Capítulo 26.

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—Eso pudo haberle pasado a cualquier imbécil de uno de ustedes. Quiero que nunca olviden la imagen de ese chico al caerse del árbol, porque eso les va a recordar el peligro que corren los militares a diario, el peligro inminente que existe en nuestro día a día. Esto les va a recordar que esta profesión que eligieron no es para cobardes.

Gabriela únicamente miraba al suelo mientras el General se dirigía al grupo de soldados. Aquella escena se repetía una y otra vez en su mente, le era imposible poder olvidarlo. Sabía que le iba a ser imposible olvidar la forma en la que su amigo, ese chico tan apasionado al ámbito y que había conocido a su padre había caído tan trágicamente, y ahora estaba en un momento de suma importancia en el que no sabía siquiera si iba a poder regresar a la Academia.

—Él... ¿su brazo estará bien? ¿Deberán amputarlo?—cuestionó un chico de la primera fila.

—No sabemos, por ahora solamente queda esperar. Pero espero que todos ustedes tengan en claro lo que sucedería si perdiera el brazo. No se le permitiría regresar a la Academia jamás.

Unos se quedaron sorprendidos, otros simplemente se quedaron con la cabeza gacha, mientras que otros comenzaron a sentir rabia e impotencia por su compañero.

— ¿Qué sucede contigo? ¿Necesitas un psicólogo?—La pregunta del General hacia Gabriela despertó la risa de algunos soldados que estaban presentes.

Ella levantó la mirada poco a poco, pudiendo observar quiénes se estaban burlando en voz baja por la reciente humillación que había recibido.

—No. No tanto como usted necesita clases de relaciones personales—respondió con firmeza, pero tratando de no perder el respeto por las autoridades.

Y nuevamente el grupo de soldados quedó en absoluto silencio. El General la observó fijamente por unos cuantos segundos, y luego la sombra de una sonrisa apareció en su rostro. Él junto a los demás supervisores se retiraron después de dar el permiso a los soldados para que siguieran con su rutina normal.

— ¿Te sientes bien?—preguntó la chica morena a Gabriela, mientras caminaban hacia el aula correspondiente.

Ella se tomó su tiempo para responder, pero luego asintió para no levantar más preocupaciones de las que ya tenía su amiga. Finalmente dijo unas palabras, aunque más para ella misma que para otra persona.

—Fue difícil ver aquella escena, verlo caer... a él. ¿Sabes? Fue como si de alguna manera ese dolor lo hubiera sentido mi padre, me dolió mucho verlo en el suelo, agonizando de dolor, gritando, desesperado. No sólo pensé en mi padre, cruzó por mi mente la escena de miles de soldados perdiendo las posibilidades de seguir con la carrera y honestamente fue una sensación terrible. ¿Qué hay de ti? Sé que lo aprecias mucho, no sólo como amigo...—pronunció las últimas palabras con lentitud y en voz baja.

—También fue muy difícil verlo ahí tirado...—Sonrió al recordar los momentos antes de la carrera—. Y pensar que lo primero que hiciste fue advertirle que tuviera cuidado con el equipo de seguridad...

Gabriela asintió con una gran tristeza plasmada en su mirada. Siguieron con sus actividades rutinarias, porque a las tres les habían dicho que no tenían permitido interrumpir sus actividades para ir a estar con su amigo, por mucho que insistieran en ir a apoyar a aquel chico castaño que tanto anhelaban.

Al final del día, Gabriela se decidió por comunicarse nuevamente con su padre, para avisarle lo que había sucedido con el muchacho que también tenía el cariño del Capitán y para avisarle que con lo que había sucedido, todos —ella incluida— habían entendido un poco de todo el riesgo que conlleva ser un militar.




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Preparen sus corazones porque se vienen las partes más fuertes y con más drama de la historia, hemos llegado a la colina de ascenso más alta de la montaña rusa, muajajaja

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now