Capítulo 23.

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— ¿Qué pasará cuando todo se acabe? ¿Y si renuncio a todo antes de que siquiera me dé cuenta...?—cuestionaba Gabriela una y otra vez. Aunque era más para ella que para sus compañeras de cuarto, quienes le hacían compañía en la habitación en ese momento.

—No, no lo harás. Poco te conocemos, pero sabemos perfectamente que no eres de las que se rinden, no así—respondía la castaña.

El clima frío junto a la lluvia que poco a poco se incrementaba afuera no servía de mucha ayuda para aliviar las tristezas. Sin embargo, era diferente para Gabriela; siempre le había gustado la lluvia, el sonido de las millones de gotas de agua cayendo y creando una sutil melodía constante al chocar con la tierra. Le parecía sumamente irónico y una coincidencia que de esa misma forma se sintiera por dentro. Sentía una llovizna de angustia dentro de ella, una lluvia incesante de dolor en su alma.

—Es que ya no sé qué pueda pasar después de esto. Ni siquiera sé si el día de mañana vaya a desistir, así nada más. Es como si poco a poco estuviera perdiendo las esperanzas en mí misma. Todo lo que jamás creí que pasaría... está pasando.—Sus lágrimas descendiendo complementaban las gotas de lluvia que se deslizaban por su ventana. Caían al mismo ritmo; como una extraña sincronización.

—Entiendo que existen momentos en los que todo en lo que creíamos solamente se viene abajo, siempre sucede, no es nada de otro mundo. Lo verdaderamente importante es cómo haremos para volver a levantarnos, esa es la diferencia entre los luchadores y los soldados caídos.

Soldados caídos. Gabriela sonrió con ironía al escuchar aquellas palabras, pues eso era en lo que ella sentía que se estaba convirtiendo, inconscientemente.

—Tú decides si vas a ser un soldado caído a partir de ahora, Torrealba—finalizó la pelinegra, que se había puesto de pie para enfrentar a su amiga.

Gabriela intentó vagamente sonreír, pero no lo consiguió, en ese momento le era imposible reflejar únicamente un poco de alegría, porque no la sentía. Siempre le resultó difícil fingir, y sabía que siempre sería igual.

—No es necesario que respondas ahora, tendrás tiempo de pensarlo durante el entrenamiento de hoy.

Las tres asintieron y salieron al campo, tratando de que su uniforme verde no se mojara demasiado a causa de la lluvia que no dejaba de caer. Claro que los superiores habían decidido aprovechar de la mejor manera aquel día lluvioso: haciendo entrenar a los novatos más duro de lo usual. Siempre que el clima los favorecía con una llovizna, ellos aprovechaban la oportunidad para hacerlos perder esa cobardía que caracterizaba a varios de ellos.

—Hoy van a realizar uno de mis entrenamientos preferidos: carrera de relevos. Claro que será entretenido para nosotros, pero para ustedes será como una pesadilla—habló un Comandante con voz firme, dirigiéndose a la hilera de soldados que se había formado delante de él.

Una vez asignados los equipos de seis integrantes, comenzaron a explicarles el modo de recorrer el circuito y les dejaron en claro las reglas principales, seguidas de los criterios físicos que evaluarían.

En contra de todas las expectativas, el desempeño de Gabriela Torrealba no fue el mejor. Aparte de haberle tocado un equipo conformado por soldados nada disciplinados, ella no tenía ánimos. Y le era imposible motivar a los demás a que dieran lo mejor de sí cuando ella misma era incapaz de siquiera intentarlo.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now