vuelve a levantarlos, parece tranquila, serena, pero con una actitud segura, casi desafiante. Y, cuando habla, lo hace con gran determinación.
—Vale, te lo cuento. Te advierto que, si te enfadas o montas algún lío, no volveremos a vernos. He conocido a una persona en el gimnasio, y no sé cómo pero ha conseguido mi número. Me ha escrito un montón de estupideces, pero nunca hemos hablado por teléfono.
—¿Cómo se llama?
—¿Qué más te da?
—Nada, pero quiero saberlo.
—De acuerdo, yo te he avisado. Si montas un lío, no te veré más.
De modo que asiento y sólo espero ese nombre.
—Se llama Fabrizio Orsi, pero yo ya lo he arreglado. No hay peligro. Es un imbécil. Y ahora ya me he hartado de este interrogatorio y me voy a casa.
Dicho esto me deja allí y se va dándome la espalda, y yo la veo caminar y esta noche la amo cada vez más, porque nos ha salvado. Luego, de repente, se para. Se saca el móvil del bolsillo y lo abre. Debe de haber recibido un mensaje o tiene una llamada perdida. Quién sabe. Sólo sé que sacude la cabeza y luego sigue andando. La veo llegar al portal, saca las llaves y entra, sin volverse, naturalmente. Y yo sonrío, porque la conozco tanto como ella me conoce a mí y quizá ya sabe todo lo que ha pasado...
Sí, éste es uno de mis repentinos recuerdos y no sé cómo ha llegado precisamente en este momento tan importante de mi vida.
Pero hoy, desde la distancia de tantos años, al pensar en ese día tan único y bello, de pasión, de mar pero también de ese último momento vivido, me pregunto: ¿quizá tendría que haber entendido algo más? De ella, de su carácter, de cómo estábamos juntos, de lo bonito que era nuestro amor pero de cómo siempre todo corre peligro... Y, sobre todo, ¿podría haberlo salvado?
Ahora es todo distinto. Han pasado algunos años y sé que pronto volveré a verla. Cuando he ido a los sitios a los que solía ir de pequeño, mi casa de la playa, el mar donde me di mis primeros baños, aquella heladería del puerto, Mennella, donde quedábamos todos, nada me ha dado la impresión de ser como lo había grabado en mis recuerdos. Incluso los heladeros que me parecían tan simpáticos y siempre bromeaban con nosotros mientras nos preparaban los cornetes con stracciatella o coco y frutas del bosque pero con doble de nata ya no estaban. En su lugar había una mujer aburrida en la caja que sólo iba comprobando si alguien había contestado a sus whatsapp y dos extranjeros detrás de la barra que miraban a esos nuevos chicos de manera profesional pero sin tener absolutamente nada que contarles.
¿Tendrá en mí ese mismo efecto reencontrarme con Babi? Me viene a la cabeza una canción que decía «ma quante braccia ti hanno stretto per diventar quel che sei... che importa, tanto tu non me lo dirai, purtroppo...» («¿Cuántos brazos te han estrechado para convertirte en lo que eres?... ¿Qué más da?, por desgracia, tampoco me lo dirás...»). ¿Conseguiré vivir con todo eso? ¿Tendré ganas? ¿Y ella? ¿Qué pensará ella? ¿A quién se encontrará enfrente en sus recuerdos? ¿Y su sonrisa? ¿Seguirá siendo tan hermosa, tan arrebatadora e intensa pero a la vez tan instintiva y simple para hacerme sentir deseado sin ninguna duda ni ningún miedo?... ¿Cómo será nuestro encuentro? ¿Qué ocurrirá después? Sólo lo descubriremos viviendo.

Baby Y Yo❤Where stories live. Discover now