Capítulo 20.

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Ella no hizo nada más que sonreír, a pesar de las lágrimas que seguían bajando por su cara, sonrió. Tal vez había esperanza, tal vez el Sol sí podía salir después de la tormenta, al fin y al cabo. Entonces, sintió luz en medio de la oscuridad, por muy leve que fue esa iluminación, logró aliviar el dolor dentro de ella por un momento. Y ahí estaba, siendo el pilar de quien la sostuvo toda su vida, siendo el apoyo de quien estuvo a su lado todo este tiempo. Y se sintió aliviada.

Al llegar al edificio blanco, transladaron a su padre rápidamente en la camilla hacia adentro, tratando de no moverlo demasiado para no alterar la herida que aún no había sido curada. A Gabriela no la dejaron entrar al quirófano, tuvo que quedarse fuera, en la sala. Y ahí hizo algo que jamás pensó que volvería a hacer: le pidió ayuda a su madre. Le pidió que desde el cielo cuidara de su padre, que no los desampare en un momento así, que hiciera lo que hacen los ángeles, porque eso era ella para Gabriela.

—Sé que tal vez me estás oyendo.—Miró al techo como si alguien la observara desde allá arriba.

Pidió por la salud de su padre, era lo único que podía hacer en ese momento de impotencia. La desesperación la invadía por unos segundos, claro que sí, pero debía contenerse, mantener la calma y el control sobre ella misma, como la soldado que era. Jugaba con sus dedos, miraba a todos lados, intentaba controlarse a ella misma para no seguir llorando, se aferraba con fuerza a la tela de camuflaje de su uniforme porque era algo que no podía romper.

Pero sus súplicas no fueron escuchadas. Se levantó con rapidez cuando un hombre de bata blanca salió de la sala donde se supone que estaban salvando al Capitán.

— ¿Algo le sucedió a mi padre? ¿Está bien? Dígame, por favor—rogó una vez más.

—El Capitán Torrealba sigue con vida, está a salvo. Pero...—Los segundos de paz se acabaron de pronto.

— ¿Pero...?—preguntó, sin poder retener las nuevas lágrimas que salían de sus ojos.

—Ni siquiera sé cómo decir esto... La bala ha penetrado una arteria importante en el brazo, no hemos podido detener el daño que ahí se produjo. Por dicha razón debemos amputarle el antebrazo, si no queremos que el daño se propague.

De nuevo Gabriela sintió la presión en su pecho, pero esta vez con más potencia, como si destruirla fuera el objetivo principal. ¿Amputarle el antebrazo?

Se sintió tan mal en ese instante, se sintió al borde de un abismo del que sólo brotaba la maldad y la perdición. Sintió lo mismo que tal vez sentiría su padre al enterarse de aquello. En definitiva lo destrozaría, y eso que ella sentía no era ni la mitad de la tristeza que de seguro invadiría al Capitán.

El ser militar era algo que sencillamente amaba, se resumía a que era prácticamente su vida. Y el hecho de que debían ahora amputarle una extremidad del cuerpo, conllevaba dejar el servicio militar; ser expulsado del batallón por padecer una incapacidad; abandonar todo lo que hasta ahora lo había mantenido fuerte y de pie, luchando. Olvidarse de ser el Capitán Torrealba y resignarse.

—No.—Fue lo único que salió de ella, fue lo único que pudo pronunciar con toda la angustia y el dolor que sentía.

La hija del MilitarDove le storie prendono vita. Scoprilo ora