Perdiendo la cordura.

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 An

En la cama, la que me perseguía era Any. No pude dormir. El tiempo pasaría totalmente en silencio en la cálida oscuridad, y, entonces, Yo diría algo, sobre el aspecto que ella había tenido cuando Aaron quitó el último libro, o lo que se sentiría al estar tanto tiempo de pie con las manos atadas sobre la cabeza, si dolería, o lo que se sentía al poder haber visto por fin el cuerpo desnudo de una chica, y hablaríamos de ello hasta que, tiempo después, volveríamos a quedarnos en silencio, rumiando cada uno sus propios pensamientos y sueños.

Pero solo había una cosa en mis sueños. Any. Any tal y como la dejamos. Y, al final, tuvimos que volver a verla. Tan pronto como Aaron lo sugirió, vimos los riesgos que tenía. Aaron me había dicho que la dejáramos sola. La casa era pequeña y el sonido se propagaba con facilidad, y Aaron dormía apenas a una puerta de distancia, en la habitación de su Madre [Estaría Erick tan despierto como yo?¿Pensando en Any?], justo encima del refugio.

Si Aaron despertaba y me viera, pasaría lo impensable; podría excluirme en el futuro. Ya sabía que iba a haber un futuro. Pero las imágenes que recordaba eran demasiado intensas. Casi era como si necesitara confirmación para poder creer que habíamos estado allí realmente. La desnudez y la accesibilidad de Any eran como un canto de sirena. Eran absolutamente irresistibles. Tenía que arriesgarme. La noche era oscura, sin luna.

Salté de las literas de arriba. La puerta de Aaron estaba cerrada. Pasé de puntillas frente a ella. Por una vez, me resistí las ganas de reír. Cogí una de las linternas de la cocina y abrí con cuidado la puerta del sótano. Las escaleras chirriaron. No había nada que pudiera hacer excepto rezar y esperar que la suerte me acompañara. La puerta del refugió también chirrió, pero no tan fuerte. La abrí y entré, descalza en el frío suelo de cemento igual que ella; y allí estaba Any, exactamente igual a como la recordaba, como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto, exactamente igual a cómo me la imaginaba. Bueno, no del todo.

Sus manos estaban blancas, moteadas de rojo y azul. E incluso a la pálida e irregular luz de la linterna, se veía lo pálido que estaba su cuerpo. Tenía la carne de gallina, con sus pezones marrones erguidos y tirantes. Me oyó entrar e hizo un suave sonido ahogado.

- Calla -le susurré . Ella le obedeció. La observé . Era como estar ante algún tipo de altar; o como observar a algún animal exótico y extraño en el zoo. Como las dos cosas a la vez. Y ahora me pregunto si las cosas no habrían sido diferentes si ella no hubiera sido tan bonita, si su cuerpo no hubiera sido joven, fuerte y saludable, sino feo, gordo y fláccido. Puede que no. Puede que hubiera pasado de todas formas. El castigo inevitable para el extraño. Pero me da la impresión de que fue precisamente porque ella era fuerte y bonita, y yo no, por lo que Aaron y yo le hicimos todo esto. Para celebrar una especie de juicio sobre esa belleza, sobre lo que significaba y dejaba de significar para nosotros.

- Seguro que quieres agua –dije Ella asintió con la cabeza. «Sí. Oh, sí, por favor».

- Si te doy agua, tendré que quitarte la mordaza, no hagas ningún ruido- advertí. Dí un paso hacia delante.

- No vas a hacer ruido, ¿verdad, Any ? No podemos despertar a Aaron «No». Ella sacudió la cabeza con firmeza, de lado a lado. Se notaba que deseaba muchísimo que le diera agua.

- ¿Confías en mí? –pregunto.

- Si haces ruido, también yo tendré problemas. No eres tonta. Así que te daré agua querida . Había una pila tras la lavadora-secadora. La abrí y pude oír cómo corría el agua a mis espaldas. Estaba siendo sorprendente mente  silenciosa. Y también sorprendente mente amable para ser yo. Me acerque y le quité la mordaza tal y como había hecho antes y le sacó de la boca el sucio y arrugado trapo.

Aquella chica de los hematomas.Where stories live. Discover now