Capítulo 7.

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Había caído la noche. La primera noche en la que ella no iba a sentir la presencia de su padre cerca. La primera noche en la que sentía una inmensa sensación de soledad. Esa noche necesitaba de algo, pero no sabía exactamente lo que era ese algo. Es como si necesitara confortarse con algo inexistente.

Se acercó a la ventana y se sentó debajo de la misma. Eran pasadas las diez treinta de la noche y ella sabía perfectamente que las consecuencias serían visibles por la mañana, cuando le costara levantarse temprano. Aún así se quedó mirando el hermoso cielo nocturno, adornado con millones de estrellas. De niña siempre se imaginaba que todas las noches, un gigante salía de su casa cargando un balde de pequeños brillos, el cual lanzaba al cielo, provocando que esos brillos se pegaran al manto infinito llamado cielo.

Sonrió por ese recuerdo de su infancia. Los niños podían llegar a ser tan inocentes; sus pensamientos acerca de cómo funcionaban las cosas podían ser tan increíbles.

— ¿Gab?—susurró suavemente una voz detrás de la chica.

Alejó su vista del cristal y miró a su compañera de cuarto en medio de la habitación a oscuras.

— ¿Qué sucede?—preguntó en el mismo tono que había usado su amiga.

— ¿Está todo bien? ¿No puedes dormir, o algo?

—No, no.—Rió con suavidad—. Para nada, solo... me gusta mirar las estrellas.

La castaña asintió con una sonrisa. Luego se acercó a Gabriela con pasos lentos y con cuidado de no provocar ruidos, pues había otra persona durmiendo en la habitación y debía respetar eso. Se sentó junto a ella en la ventana e imitó su acción, observando el cielo iluminado por la Luna en su fase menguante.

—Tu mirada es melancólica—comentó ella—. Cuéntame por qué.

Gabriela suspiró, sin quitar su sonrisa ni apartar la mirada. Se decidió a contarle, por fin.

—Por muchas cosas... La principal de ellas es porque extraño mucho a mi papá.—Su voz se fue apagando al finalizar la oración.

La chica enfrente de ella la miró con tristeza. Sí, era difícil no estar cerca de tus seres amados, y ella lo entendía mejor que nadie. Aún le dolía recordar aquella vez que la separaron de su madre. Aún le partía el alma recordarla, a pesar de que habían pasado seis años.

—Comprendo. Eso es lo más doloroso de estar aquí...

—La otra razón, es porque mirar las estrellas me recuerda a mi infancia. Me gustaba imaginar que las estrellas eran mis mensajeras, que podía hablar con mi padre mediante ellas, cuando el viajaba por mucho tiempo.

— ¿En serio?—La castaña se había maravillado con saber los pensamientos de Gabriela de niña. Era increíble que pensara tan bonito.

—Sí... Y la última: al pensar en cuán hermosa es la imaginación de los niños, ¿no crees? Pueden sacar miles de historias e imaginar miles de maneras del funcionamiento de las cosas.

La joven estuvo de acuerdo con las palabras de su amiga. Y se aventuró a recordarse a ella misma como una niña.

—Es verdad. ¿Sabes, Gab? Recuerdo que cuando tenía siete años creía que existía una mujer mágica que controlaba nuestros sentimientos. Que cuando estábamos tristes, ella le transmitía nuestra tristeza a esa persona que extrañábamos—contó, riendo.

—Increíble.

Ambas se quedaron en silencio. Unos minutos después, la compañera de Gabriela se decidió por ir a la cama. Ella en cambio, se quedó por un rato más, quería quedarse pensando. Pensando en cómo estaría su padre, si la extrañaba tanto como ella a él. Su último pensamiento antes de dormir, fue que mañana a primera hora le escribiría una carta al Capitán Torrealba.

La hija del MilitarHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin